Botellas en el océano cósmico

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Hubo un tiempo en el que enviamos señales al exterior para que nos encontraran.

TEXTO POR ANTONIO MARTÍN
ARTÍCULOS
ASTRONOMÍA | EXOPLANETAS
9 de Noviembre de 2014

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En la primera mitad del año 2014 se ha confirmado la existencia de 761 exoplanetas. Ya se conocen un total de 1.807. Es el mejor año en la detección y confirmación de nuevos mundos. Los astrónomos están desarrollando, desde que en 1989 se describiera el primer planeta fuera de nuestro sistema solar, una carrera de descubrimientos apasionante. Este año, además, hemos sabido que uno de esos exoplanetas, llamado Kepler-186f, es el más parecido a la Tierra en cuanto a tamaño y energía recibida de su estrella. La búsqueda de vida extraterrestre avanza por el camino de hallar planetas habitables para después determinar los habitados. Hace unas décadas, además de buscar, nos dedicamos a enviar señales al exterior, confiando que fueran otros los que nos encontraran.

El rastreo de nuevos planetas habitables tiene un sentido muy profundo: saber si estamos acompañados en el universo. “En la búsqueda de vida extraterrestre, la mayor posibilidad de encontrarla es que sea microbiana. No hay que olvidar que la mayor parte de la historia de la vida en la Tierra ha estado presidida por este tipo de organismos”, comenta Manuel Vázquez Abeledo, investigador en el Instituto de Astrofísica de Canarias. No en vano, en la evolución de la vida terrestre, desde los primeros organismos vivos unicelulares (hace de 3.800 a 3.500 millones de años) a la explosión de vida cámbrica en la que aparecieron ya seres multicelulares y formas de vida más variadas y especializadas (entre 542 y 530 millones de años antes del presente) pasaron prácticamente 3.000 millones de años. La vida compleja en la Tierra comprende sólo una sexta parte, la última, de toda su historia evolutiva.

Por eso, para encontrar vida, primero hay que hallar lugares que puedan albergarla. En lo que llevamos de siglo, han pasado cosas relevantes en la detección de nuevos mundos. En 1999, se conocían sólo una treintena de planetas asociados a otras estrellas. Ahora, y con una gran aportación por parte del telescopio espacial Kepler, hay entre 1.737 (según el recuento la Nasa) y 1.807 (según el Observatorio de París) confirmados y otros 3.000 esperando serlo. Las confirmaciones se suceden tan deprisa que ambos organismos ofrecen datos algo diferentes. Posiblemente, cuando el lector llegue a estas líneas, la cifra habrá aumentado.

No sólo se han detectado exoplanetas con cada vez más frecuencia, sino que además sabemos que algunos de ellos están en una zona denominada de habitabilidad. Esta franja viene definida por la posibilidad de que el agua esté en estado líquido de manera estable, ni muy cerca de la estrella para que los elementos que la componen (hidrógeno y oxígeno) se disocien, ni muy lejos para que se produzca un intenso efecto invernadero por la concentración atmosférica de dióxido de carbono. La zona de habitabilidad depende también del tamaño y de la edad de la estrella. Este anillo presupone que el disolvente necesario para el desarrollo de la vida es el agua, y no otro.

Vázquez Abeledo es más optimista en la búsqueda de vida extraterrestre microbiana que de otro tipo. “Hay una posibilidad mayor de la detección de microorganismos que de otras formas de vida”, apunta. “La vida compleja, como las plantas y los hongos, es menos frecuente, más rara. Y más aún la vida inteligente. En nuestro planeta, sólo una especie, la nuestra, ha propiciado un desarrollo tecnológico”, añade Vázquez Abeledo. En todo caso, el investigador considera que en esta década se pueden producir avances en el estudio de planetas extrasolares y que en la próxima se puede empezar a discernir qué planetas son habitables y cuáles están habitados.

Por ello, los esfuerzos actuales en esta materia se centran más en el descubrimiento de pistas de vida microbiana que en otras formas más complejas. Entre nuestros planetas vecinos las expectativas están puestas en Marte, en la luna de Júpiter Europa y en los satélites de Saturno Titán y Encélado. Fuera del sistema solar, en encontrar una exotierra lo más parecida posible a la nuestra. “La comunidad científica prefiere centrar sus esfuerzos y recursos en la búsqueda de este tipo de vida”, explica el físico del IAC.

Hay que tener en cuenta algo. La existencia de vida inteligente no conlleva necesariamente el desarrollo de una tecnología que permita la exploración y la comunicación espacial. Desde los primeros homínidos hasta hace unos sesenta años, cuando iniciamos la carrera espacial, así éramos los humanos.

Escuchando señales

Estamos empezando a explorar el universo, cómo se compone y si está o estuvo habitado o no por otros seres, además de los de la Tierra. Respecto a la posibilidad de que exista vida, nos encontramos en una dicotomía. El escritor y divulgador Arthur Clarke lo definió así: "Sólo hay dos posibilidades, que estemos solos o no. Y no sé cuál de las dos es más aterradora". Demostrar que estamos solos se antoja una aventura casi imposible: hay miles de millones de galaxias con miles de millones de estrellas en el universo observable. Es lógico pensar que estén acompañadas por planetas orbitando a su alrededor y que en algunos de estos planetas existan condiciones similares a las que existieron en la Tierra para que la materia orgánica pasara a ser un ser vivo.

En la búsqueda de la vida extraterrestre inteligente, hubo una etapa en la que se desarrollaron importantes proyectos de investigación. En los años 70, la NASA propició una serie de investigaciones bajo el acrónico de SETI (Search for ExtraTerrestrial Intelligence). Sin embargo la agencia estadounidense retiró la financiación a SETI y tuvo que buscar financiación privada.

Para la búsqueda de señales artificiales de otros planetas, se ha optado por dos métodos. Uno es pasivo y consiste básicamente en escuchar los mensajes que otras civilizaciones hayan podido enviar. El otro es activo, y se trata en salir en la búsqueda de esa vida.

En el primer caso, para captar las emisiones dejadas en el espacio por una civilización extraterrestre, sería necesaria la existencia no sólo de vida inteligente, sino tecnológicamente avanzada. Además, como no podemos esperar la existencia de este tipo de vida en nuestro sistema solar, tenemos que esperar señales un sistema de comunicación interestelar. Esto condiciona la forma en la que tendrían que comunicarse con otras civilizaciones. Carl Sagan afirmaba que esa tecnología a emplear debería estar basada en un método económico, rápido y visible para cualquier otra civilización, fuera cual fuera su nivel de desarrollo. Llevamos empleando esa tecnología desde hace unos años y, curiosamente, emitiendo información al exterior a través de ella de forma involuntaria: se trata de las ondas de radio. Con el fin de captar mensajes interestelares y para otros objetivos, hemos construido inmensos radiotelescopios. El mayor se inauguró recientemente, en 2013, en el desierto de Atacama (Chile). Se llama ALMA y sus antenas son capaces de captar ondas de radio milimétricas y submilimétricas.

Ni que decir tiene que aún no hemos detectado una señal de radio de una fuente no natural. Sin embargo, en 1977, una anomalía nos dio un susto. El radiotelescopio de la Universidad del Estado de Ohio (Estados Unidos) detectó durante unos segundos una señal diferente al ruido de fondo. El operario que estaba allí, un profesor universitario llamado Jerry Ehman, anotó “Wow” en el papel donde aparecía impresa en caracteres alfanuméricos. La señal Wow no se repitió. Bien pudo proceder de la Tierra o de un satélite artificial que pasara, en esos momentos, por la zona de rastreo del radiotelescopio.

Enviando mensajes

Sin embargo, el ser humano es un animal inquieto y, cuando ha podido, ha salido a explorar. Nuestro afán por aprender más del cosmos nos ha llevado a explorar nuestro sistema solar tanto con vehículos robotizados como por nuestro pie, por ahora sólo en nuestra cercana Luna. También a enviar sondas y mensajes espaciales fuera de nuestro sistema.

Tal es el caso de las sondas Pioneer 10 y 11 y Voyager 1 y 2. Por si en un futuro se toparan con civilizaciones extraterrestres, las primeras portan una placa en la que hay una representación realista de un hombre y una mujer a escala de la propia sonda, la ubicación del Sol respecto a los púlsares más cercanos y el origen de la propia sonda, la Tierra, y su ubicación respecto al Sol y su sistema, con la representación de todos los planetas. La placa contiene la linda anacronía, para el ser humano del siglo XXI, de considerar a Plutón como un planeta más. Las Voyager, por su parte, portan un disco de oro cada una. En ellos se grabaron saludos en 198 lenguas; 116 fotografías de la flora y la fauna, de la bioquímica básica de los seres vivos y de la anatomía humana, así como de construcciones significativas de nuestra civilización; músicas, como una canción de Chuck Berry o una composición de Stravinski; o sonidos de la naturaleza en nuestro planeta: truenos, cantos de grillos, un saludo de las ballenas. En la cubierta, vuelve aparecer la ubicación del Sol respecto a los púlsares e instrucciones para la lectura del disco. Las Pioneer y las Voyager están destinadas a viajar por el espacio interestelar durante miles de años camino de estrellas próximas. En el caso de la Voyager 1, en 2013 se convirtió en el primer objeto humano en salir del sistema solar.

Carl Sagan, quizá el astrofísico más famoso de todos los tiempos, estuvo detrás de ambas iniciativas y convenció a la NASA de incluir en las sondas esta información, estas “botellas lanzadas al océano cósmico”, como las denominó. Era unos de los proyectos SETI para contactar con civilizaciones extraterrestres. Otro fue enviar una señal al universo.

En 1975, se utilizó el radiotelescopio de Arecibo (Puerto Rico, Estados Unidos), para enviar una señal al cúmulo globular M13. En este caso se tardarán 52.000 años en conocer si hay retroalimentación en la comunicación (26.000 de ida y 26.000 de vuelta, si alguien recibe la señal y decide responderla), aunque el mensaje fue más bien una demostración a la sociedad de los avances en astronomía y astrofísica.

El mensaje de Arecibo era una pictografía que contenía un código binario para interpretarlo y la representación del número de átomos del nitrógeno, carbono, hidrógeno, oxígeno y fósforo, la estructura química del ADN y un dibujo y número de sus nucleótidos, un dibujo de un ser humano, la posición de la Tierra en comparación con el Sistema Solar (de nuevo aparecía Plutón como noveno planeta) y la representación del radiotelescopio emisor.

Dificultades

El envío de sondas y señales al exterior, el establecimiento de estos canales de comunicación, plantea no pocas dudas éticas. Es fácil suponer que si existiera una civilización tecnológica que captara esas señales, estaría más avanzada de lo que estamos nosotros ahora. No en vano, llevamos unas sólo décadas explorando el Sistema Solar. ¿Por qué iban a tener interés en nuestros mensajes? ¿Tendrían intenciones amistosas? También plantea dudas en cuanto a la duración de una civilización tecnológica como la nuestra… o la receptora. ¿Estaremos en el mismo sitio cuando envíen el acuse de recibo? ¿Habremos llegado a tiempo, o llegaríamos demasiado pronto para que en un mundo con vida se hubiera desarrollado una civilización tecnológica? Hay que tener en cuenta que si alguien enviara en tiempos de Napoleón una señal de radio a la Tierra, no habríamos sido capaces de captarla. Las inmensas distancias del cosmos juegan en nuestra contra. También nuestra capacidad de entendimiento. Si captamos algún día una señal, ¿la sabremos interpretar? La comunicación interestelar es, sin duda, más compleja y lenta que mandar un mensaje de texto con el móvil.

“En la inmensidad del cosmos debe de haber otras civilizaciones mucho más antiguas y avanzadas que la nuestra. ¿No deberían pues, habernos visitado? ¿No debería haber de vez en cuando naves extraterrestres en nuestro cielo?”. En 1980, Sagan se hacía esta pregunta en su serie televisiva Cosmos. En aquellos momentos, el fenómeno ovni era una verdadera moda y Sagan lo desmitificaba en aquel capítulo. La falta de pensamiento crítico y la confianza en el pensamiento mágico aún sigue presente en nuestra sociedad. Por eso, los ovnis aún siguen perteneciendo a nuestro imaginario colectivo. Sabemos que el universo está lleno de materia orgánica y, quizá haya vida. Sería magnífico que hubiera otras civilizaciones para desprendernos de esta sensación de soledad universal, de excepcionalidad, que envuelve a toda la vida en la Tierra.

Sin embargo, antes de conocer nuevos planetas habitados, quizá debamos saber cómo se produjo el salto de materia orgánica a ser vivo en nuestro pequeño planeta azul. Es la otra gran pregunta que nos atosiga junto a la de si estamos solos o acompañados: cómo se produjo la vida, nuestra vida. “En todo caso, todo hace pensar que la vida es otro paso en la evolución de la materia en el universo”, señala Vázquez Acebedo. Y quizá, las respuestas a ambas preguntas trascendentales estén interconectadas.

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