Cuando mis hormonas dicen "te quiero"

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Un conjunto de reacciones químicas. Así es como de manera sencilla a veces se quiere describir el amor. Sin embargo, la realidad nos muestra que el cerebro es el principal artífice de una cadena de sucesos en los que las hormonas juegan un papel muy destacado.

TEXTO POR JOSEP BIAYNA
ILUSTRADO POR PAOLA VECCHI
ARTÍCULOS
AMOR | NEUROCIENCIAS
2 de Abril de 2015

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Otra vez y como cada año por estas fechas, me encontraba inmerso en la clásica cena entre amigos o mejor dicho parejas de amigos. Como era febrero siempre había un tema que solía salir en esas conversaciones de sobremesa: el amor. En ese momento, la tranquilidad de la velada daba lugar a un campo de batalla entre críticos del amor y románticos pero sobre todo aquella era una guerra entre la ciencia y las mariposas en el estómago.

Los bandos estaban muy claros desde el principio y -como ya habréis detectado- yo no era un firme defensor de la magia del amor. En cuestión de segundos aquel duelo se convirtió en un cruce de opiniones y en cuanto fue mi turno, y como uno más de los representantes de la comunidad científica de la mesa, la única respuesta que salió de mi boca fue una triste:

Una cadena de sucesos

Enamorarse de una persona no es un proceso espontáneo y mágico como podría parecer. De hecho, es el resultado de una serie de reacciones biológicas secuenciales en las que nuestro cerebro nos otorga un magnifico cóctel hormonal para ello. La Dra. Helen Fisher, de la Universidad de Rutgers, planteó un modelo basado en diferentes fases de enamoramiento, cada una de ellas guiadas por diferentes hormonas.

Según Fisher el amor se divide en tres fases; una primera llamada lujuria en la que las hormonas sexuales (testosterona y estrógeno) tienen un rol importante, tanto en hombres como en mujeres. A continuación, una fase de atracción en la que sentimos que realmente estamos enamorados y en la que se cree que los principales neurotransmisores implicados son la adrenalina, la dopamina y la serotonina. Finalmente una fase de apego, el objetivo de la cual es mantener unidas a las parejas el tiempo suficiente para que puedan reproducirse y tener descendencia. En esta etapa las hormonas implicadas son la oxitocina y la vasopresina.

Amor con cerebro y no desde el corazón

Al contrario de la opinión popular no nos enamoramos desde lo más profundo de nuestro corazón sino que lo hacemos desde lo más profundo de nuestro cerebro, concretamente en áreas como la tegmental ventral o el hipotálamo.

¿Pero cómo coordina el cerebro toda esta cadena de sucesos? Si nos fijamos en la primera etapa, la denominada lujuria, esta se desarrolla en el hipotálamo, una región cerebral que controla nuestras necesidades más básicas como el hambre o la sed. Esta parte del cerebro a su vez está conectada con el sistema nervioso autónomo, que controla el ritmo cardíaco y la frecuencia respiratoria. Así pues el hipotálamo tiene una serie de receptores específicos para hormonas como la testosterona, factor que dispara un conjunto de reacciones fisiológicas, el resultado de las cuales es la inducción del organismo a la reproducción.

No nos enamoramos desde lo más profundo de nuestro corazón sino que lo hacemos desde lo más profundo de nuestro cerebro

A continuación, el amor pasaría a una segunda fase, en la que el área tegmental ventral del cerebro es la protagonista. En este área residen las neuronas dopaminérgicas. Estas neuronas son las encargadas de producir el neurotransmisor dopamina, una sustancia química que nos impulsa hacia una recompensa percibida. Además, estas neuronas se encuentran implicadas en el sistema de recompensa natural del cerebro, el mismo que actúa en el caso de las adicciones.

Otras sustancias químicas relacionadas con el estrés y la emoción se presentan de forma elevada también en esta fase de atracción, como es el caso del cortisol, la fenilefrina y la norepinefrina.

Las hormonas de la estabilidad: la oxitocina y la vasopresina

En la última etapa, que antes hemos denominado como apego, los niveles de dopamina característicos de la fase anterior empiezan a disminuir y nuestro cerebro en consecuencia segrega oxitocina y vasopresina. Estas dos hormonas se liberan -entre otros procesos- durante el orgasmo y se cree que tienen como finalidad mantener estable la relación un periodo de tiempo determinado. En esta fase de apego el cerebro segrega también endorfinas y encefalinas, inductoras de estados de relajación, satisfacción y bienestar.

La oxitocina ha sido descrita popularmente como "la hormona del amor” debido a su asociación con el apego en los mamíferos. En los seres humanos, se libera en las madres después del nacimiento del niño y se ha demostrado que permite mejorar la unión entre estos así como de facilitar la expulsión de la leche durante la lactancia. Esta hormona también ha sido asociada con conductas de apego a más alto nivel, como las que se describen aquí entre ambos sexos.

Por otra parte, la vasopresina permite la regulación a nivel cardiovascular y es la encargada de mantener la presión sanguínea. Esta hormona es más importante en varones, mientras que la oxitocina es más elevada en mujeres.

Las dos hormonas son producidas por el núcleo paraventricular y el supraoptico del hipotálamo y liberadas al torrente sanguíneo a través de la glándula pituitaria en busca de los receptores correspondientes.

Estructura del hipotálamo y de la glándula pituitaria.
Estructura del hipotálamo y de la glándula pituitaria. Fuente: Pearson Education, Inc. 2011.

Hay tres receptores diferentes para la vasopresina y uno para la oxitocina. Algunos de estos se han identificado en regiones del cerebro relacionadas con el amor y con los sistemas de recompensa de la dopamina que antes hemos mencionado. Esto nos indica que hay una conexión entre estas dos hormonas y la liberación de más dopamina para incrementar el sentimiento de apego en las parejas.

Resulta curioso cómo una sola palabra, como es “amor”, implica toda una serie de procesos biológicos complejos que se desarrollan de una forma inmediata y automática. No hace falta mencionar que muchos de los detonantes o iniciadores de este proceso no se han tratado en este artículo, como son las variables morfológicas, físicas e incluso genéticas. Al menos ahora podemos comprender qué es lo que pasa en nuestro cerebro cuando aquella persona especial nos mira y, quién sabe, a lo mejor esto no produce –incluso- una sonrisa. 

Referencias

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