Las desventuras de un botánico en «Marte»

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En el género de la ciencia ficción el espectador ha pasado de vivir aterrorizado porque los temibles marcianos podrían presentarse en su puerta para invadirle o meterle sondas por diversos orificios, a soñar con conquistar la superficie del planeta rojo.

TEXTO POR ALFREDO MANTECA
ARTÍCULOS
BOTÁNICA | CINE | FICCIÓN
9 de Octubre de 2015

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Pues sí, básicamente parece que los habitantes de Marte lo único que querían era atormentar a los humanos. Fue Byron Haskin en 1953 quien sembró esa semilla en el colectivo al dirigir la versión cinematográfica de La guerra de los mundos basada en el clásico de H. G. Wells. En 1964, el propio Haskin cambió los derroteros y  firmó Robinson Crusoe en Marte. Toda una adaptación respetuosa del clásico de Daniel Defoe, un tanto naíf y psicodélica aunque carente del menor rigor científico. El espectador tendría que esperar hasta 1990, con la excelente y amena Desafío total, dirigida por Paul Verhoeven, para poder ver en pantalla grande un Marte colonizado por los terráqueos, con su metro, sus discotecas y sus empresarios malvados. Luego, vendrían los encuentros con los marcianos en la olvidable Misión a Marte (Brian De Palma, 2000) o su versión más alucinógena de la mano de John Carpenter con los Fantasmas de Marte. Eso sin olvidar, Planeta rojo (Antony Hoffman, 2000) y sus insulsos primeros intentos de terraformación usando algas, o las pretendidas aterradoras aventuras de unos geólogos en Los últimos días en Marte, ópera prima de Ruairi Robinson en la que se aprecia como la sombra de Alien puede ser muy alargada. Ahora se estrena en España Marte del gran Ridley Scott, que al igual que Robinson se ha desplazado hasta el bello desierto de Wadi Rum en Jordania para localizar las desventuras de un botánico en serios apuros.

Robinson Crusoe en el planeta rojo

Marte se basa en la novela titulada The Martian del programador informático Andy Weir, que el gran guionista Drew Goddard se ha encargado de adaptar. En ella nos trasladan a un futuro cercano, donde la NASA hace expediciones tripuladas a Marte. La Ares III es una de ellas y está prevista para pasar en la superficie del planeta 31 soles (duración media de un día solar marciano, que equivale a 24 horas y 40 minutos). Pero una brusca bajada de la presión atmosférica provoca una gran tormenta obligando a interrumpir la misión en sol 18, forzándoles a evacuar la base. Cuando están dirigiéndose a la nave, la tormenta arranca una antena llevándose por los aires al colono Mark Watney (el botánico de la misión), lo malo es que un pedazo de esta atraviesa su traje hiriéndole, haciéndole perder la consciencia y dejando inoperativos sus sensores. De tal manera que el resto de la tripulación le da por muerto y despegan sin él. Así es como Watney se convierte en una suerte de Robinson Crusoe espacial. De hecho, el gran cinéfago encontrará puntos en común con Robinson Crusoe en Marte. El filme de Haskin nos cuenta cómo los dos integrantes de la nave Marte tendrán que abandonarla al ser atrapados por la fuerza gravitacional del planeta rojo al desviarse del curso de un meteorito. Tras estrellarse contra el planeta solo sobrevive el comandante Draper y su chimpancé.

Yo tenía una granja en Marte

El excelente e intenso guion firmado por Goddard se centra en este botánico que acude a Marte para conocer más sobre la composición del suelo y la viabilidad de los cultivos. A lo largo del film veremos cómo profundiza en la ancestral idea de que la tierra pertenece a quien la cultiva: uno coloniza un territorio cuando aplica en él las técnicas del cultivo para obtener un sustento. Por eso, desde el momento que comienza a cultivar sus patatas con el abono marca «Watney», ya se siente parte de Marte. De ahí el pleno sentido del título original de la película y del libro, The Martian, que podríamos traducir como «El marciano», porque a partir de ese momento Mark pasa a convertirse en el primer marciano, el primero en tener todo el planeta para él. Ahí conecta con los sentimientos de Draper, que apela a la idea de descubrimiento de un nuevo entorno, como si se tratara de Cristóbal Colón, aunque se queje constantemente de que el aire esté muy lejos de ser apto para la vida humana. 

La calma es lo último que se pierde

Tanto Watney como Draper llevan un cuaderno de bitácora, un diario, bien sea en formato analógico o digital, donde reflejarán toda su experiencia y que obviamente quedará en la superficie del planeta para la posteridad. Ahí se refleja el control de sus respectivas conductas frente al aislamiento. Ambos personajes irán marcando en la pared el inexorable paso del tiempo. Usarán la ironía y la música como válvula de escape ante sus adversidades. De ahí el memorable diálogo de Watney: «Mars will come to fear my botanist powers», que podríamos traducir como «Marte llegará a temer mis poderes de botánico». A Goddard le viene muy bien para otorgar balones de oxígeno al espectador ante las intensas aventuras. Por ese motivo, en el filme de Scott la banda sonora trabaja en esas dos direcciones: a veces posee un matiz irónico, como en el caso del temazo de Donna Summer Hot Stuff y en otras un marcado carácter instrumental, generando estados de ánimo en el espectador, como por ejemplo al sonar la mítica canción de David Bowie, Starman. Más delirante resulta el caso de Haskin, donde Draper (cual miembro de Les Luthiers) construye una gaita con los elementos que tiene a su alcance y va tocándola mientras pasea por los agrestes parajes marcianos atormentando al chimpancé y al aguerrido cinéfilo.

Salvad al astronauta Watney

Otro filme que subyace a lo largo y ancho del metraje es Apollo XIII (Ron Howard, 1995). Uno de los aspectos más destacables del guion es la constante diatriba a la que somete al director de la NASA, encarnado por un magnífico Jeff Daniels. Siempre con la espada de Damocles que constituye la presión de sus compañeros, los medios de comunicación y por defecto la sociedad y el propio presidente (quien tiene la llave de las expediciones a través de las subvenciones). Perder un astronauta es un grave problema; una mancha de ese calado no se la puede permitir. Obviamente, es un filme estadounidense y nunca queda nadie atrás, el objetivo es traerlo a casa. Queda perfectamente retratado en el filme el impacto de las sucesivas noticias y del personaje en los medios de comunicación. La gallardía americana siempre debe ondear en lo más alto del mástil, independientemente del género. Los estadounidenses son los más valientes, los más listos y por supuesto, nunca se rinden. Esa filosofía la podemos apreciar tanto en la obra de Haskin como en el firmado por Scott: la idea moral de sobrevivir porque el código militar así lo prescribe. Para ello todos tendrán que usar su ingenio y lo aprendido en los entrenamientos con el fin de sortear todos los desafíos posibles. Inclusive Goddard la usa para vertebrar un desenlace que colisionando de lleno con la idea central de la película, la que convierte a Watney en el primer marciano. Lo malo es que el guionista parece olvidarse de ello a la hora de poner punto y final a esta nueva historia de superación.

La clave del éxito

A pesar de estos pequeños reparos que le encontramos a la historia, tenemos que agradecer a Drew Goddard que nos haya devuelto al mejor Ridley Scott. Le ha servido en bandeja un guion transversal que es política y racialmente correcto, donde están representadas todas las distintas etnias que pueblan los Estados Unidos y tienden lazos con sus ancestrales enemigos políticos y económico: los chinos. Además, captará la atención de una amplia variedad de tipología de espectadores, desde los amantes de la ciencia (aunque no se ponga muy sesudo) a los más frikis de la casa, con esas continuas referencias al mundo de la música disco ochentera, el cómic o al séptimo arte, como por ejemplo a la trilogía de El señor de los anillos: «If we are going to have a secret project called ‘Elrond’, then I want my code name to be ‘Glorfindel’». Scott sabe dotarle de gran ritmo a la narración. No hay respiro para el espectador. Es buena ciencia ficción pero no es hard science fiction ni lo pretende en ningún momento, porque carece de la menor intención de ofrecernos un retrato realista de cómo sobrevivir y rescatar a alguien que quede varado en Marte. Algunas de las maniobras espaciales que se ven en la película son harto inverosímiles porque estos encuentros necesitan una coordinación muy precisa de las velocidades, y cualquier cambio en la trayectoria (que tan alegremente se adopta en alguna que otra escena) alteraría todos los planes del viaje. Pese a todo podemos concluir que Marte es un notable y entretenido largometraje de aventuras espaciales, que seguramente veremos en los Oscar en diversas categorías y deseamos que tanto Matt Damon como Jeff Daniels se lleven uno a casa. Merecidos serán.

Fotos cedidas por 20th Century Fox España (Hispano Fox Films)

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