Arte celestial

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Una noche te alejas de la ciudad. Miras al cielo. Lo que ves no puedes describirlo con palabras. Estrellas, constelaciones, galaxias, nebulosas, planetas. Multitud de sentimientos contradictorios se agolpan en tu cabeza. Se necesitaría a un verdadero artista capaz de transmitirlos. 

TEXTO POR JORGE BUENO
ILUSTRADO POR BÁRBARA DE LA GARZA
ARTÍCULOS
ARTE | ASTRONOMÍA
23 de Junio de 2016

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Piensas en utilizar palabras como belleza, maravilla… pero sabes que ninguna palabra de las que conoces describe lo que has visto y lo que has sentido. Y mucho menos una sola palabra. Piensas que lo mejor sería escribirlo, pero hay demasiada belleza. Quizá la poesía te ayude. O la música; siempre desata muchos sentimientos. Quizá compongas alguna pieza. ¿Y si lo dibujas? Así todo el mundo verá a través de tus ojos. No estás solo en esa búsqueda: durante siglos, el cielo ha sido la inspiración de todo tipo de artistas.

Cada civilización ha creído ver en el cielo diferentes figuras y, como tal, las ha representado uniendo diferentes puntos luminosos en constelaciones. A cada constelación se le asignaba un nombre. Los nombres recordaban a las figuras que representaban e incluso, a veces, a personajes mitológicos que eran inmortalizados en el cielo nocturno.

Cada civilización ha creído ver en el cielo diferentes figuras y, como tal, las ha representado uniendo diferentes puntos luminosos.

En su mitología, los dioses vigilaban la tierra y sus habitantes. A veces se inmiscuían en sus asuntos. Cuando el ser humano descubrió que algunos de esos astros se movían por el cielo, no dudó en asignarles el papel de los dioses, pues de esta forma podían observar todo el mundo desde las alturas. Estas decisiones acabaron teniendo un impacto insospechado, pues aún hoy nombramos a muchos astros gracias a los nombres inspirados por la mitología grecorromana: el planeta más cercano al Sol, y que aparentemente cambia de posición con mayor rapidez, fue nombrado Mercurio por recordar al mensajero de los dioses, el más raudo del Olimpo. El planeta rojizo se asimiló al dios de la guerra, Marte, siempre cubierto de la sangre de los derrotados. Esta decisión arbitraria, cultural o religiosa, de dotar de un sentido o de una personalidad a los astros del firmamento tuvo unas consecuencias muy profundas en el arte de los siglos siguientes.

Asimismo, muchos músicos a lo largo de la historia han intentado expresar lo que el cielo nocturno nos transmite. Poniendo música y letra a los astros y su mitología han emocionado a muchas generaciones. Y aunque ese conocimiento esté ahora desfasado o las emociones fueran personales, prácticamente todos seguimos compartiendo ese vínculo al escuchar la música que se compuso muchos años atrás.

Por ejemplo, Franz Schubert (1797-1828) nos hablaba en su composición Lied eines Schiffers an die Dioskuren de las estrellas más brillantes de la constelación de Géminis: Castor y Pólux. Estas estrellas llevan el nombre de los dos gemelos, los dioscuros o hijos de Zeus. Los dioscuros son los patrones de los marineros, así Schubert habla de cómo estas dos estrellas iluminan la noche y cuidan a los marineros en su barca. La primera parte de esta composición (traducida) dice así:

«Dioscuros, estrellas gemelas
que ilumináis mi barca,
en el mar me aquietan
vuestra dulzura, vuestro cuidado».

Esta composición de Schubert tiene letra, y por lo tanto puede transmitir la emoción de una manera más directa. Sin embargo, la música sin letra también es capaz de transmitir emociones, que para cada persona son diferentes. Un buen ejemplo de ello es la Serenata nº 13 para cuerdas en sol mayor KV 525 de Wolfgang Amadeus Mozart, también conocida como Eine kleine Nachtmusik o Pequeña serenata nocturna. No se sabe muy bien por qué o para quién escribió Mozart esta pieza, sin embargo, el título hace que mientras se escucha se evoque el cielo nocturno de alguna manera. En mi caso, por ejemplo, el primer movimiento allegro me recuerda al movimiento rápido de los planetas sobre el fondo fijo de estrellas.

Si hablamos de mitología y el cielo nocturno es inevitable recordar que durante mucho tiempo se pensó que los astros eran capaces de determinar nuestro destino. Sorprendentemente, incluso en épocas recientes, los planteamientos astrológicos también tuvieron su acogida entre las interpretaciones musicales relacionadas con el cielo. Es el caso, por ejemplo, de Los Planetas de Gustav Holst. Una suite orquestal reciente (1916) cuyos movimientos tienen los sugerentes nombres de Marte, el portador de la guerra; Venus, el portador de la paz; Mercurio, el mensajero alado; Júpiter, el portador de la alegría; Saturno, el portador de la vejez; Urano, el mago; y Neptuno el místico. El despropósito de esta obra es que el propio compositor dijo que se basaba en el significado astrológico de los planetas.

La poesía se ha llegado a definir como una manifestación literaria de la belleza. Por ello, no es de extrañar que se hayan dedicado versos a los astros. Los árabes siempre han tenido una pasión por el cielo y las estrellas. Contribuyeron a transmitir el conocimiento astronómico adquirido por los griegos y muchas de las estrellas que contemplamos llevan nombres árabes, como por ejemplo las más brillantes de la constelación de Orión. Betelgeuse, Rigel, Alnitak, Alnilam, Mintaka

La poesía se ha llegado a definir como una manifestación literaria de la belleza. Por ello, no es de extrañar que se hayan dedicado versos a los astros.

Su contribución a la transmisión de la astronomía desde un punto de vista poético es extensa. Por ejemplo, Ibn Sara de Santarém (1043-1123) escribió:

«Parecía un jinete a quien la rapidez de la carrera
desatara el turbante
y que lo arrastrase entero tras de sí como un velo
que flota».

Estos versos hacen alusión a la observación de una estrella fugaz, como posiblemente hayas averiguado.

España ha dado al mundo grandes astrónomos y grandes poetas. El conocido autor de la Generación del 27, Federico García Lorca (1898-1936) escribió el Romance a la Luna, cuyos primeros versos dicen así:

«La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando».

Las emociones también nos entran por los ojos. A través de la pintura, una de las formas de representación artística más antiguas, diversos pintores a lo largo de la historia nos han ayudado a visualizar ese conocimiento al tiempo que intentaban transmitirnos sus emociones.

Frederic Church (1826-1900) pintó un cuadro titulado Meteoro que ilustra muy bien el fenómeno.

Meteoro. Obra de Frederic Church

Quizá uno de los cuadros más curiosos en lo relativo a un intento de ilustrar un contenido astronómico de forma rigurosa (para la época) sea Saturno devorando a sus hijos, de Pedro Pablo Rubens (1577-1640). En esta obra se puede ver la figura de un anciano comiéndose a un niño. Lo interesante es lo que se puede ver detrás de la figura del anciano: tres estrellas alineadas, siendo la del centro más brillante que las de los lados. Se sabe que esta obra se pintó después de que Galileo observara Saturno con su telescopio. Debido a las limitaciones técnicas, Galileo no interpretó correctamente los anillos de Saturno cuando los vio, sino que le parecieron una especie de alineamiento de tres puntos. Es decir, una estrella brillante central (Saturno en sí mismo) y dos menos brillantes y más pequeñas a los lados (los anillos).

Saturno devorando a sus hijosObra de Rubens

Así pues, no debe sorprendernos que la belleza y los misterios que esconde el cosmos sean motivo de inspiración para las artes plásticas y literarias, pues ya son, en sí mismas, hermosas obras de arte que permanecerán en el infinito lienzo del universo. 

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