Amor bioluminiscente

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Como cada noche, una pequeña luciérnaga que habitaba en una zona húmeda y boscosa de la provincia se escapaba de casa después de cenar, ansiosa por llegar al lago. Desde que dejó de ser una larva era costumbre en su día a día revolotear hasta posarse sobre la hoja de un viejo nogal y observar lo que pasaba a su alrededor. Le encantaba observar.

TEXTO POR MARTA ISABEL GUTIÉRREZ
ILUSTRADO POR MARINA MANDARINA
ARTÍCULOS
QUÍMICA | RELATO
12 de Mayo de 2016

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La ilustración de portada pertenece al artículo «La portadora de luz» escrito por Fer Gomollón-Bel, publicado originalmente en el episodio 1 de Principia 


Podía quedarse mirando y escuchando en la tranquilidad de la noche hasta que el sol, tímido, dejaba ver sus primeros rayos reflejados en el agua cada amanecer. Y gracias a su capacidad de observación aprendió mucho sobre el mundo en el que se hallaba. Podía escuchar a los grillos entonar diversas melodías al frotar sus alas entre sí. Podía ver como la luna y las estrellas dibujan en el cielo un camino, diferente cada noche, por el que imaginaba viajar y viajar y descubrir nuevo mundo. 

Pero desde hace unos días algo distinto, algo nuevo, algo que nunca antes había observado se dejaba ver entre las hojas de los juncos que ondeaban en el lago. «¿Qué será?», pensaba, «¡Nunca había visto algo así!» Una luz verdosa parpadeaba intermitente pero intensa al otro lado del lago. Una luz nueva para él, algo nuevo que aún estaba por descubrir.

El silencio de aquella noche dejaba escuchar el susurro del viento que se colaba entre los árboles. Todo parecía normal y con intenciones de observar mejor aquel destello nuestro pequeño insecto se acercó al lago para poder verlo más de cerca. Pero de repente comenzó a sentir que algo en su interior estaba cambiando. Se notaba nervioso, alterado, su corazón latía acelerado y era incapaz de concentrarse en el vuelo. Por un segundo su abdomen se iluminó, mostrando levemente una luz del mismo tono que aquella que estaba ocupando sus pensamientos. 

«¿Qué está ocurriendo?» exclamó desconcertado. Al asomarse a las cristalinas aguas del lago pudo verlo con más claridad: su abdomen lucía como si fuera uno de aquellos farolillos utilizados en las fiestas para adornar las calles. De nuevo, otro pulso de luz, y así, durante unos cuantos segundos más, su cuerpo emitía una y otra vez pequeños rayos de un tono verde lima.

Lo que nuestro coleóptero no sabía era que esa luz, proveniente de su abdomen, estaba compuesta por fotones como los de la luz del sol pero que tenía una característica muy especial que la distinguía de cualquier otra luz que hubiera observado antes: esa luz era de origen biológico. Era bioluminiscencia. Los fotones que formaban esos verdosos rayos se desprendían gracias a una reacción química en la que una enzima llamada luciferasa, transfiere energía a una proteína, la luciferina, convirtiéndola en una versión oxidada: la oxiluciferina. La oxiluciferina es una versión en la luciferina en la que algunos electrones están en un estado de alta energía. Cuando estos electrones caen a niveles inferiores se emite un fotón, es decir, luz. Se llama bioluminiscencia porque se trata de una conversión directa de la energía química en energía lumínica por un organismo vivo. Aquella luciérnaga estaba emitiendo su propia luz. 

Sin embargo, la otra luz que llevaba observando cada noche desde hace días no era emitida por su propio cuerpo y eso seguía volviendo loca a nuestra luciérnaga. Esa luz parecía esperarle, como queriendo decir algo. Cada minuto era más y más intensa y se sentía más y más atraída por ella, como si no pudiera escapar, como si no quisiera hacerlo. Y a la vez su abdomen palpitaba más y más rápido, casi al compás de una canción, con más y más fuerza, de un modo más incontrolado. 

Y así pasaba el tiempo, los segundos, los minutos. Hasta que por fin se armó de valor y cruzó el lago y entonces la pudo ver. Sí, pudo verle, como si de un reflejo se tratara. Pero esta vez no, esta vez no era su reflejo en el lago, esta vez era hermosa y su luz era la más verde y más brillante que jamás había visto. Y sintió calor. Otra luciérnaga le estaba observando desde el otro lado del lago, le estaba llamando con su luz. 

Se acercó a ella y en ese momento sus luces se unieron formando solo una, como una estrella más del firmamento, como una estrella más de aquellas que formaban cada noche el camino que siempre había observado y había querido recorrer, un camino del que ahora podía formar parte.

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