Émilie du Châtelet, tesón y ciencia ilustrada

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El 10 de septiembre de 1749 fallecía la científica francesa Gabrielle-Émilie Le Tonnelier de Breteuil, más conocida como  Émilie du Châtelet al adoptar el apellido de su marido, el marqués du Chastellet, apellido que posteriormente fue tuneado hasta el archiconocido Châtelet.

TEXTO POR QUIQUE ROYUELA
ILUSTRADO POR ANA BUQUERIN
ARTÍCULOS | MUJERES DE CIENCIA | EFEMÉRIDES
ÉMILIE DU CHÂTELET | FÍSICA | MATEMÁTICAS | NEWTON | VOLTAIRE
10 de Septiembre de 2019

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El 10 de septiembre de 1749 fallecía la científica francesa Gabrielle-Émilie Le Tonnelier de Breteuil, más conocida como  Émilie du Châtelet al adoptar el apellido de su marido, el marqués du Chastellet, apellido que posteriormente fue tuneado hasta el archiconocido Châtelet.

Recibe las lecciones académicas de los mejores profesores particulares proporcionados por su padre. Desde su infancia se alimenta de los autores clásicos tanto en su lengua materna como en italiano, griego, alemán e inglés. Su padre, funcionario de la corte de Luis XIV en Versalles y posteriormente en París, le insta también a aprender latín y a leer la poesía de Horacio, Virgilio (del que comienza una traducción de la Eneida), Lucrecio y la filosofía de Cicerón. Aparte de ser una gran lectora, con una vasta cultura, dominadora de varias lenguas, desde una edad muy temprana muestra su interés por la traducción, la filosofía y las matemáticas.

Émilie conoce a Voltaire mientras estaba casada y este queda prendado de ella, reconociendo que era la única mujer en toda Francia con la que podía mantener una conversación sobre filosofía y ciencia. Ambos coincidían en que para entender el mundo había que conocer los trabajos de un desconocido británico llamado Isaac Newton.

Sin embargo, en una época donde las mujeres no podían explicar sus ideas y discutir de ciencia en los foros adecuados, ya que tenían vetada la entrada, ya fuese la Academia de las Ciencias de París o en el famoso Café Gradot, donde se reunían los matemáticos, astrónomos y físicos más relevantes a discutir sobre ciencia, un ejercicio intelectual reservado a los hombres. De hecho, una tarde Émilie se disfrazó de hombre para entrar al Café Gradot simplemente para poner de manifiesto la absurdez de la norma, lo que resultó muy divertido para el célebre matemático Maupertuis, con quién no dudó en discutir sobre matemáticas, así como con Clairaut, dos de sus maestros. También usó sus habilidades matemáticas para diseñar estrategias de éxito para los juegos de azar.

Vivió una temporada con Voltaire en su casa de campo de Cirey-sur-Blaise, al noreste de Francia, donde entre ambos desarrollaron y publicaron varios estudios en física y matemáticas, compartiendo su pasión por la ciencia.

En su empeño porque el trabajo científico de una mujer fuese reconocido se presentó sal gran premio de 1737 que la Academia de las Ciencias de París había convocado sobre la naturaleza del fuego. Aunque no resultó ganadora, tampoco Voltaire sino que el afortunado campeón fue Euler, su trabajo recibió una mención de honor y fue publicado por la Academia, junto al de Voltaire y el de los ganadores, en 1744, convirtiéndose en la primera mujer en publicar un artículo de la Academia.

A mediados de la década de los 40 del siglo XVIII Émilie du Châtelet es elegida para traducir al francés la obra de Isaac Newton (traducción supervisada por el propio Newton) Philosophiæ naturalis principia mathematica (sobre la tercera edición que había sido publicada en 1726). Aunque una parte de la obra salió a la luz en 1756, no fue hasta 1759 que apareció la obra completa, una vez fallecida madame du Châtelet. Y durante muchos años fue la única traducción de los Principia al francés, con lo que supuso para los intelectuales y académicos franceses de la época.

Además, no solo se limita a traducirlo sino que, en un alarde de osadía, añade comentarios al texto de Newton, en particular al campo del álgebra y la mecánica, donde basándose en las ideas de Clairaut hasta el mismo Voltaire reconoce que el trabajo de madame du Châtelet es mucho más que una simple traducción.

En 1741 Émilie du Châtelet publicó un libro donde responde al mismísimo secretario de la Academia de las Ciencias, Dortous de Mairan, acerca de una serie de cuestiones matemáticas. Pero no solo eso, sino que se atrevió a escribir un análisis crítico de la Biblia.

En la traducción que hizo de La fábula de las abejas de Bernard Mandeville no solo se limitó a traducir sino que añadió sus propios comentarios, y aprovechó para criticar la filosofía de John Locke. Escribió un prefacio en el que dejó claro el prejuicio al que las mujeres se veían sometidas las mujeres en la ciencia, dando pie al lector a reflexionar por qué a la largo de la Historia las grandes obras pictóricas, literarias, poéticas o científicas nunca habían sido escritas por mujeres.

Émilie du Châtelet nos dejó un legado científico fundamental para comprender el trabajo de Newton, no solo con lo que supuso la traducción al francés, sino por sus afortunadas anotaciones y su propio concepto sobre la conservación de la energía. Además, fue una gran valedora de la educación de las mujeres y de la igualdad de oportunidades.

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