Nunca fuimos tan rápidos

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¿Cuántas veces habremos oído la popular frase: «Tú fuiste el espermatozoide más rápido de todos»? Es una idea muy extendida la que contempla que de los millones y millones de espermatozoides (entre 50 y 300 en condiciones normales) que participan en la carrera hacia el óvulo, el más veloz será el ganador y el que consiga fecundar. De esta idea nace la concepción sobre que fuimos los más veloces de entre todos nuestros compañeros, los más rápidos, los mejores. Una idea tan extendida como desafortunada.

TEXTO POR ROBERTO DE LA FUENTE
ILUSTRADO POR LUCÍA PALACIOS
ARTÍCULOS
BIOLOGÍA | REPRODUCCIÓN
1 de Octubre de 2015

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El óvulo humano (como el del resto de mamíferos) no se encuentra solo en el ovario, flotando en la inmensidad del vacío. Al contrario, en el ovario se están formando constantemente folículos, muy apretados entre sí, que serán futuros óvulos y que se irán produciendo aproximadamente uno cada mes. Cuando esto sucede del ovario sale un folículo, que no es más que el óvulo rodeado de unas cuantas células que lo acompañan y alimentan en su viaje. Estas células se encuentran formando capas, como si fuera una cebolla, con el óvulo en su interior. Sin embargo, el óvulo no está en contacto con la capa más interna de las células acompañantes, sino que entre ambos existe un pequeño espacio. Este espacio está ocupado por unas glicoproteínas muy especiales que produce el óvulo y que forman una especie de entramado llamado zona pelúcida. Esta región, a la que por lo general los embriólogos se refieren simplemente como «zona», tiene una función esencial: atraer y reconocer a los espermatozoides. Sin ella, los espermatozoides simplemente no «reconocerían» al óvulo, pasarían de largo y la fecundación no se produciría nunca. 

No es por casualidad que los espermatozoides poseen una serie de receptores en su membrana que les permiten reconocer a su vez a las proteínas de la zona. Pero antes de que esto ocurra, los espermatozoides tienen que superar una buena carrera de obstáculos. Para empezar, de todos los millones que comenzaron apenas unos cientos llegarán vivos al óvulo. Y para continuar, una vez que lleguen tendrán que vérselas con las células foliculares, las células que lo rodean y que no les van a facilitar el paso. Los espermatozoides tendrán que abrirse camino entre ellas, rompiendo las uniones que las mantienen agregadas y llegando hasta la zona. Y será aquí donde los receptores de la membrana del espermatozoide hagan su trabajo y se unan a esas glicoproteínas de la zona que rodea al óvulo. A partir de este momento, cada espermatozoide que llegue al óvulo irá rompiendo las proteínas de la zona e irá debilitando esa cubierta protectora, como si fuera dándole mordiscos a una fruta hasta llegar al interior.

Los espermatozoides poseen una serie de receptores que les permiten reconocer las proteínas de la zona. Pero antes de que esto ocurra, los espermatozoides tienen que superar una buena carrera de obstáculos.

Sin embargo, cuando un espermatozoide llega hasta la zona y rompe parte de sus proteínas no puede seguir avanzando. Podría decirse que el espermatozoide «se gasta» tras contribuir a degradar las proteínas de la zona, así que se necesitan muchos más para romper la zona poco a poco hasta llegar al interior, que es donde se encuentra el óvulo. Con esta visión es fácil entender, ahora sí, que el espermatozoide más rápido, en realidad, se perdió porque tenía que romper la zona y como él muchos de los que llegaron después. Solo uno, en el momento exacto y en el lugar exacto, tuvo la fortuna de acariciar la superficie del óvulo y fecundarlo por fin. Visto desde fuera casi parecería una comunidad de organismos que luchan por un único objetivo, y si es necesario se sacrifican unos para que otro lo consiga. Como las hormigas de una colonia que luchan juntas siendo el conjunto una unidad en sí misma. Lo importante es que uno consiga llegar al óvulo. Y efectivamente, no puede ser más de uno porque en el momento en que ese afortunado y oportuno espermatozoide entra en el óvulo, se desencadena una reacción que altera la estructura de la membrana del óvulo e impide a los que llegan después entrar. Y es que si entrara más de uno podría haber muchos y serios problemas. 

Visto desde fuera casi parecería una comunidad de organismos que luchan por un único objetivo, y si es necesario se sacrifican unos para que otro lo consiga.

De manera que en realidad, en ocasiones las carreras no las ganan los primeros, sino aquellos que llegan justo a tiempo. Ni muy pronto ni muy tarde, justo en el momento adecuado. Así entendemos ahora por qué se necesitan tantos espermatozoides para fecundar un solo óvulo. Tal vez precisen encontrar el camino, pero una vez en marcha tendrán que hacer un esfuerzo común para que uno de ellos consiga el gran premio de la fecundación.

En ocasiones las carreras no las ganan los primeros, sino aquellos que llegan justo a tiempo.“

Parece que nunca fuimos tan rápidos como pensábamos (por lo menos, no aquel fantástico día). Lo que sí está claro es que llegamos al sitio adecuado en el momento oportuno y el resto es historia.

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