Miradas

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Se ha escrito mucho sobre las miradas. Puede que incluso sea un tópico manido en la literatura, especialmente en poemas y artículos breves, como este. Pero detrás de los tópicos siempre hay algo de realidad. Igual que detrás de cada mirada hay no una, sino cientos, miles de historias. Por eso tantas y tantas personas hemos visto una mirada concreta o, como en mi caso, varias miradas, y nos hemos visto impelidos a escribir sobre ellas.

TEXTO POR CARLOS ROMÁ-MATEO
ILUSTRADO POR LUIS ARMAND VILLALBA
ARTÍCULOS
BIOLOGÍA
31 de Octubre de 2016

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Personalmente, nunca entendí que una mirada pudiese transmitir tanto. ¿Qué es una mirada, al fin y al cabo? Dos ojos, dos globos oculares. Desde un punto de vista biológico, no tiene ningún sentido hablar de una ventana a ninguna parte, de un reflejo de la mente, un escaparate de los circuitos neuronales que nutren las emociones, sentimientos y acciones de su poseedor. Pero algo hay en las miradas. Somos animales tremendamente empáticos —la mayoría de nosotros— y de algún modo hemos adquirido la capacidad de ver más allá, de leer los reflejos, el temblor o la templanza de unos ojos y traducirlo en una interpretación bastante fidedigna de lo que pasa por la mente que los dirige. Así hemos conseguido desentrañar el deseo, la sinceridad, la pena o la dicha. Se han forjado así multitud de ideas románticas que han nutrido los escritos y fantasías de tantos otros, antes que yo mismo.

¿Qué es una mirada, al fin y al cabo?

Hoy, quiero escribir sobre miradas pero de otro tipo. Miradas que todos los que me lean reconocerán enseguida. Me refiero a esas miradas vacías, frías, inertes. Miradas de personas vivas, personas que caminan entre nosotros a diario, miradas de ojos biológicamente perfectos, con la salvedad de que no los podemos traducir. Esas miradas se han granjeado con el tiempo todo tipo de calificativos, a menudo peyorativos. Decimos de aquel que mira de una cierta manera que parece ido, como poco. La mirada del tonto, del loco, del sociópata. Todo aquel que mire sin fijar la vista, que hable sin posar sus pupilas allá donde las palabras parecen querer indicar, que parezca mirar a través de nosotros… tiene una mirada perturbada. Nos incomoda y nos hace desviar nuestra propia mirada, delatando nuestra incomodidad, nuestro temor, nuestro prejuicio. «Mírame a los ojos», exigimos cuando queremos asegurarnos de que nuestro interlocutor se entera de lo que queremos transmitir. Mas en estos casos preferimos apartarnos cuanto antes de la trayectoria de esas miradas perdidas. ¿Qué hay detrás de ellas? ¿Qué sucede en esos cerebros que no son capaces de controlar los órganos visuales que les corresponden? Las respuestas son tan múltiples como las historias que esconden. Porque sí esconden historias, tan apasionantes, emocionantes y emotivas como las que pueblan las miradas más inteligentes y románticas descritas en la literatura, el cine y las demás artes. A veces son historias paradójicamente alegres, que describen una vida simple, ajena a su propia condición fuera de lo que llamamos norma. Puede que sus dueños no te miren fijamente pero sus mentes están en paz, tranquilas, disfrutando cada segundo de vida que controlan. En otros casos, las historias tras las miradas son tristes, desgarradoras. Esconden una lucha o peor aún, una batalla perdida. Tal vez un episodio de calma tras una tormenta, una tensión dramática que desgarra a su poseedor. Miradas de alguien que cree ser otra persona. De alguien que escucha palabras que no están siendo pronunciadas. De alguien que ve algo que nadie más es capaz. De alguien que no sabe quién es. De alguien que sabe demasiado bien quién es y lo que puede hacer. De alguien que siente que está continuamente luchando. De alguien que está cansado de luchar.

No voy a terminar con una reflexión, ni con una lección, ni con un manual para enfrentarse a miradas incómodas, ni voy a elaborar una lista de consejos sobre cómo parecer inmune a la impresión de enfrentar una mirada tan dura como las que acabo de describir. Nadie está preparado para mirar a los ojos de un ser querido y ver más allá del vacío que aparece allí donde debería haber emoción, recuerdo o simplemente razón. Nadie puede mirar a un desconocido con una de esas miradas y sentirse en posesión de la facultad de ayudarle, de respetarle o, simplemente, de no parecer intimidado. Solo quería dejar un mínimo testimonio de todo lo que puede haber tras esas miradas, dejar constancia de mi pena y mi consternación cuando me cruzo con ellas, y cuando recuerdo lo que es no saber con quién estás hablando, preguntarte dónde habrá ido la persona a la que creías dirigirte y a quién ha dejado al cargo de su cuerpo, su voz y su mirada.

Hay miles de historias que contar detrás de una mirada. Puede que no sean historias bonitas pero lo que es indiscutible es que toda historia, por definición, merece ser contada.

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