El ciclo de la vid… en Auschwitz

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TEXTO POR ÁNGEL ABELLÁN
ILUSTRADO POR STEPHANIE HOFMANN
ARTÍCULOS
21 de Abril de 2016

Tiempo medio de lectura (minutos)

Polonia, 1942

El desborre: principios de primavera

Anielka cultivaba de todo en su pequeño terreno, pero tenía especial devoción por una viña que le permitía fabricar pequeñas cantidades de un vino de calidad interesante. De entre todas ellas, había una vid que ella misma había plantado con su padre y era su favorita. A ella dedicaba casi todo su cariño y atención. Llevaba viviendo allí desde que era niña y recordaba que todo era de una belleza escalofriante. Ahora Anielka sufría escalofríos, pero no por la belleza sino por las temibles instalaciones que se extendían cerca de su hogar: un complejo llamado Auschwitz.

Era primavera y eso quería decir que la vid estaba a punto de despertar. Su ciclo de vida se iniciaba con el desborre, cuando la savia comenzaba a circular por el interior de la cepa y aparecían las primeras yemas. Con el frío el desborre solía ser lento y tardío y los inviernos en Polonia era muy fríos, de manera que su especie vinífera debía estar bien cubierta si quería sobrevivir. Su vid había tenido un merecido descanso pero ahora ya habían aparecido las preciosas yemas, que con el tiempo crecerían, florecerían, fecundarían, fructificarían y formarían las uvas.

Foliación: mediados de primavera

Con la primavera bien entrada comienza la foliación: aparecen las primeras hojas en la vid. Es esta una fase importante para la planta, puesto que le permite utilizar la clorofila para producir los azúcares y los ácidos que se acumularían en la uva utilizando luz, dióxido de carbono y agua. Anielka se alegraba mucho cuando aparecían las primeras hojas y procuraba mantenerlas limpias y sanas. Con su habitual pañuelo en la cabeza se aventuró al huerto, contenta por el sol radiante.

Pero como cada día, la alegría duraba hasta que el sol se ocultaba tras el humo que expulsaban las chimeneas del terrorífico complejo de Auschwitz. Anielka podía sentir que su tristeza era compartida por su propia vid. 

Floración y envero: mediados de verano

No es que Polonia tenga los veranos más calurosos del mundo, pero lo cierto es que si no llega a ser por las temperaturas templadas que traía la estación del estío, la uva de la vid no valdría ni para hacer un triste mosto. Esta era la estación favorita de Anielka, pues significaba que su vid florecía por fin y se ponía guapa para la ocasión. En breve aparecerían los primeros frutos. Debía llevar especial cuidado en esta época, porque se producía el envero, una fase que era clave para que el fruto acumulase los suficientes azúcares, ácidos, taninos y antocianinas. Solo así conseguiría un buen vino polaco.

El termómetro marcaba unos 25 grados bajo el sol y Anielka decidió tomarse un merecido descanso para ir a buscar té frío. Esquivaría en la medida de lo posible la vasta extensión del campo de concentración, que abarcaba tanto espacio que era imposible ver más allá. Lo haría hasta llegar a la localidad de Oswiecim.

Se estaba despidiendo de su preciada vid antes de salir cuando descubrió que se acercaba un tumulto de gente formando una única fila. Se encontraban lo suficientemente cerca de su casa como para preocuparse. Dos soldados alemanes encabezaban, armados, la larga fila de prisioneros que en algún otro tiempo pudieron parecer humanos. Niños, mujeres y hombres eran arrastrados, tuvieran fuerzas o no, y Anielka acarició a la vid enverada antes de entrar en casa aterrorizada y cerrar la puerta con dos vueltas de llave.

El té frío podía esperar.

Agostamiento: finales de verano

Tras el terrible suceso, Anielka había pasado unos días muy asustada. Poco a poco había ido recuperándose del espanto y continuaba cuidando de su vid con todo el cariño del mundo, pero con un ojo puesto en la vasta extensión de terreno ocupada por los soldados alemanes. Ya había pasado el verano y casi había comenzado el otoño, y con este el agostamiento de la vid. Anielka, que ya tenía cierta experiencia, no se sorprendió al comprobar que el pámpano (los vástagos de la vid que habían nacido ese mismo año), había perdido por completo el color verde que le aportaba la clorofila, convirtiéndose así en el sarmiento lignificado, más robusto y resistente que el pámpano.

Se encontraba en ese momento buscando indicios de cualquier plaga o parásito, mirando bien entre las hojas y las partes retorcidas del sarmiento, cuando de repente le pareció ver a alguien saliendo de su casa por la puerta de atrás a toda velocidad. Anielka le dijo a la vid que no se moviese, cogió su pala como arma y corrió a la parte trasera de la casa. No había nadie pero la puerta del granero estaba entreabierta.

—¿Hay alguien ahí? —preguntó Anielka mientras se adentraba en el granero, tratando de controlar el temblor de su voz para aparentar valentía.
—No nos haga daño por favor —respondió una débil y tímida voz—. No queríamos entrar en su propiedad, pero no sabíamos dónde ir.

La voz provenía del fondo. A la orden de Anielka, dos jóvenes, un chico y una chica, salieron a la luz mostrándose en su totalidad. Vestían harapos  y —a pesar de la distancia— el olor a putrefacción penetró en los pulmones de Anielka, que tuvo que hacer un gran esfuerzo para evitar un par de arcadas. Anielka podía ver claramente lo que parecía ser la piel pegada al hueso.

Milagrosamente —le contaron a Anielka—, habían logrado huir del pelotón de prisioneros que pasó por allí en verano. Habían pasado en el granero todo el tiempo, escondidos, cogiendo un poco de comida de vez en cuando para poder sobrevivir, aprovechando el tiempo que Anielka cuidaba de su vid. 

Anielka, escuchó la historia con el corazón encogido y no pudo evitar las lágrimas en un par de ocasiones. Lejos de molestarse por los pequeños hurtos, les ofreció casa, cama y comida.

—Estáis en los huesos —susurró Anielka—. Comed todo lo que queráis. Después podéis lavaros en la pila de la cocina —dijo señalando hacia atrás con la cabeza—. Si necesitáis algo estaré en el huerto, cuidando a mi vid.
—¿Su vid? —preguntaron los chicos.
—¡Sí! ¿Queréis verla? Es la vid más bonita del universo —respondió una orgullosa Anielka.

Caída de la hoja: otoño

Saúl y Dalia, que así se llamaba la joven pareja de enamorados, pasaban el tiempo cuidando de la vid junto a Anelkia.

—¿Tiene Dalia algún significado? —preguntó Anielka.
—Mi madre me dijo que significaba flor, señora.
—Vaya, qué bonito. A la vid ya no le quedan flores, me temo, pero lo bueno de la vid es que en primavera volverá el desborre y con él otra vez las yemas. Por cierto… ¿estáis casados?
—¡No! —respondió Dalia con las pupilas dilatadas y las mejillas sonrosadas por el rubor— aunque estamos prometidos.
—Vaya, qué bonito. Es muy bonito…

Así era, el otoño ya había llegado hasta la casa de Anielka y la caída de las hojas hacía mella en el jovial aspecto de la vid. Toda la uva, que no era mucha, había sido recogida por Saúl y Dalia justo al final del verano, cuando estaba en su punto justo de maduración y con la cantidad de azúcares y ácidos idónea para la vinificación. Aun así, totalmente desfoliada, Anielka seguía creyendo que era la planta más bonita del universo.

Reposo de la vid: finales de otoño

Las temperaturas en aquella zona rural, cercana a Cracovia, ya eran bastante frías a finales de otoño. La vid de Anielka ya se había preparado para su gran siesta: el reposo. Comenzaba cuando las temperaturas descendían lo suficiente (por debajo de los 10 ⁰C), y la vid dejaba de tomar nutrientes para hibernar. Anielka la tapaba por las noches y a veces también por el día. 

Una gran bocanada de humo, la más grande que habían visto nunca, se liberó al cielo desde Auschwitz. Los tres lo miraron en silencio, sin saber qué decir. Anielka rompió el silencio:

—Cuando Auschwitz era mucho más pequeño y no había hornos, allá por 1940, pasé por la entrada con curiosidad. Allí vi una frase en alemán que nunca llegué a ver bien porque no llevaba las gafas de ver de lejos. ¿Vosotros sabéis qué ponía?
—Sí —dijo Saúl—. Pone Arbeit macht frei, que significa El trabajo libera.
—Vaya… qué ironía. Aunque, salvando las distancias, cuando trabajo con la vid, lo cierto es que siento liberación.

Saúl sonrió a Anielka durante un breve espacio de tiempo. Concretamente los dos segundos que un disparo tardó en alcanzar a Dalia, que cayó al suelo precipitadamente. Saúl no tuvo tiempo de gritar su nombre, pues otra bala lo abatió dos segundos después.

Un soldado alemán se acercó a la huerta lentamente, mirando a Anielka y haciendo caso omiso a los cadáveres de los jóvenes. Su rifle aún humeaba. Sus gritos en alemán confundían a Anielka que, a pesar de saber hablar el idioma con fluidez, se encontraba en estado de shock sin dejar de mirar a Saúl y Dalia. Solo entendía una palabra: traición.

El soldado levantó el arma y disparó a Anielka.

Final del invierno: con el lloro llega la primavera

La primavera ya se aproximaba de nuevo en el huerto de Anielka, y la vid, a pesar de que ya no la cuidaba nadie, despertó como cada año de su reposo invernal.

Lo que descubrió la dejó perpleja: su querida Anielka yacía muerta muy cerca de sus raíces. Esperó para ver si se encontraba también en reposo, pero no despertó. Cuando se dio cuenta de que no lo haría nunca, comenzó la última fase de su ciclo y a la vez la que indica su comienzo: el lloro. De la rama de la vid comenzaron a brotar lágrimas de savia. Por presión radicular y mediante el ascenso osmótico de la savia, esta brotó por los cortes y heridas, para renovarse y comenzar de nuevo su ciclo.

La vid llora cuando vuelve a la vida. Excepto en esta ocasión, en la que también lloraba porque su querida Anielka nunca lo haría. Porque aquel vino polaco nunca volvería a existir.

 

N. del A. Quiero dar las gracias a Encarna, que además de introducirme en el mundo del vino, usó su tiempo para corregir los errores de este novato. 

 

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