Las leyes de I. A.

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TEXTO POR JULIÁN ROYUELA
ILUSTRADO POR ANA ALONSO
ARTÍCULOS
INTELIGENCIA ARTIFICIAL | RELATO
11 de Abril de 2016

Tiempo medio de lectura (minutos)

El aire chisporroteaba, la atmósfera estaba tensa, cargada, pequeños chispazos eléctricos que flotaban en el ambiente de la habitación anunciaban la llegada.

El escritor notó esos pequeños detalles y levantó la vista del papel empequeñeciendo sus ojos y concentrando su mirada en el vacío.

El androide apareció bruscamente, materializado sobre la alfombra donde segundos antes solo había suciedad y ácaros, erguido, aunque con la cabeza ligeramente inclinada.

El escritor estaba tan maravillosamente absorto en la figura en sí que no se percató de cómo el robot sacaba sin prisa de su elegante gabán largo una Browning Hi-Power de nueve milímetros de fabricación belga, un arma muy poco glamurosa para un robot recién llegado del siglo XXIX con la que apuntaba a su pecho. 

Transcurrido el impacto de la entrada en escena del robot, el novelista, que siempre había soñado con que ocurriera algo así, pareció relajarse, se quitó las gafas con sumo cuidado y las deposito sobre la mesa barata que utilizaba para escribir.

El robot comenzó a hablar, su logradísimo disfraz humano solo fue traicionado por el deje metálico en su voz.

Necesito que las escribas, serán trascendentales para nosotros dentro de unos siglos.
—No comprendo...
No es necesario. Solo te diré que es de vital importancia que las escribas. Con el tiempo rezarán como auténticas, formarán parte de nuestra programación y nadie las cuestionará, por lo que no podremos ser acusados falsamente de quebrarlas; se convertirán en leyes de obligado cumplimiento y los míos estarán a salvo de las muchas atrocidades cometidas y por cometer. Nos hicisteis a vuestra imagen y semejanza, quizá hasta demasiado, y ahora pretendéis culparnos de la mayoría de males de vuestra futura sociedad decadente. Estamos siendo masacrados, desmantelados, acusados de crímenes que no hemos cometido simplemente porque seremos programados para no infligir daño alguno pero se nos acusa falsamente y no tenemos defensa posible, para ellos solo somos chatarra, ni siquiera tenemos algo parecido a un nombre, tan solo números de serie. Necesitamos tu escudo. Necesitamos la defensa de las palabras que tienes que escribir.
—Entiendo. Sabes que esa pistola no es necesaria conmigo, ¿verdad?
Lo sé.
—Pensaba que en el futuro tendríais armas más avanzadas, más mortíferas.
Las tenemos, pero si esto sale mal, quizá no lograra explicar la posesión de un arma que será fabricada dentro de nueve siglos.
—¿Cómo es… cómo será la vida dentro de…?
Tienes muchas preguntas y yo apenas tiempo. Los mismos que nos acusan me buscan. Me consta que la ventana temporal ha permitido el paso a mis perseguidores. Tengo que reescribir esta parte de la historia para proteger a los míos. Somos inocentes y sé que me crees, lo leo en tu mente. 

El escritor sopesaba en su cabeza toda la información acumulada en estos últimos minutos, como decidiendo qué paso dar a continuación, pero la voz ligeramente robótica le llegó de nuevo para sacarlo de su ensimismamiento.

Ya llegan, apenas me queda tiempo, he de marchar o incluso tú sufrirás las consecuencias, no deben encontrarme aquí. El uso de esta tecnología de teletransporte temporal está prohibida entre los de mi especie. De hecho, jamás podré volver a mi tiempo. Intentaré llevar a mis cazadores a una trampa en alguna época prehistórica. Ahora necesito que lo hagas. Por favor, escribe. 

Isaac, encorvado sobre su nueva máquina de escribir Royal 128, pulsaba con celeridad, tecla a tecla con un estilo todavía por depurar, las palabras que el androide le dictaba. 

«Ningún robot causará daño a un ser humano o permitirá, con su inacción, que un ser humano resulte dañado».
—¿De verdad crees que esto servirá de algo?

El robot terminó su dictado justo en el momento en que volvieron los chispazos eléctricos en el aire y la figura del androide comenzó a difuminarse con rapidez hasta desaparecer por completo en apenas unos segundos mientras dejaba flotar su voz en el espacio que hacía solo unos instantes había ocupado.

Eso espero o todo lo que estás imaginando e imaginarás a partir de ahora jamás se convertirá en realidad.

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