¿Hay alguien ahí? Episodio II: El viaje a los cuatro mundos

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Los organismos extremófilos nos marcaron las pautas a seguir para buscar vida en las proximidades de nuestro planeta. Sabemos que la vida en la Tierra puede colonizar prácticamente cualquier lugar y que puede ser muy resistente, mucho más de lo que pensábamos. Ahora, sin dejar de estudiar los análogos terrestres, la tarea es comprender de la mejor manera posible a nuestros vecinos planetarios porque, quién sabe, tal vez nos den una sorpresa…

TEXTO POR ANTONIO PÉREZ VERDE
ILUSTRADO POR PAOLA VECCHI
ARTÍCULOS
ASTROBIOLOGÍA | ASTRONOMÍA | EXTREMÓFILOS
24 de Noviembre de 2016

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La Tierra. Seguimos aquí. Nuestra atalaya para observar el universo. Gracias a los extremófilos ya conocemos un poco mejor esa docena de píxeles que fotografió la sonda Voyager en el año 1990. Llegó el momento de trasladarnos a los cuatro destinos que probablemente sean los lugares más aptos para albergar vida tal y como la conocemos en nuestro planeta.

Subimos a nuestra nave, tomamos asiento y nos abrochamos los cinturones. Los motores hacen temblar toda la estructura. Tras un despegue horizontal estamos en el aire. Ahora solo nos falta acelerar y trazar una curva que nos haga salir de la atmósfera terrestre. Ha sido una maniobra tan rápida que casi no nos hemos dado cuenta. El cielo es oscuro pero basta con mirar por la ventana del lado izquierdo para ver una gran superficie azul con formas marrones y verdes, todo ello rasgado por manchas blancas. La curvatura de la Tierra se nota cada vez más.

Llega el momento de pulsar el modo velocidad luz y dirigirnos hacia nuestro primer destino: Saturno, el gran planeta anillado. Nuestros cuerpos parecen pegarse a los asientos, no hay forma de moverse. Y tras unos pocos segundos… calma. Una sensación rara porque todo parece normal, aunque vemos cómo Marte está cada vez más cerca hasta que lo pasamos de largo casi sin darnos cuenta.

Tras una hora y media de viaje llegamos a nuestro destino. Salimos del modo velocidad luz y cambiamos ligeramente el rumbo para entrar en órbita, de esa forma reduciremos la velocidad poco a poco. Nos estabilizamos. Esperamos a tener visión del primero de nuestros objetivos: Encélado, uno de los satélites de Saturno. Lo vemos aparecer, es blanco, brilla mucho y tiene un tamaño enorme desde nuestra posición. Entramos en la sonda de aterrizaje, activamos los motores y nos dirigimos allí. Recorremos de un plumazo los 200 000 kilómetros que nos separan y aterrizamos suavemente. Ya hemos llegado.

Encélado fotografiado por la sonda Cassini. Créditos: NASA/JPL-Caltech/Space Science Institute.

Podría parecer la Antártida ya que todo está cubierto de hielo. Lo que diferencia a Encélado del continente helado terrestre es que aquí hay grandes cañones y montañas escarpadas. La zona en la que estamos está llena de grietas. Resulta inquietante el hecho de que de alguna de estas grietas salen vapores a propulsión, como si fuera una olla a presión soltando el vapor que le sobra. Se cree que estos vapores procederían del océano subterráneo que posee Encélado por acción del tirón gravitatorio del gran Saturno unido a la diferencia de presión.

Por aquí arriba parece que no hay rastros de vida. Pero sin duda, en el océano que hay bajo nuestros pies la cosa se vuelve interesante. Tras los análisis de las plumas de vapor que se han podido realizar, se sabe que la mayor parte están compuestas por vapor de agua y metano, además de contener trazas de monóxido de carbono, dióxido de carbono y pequeñas cantidades de materia orgánica tanto simple como compleja, así que, los ingredientes para formar vida están presentes. ¿Habrá vida?

Se nos acaba el oxígeno de nuestros trajes y nuestra nave nodriza pasará justo por encima de nosotros en pocos minutos. Subimos y la sonda de aterrizaje ha quedado convertida en sonda de despegue. Activamos los motores y es fácil despegar debido a la bajísima gravedad de Encélado, además, como vamos hacia Saturno, su tirón gravitatorio nos ayuda a despegar. Sin salir de la sonda, nos llenan los tanques de combustible porque enseguida veremos nuestro próximo objetivo: Titán. Ya lo vemos.

Titán está a tiro. Algo más de 1 200 000 kilómetros nos separan de él. Tras hacer una amplia inserción orbital, vamos acercándonos a la superficie poco a poco. El color verdoso que mostraba al principio se torna marrón. Me recuerda a un aterrizaje en avión porque atravesamos un banco de nubes y bajo ellas, un gran lago. Empezamos a ver accidentes geográficos similares a los de Encélado y… similares a los de la Tierra. Aunque aquí no hay fisuras ni fumarolas, Titán también parece tener un océano subterráneo y otro en superficie pero no de agua, sino de metano.

Titán fotografiado por la sonda Cassini. Créditos: NASA/JPL-Caltech/Univ. Arizona/Univ. Idaho.

En Titán no hay ciclo de agua, aquí el ciclo es de metano: se evapora de sus lagos, se deposita en sus nubes y se precipita nuevamente a la superficie en forma de lluvia, formando ríos, lagos y océanos. Son aguas muy similares a las que encontrábamos en Pitch Lake, y un acierto llevar traje de astronauta porque, entre otras cosas, el olor aquí fuera debe ser insoportable: tanto metano debe hacer que todo el satélite huela a huevos podridos. Para los investigadores, Titán es considerado como un gran laboratorio de la Tierra primitiva, sus condiciones son similares a las que había en las primeras épocas de nuestro planeta cuando la vida estaba a punto de surgir.

Es el momento de volver a la sonda para acoplarnos a la nave nodriza. Encélado y Titán resultan muy interesantes para buscar vida en ellos: en Encélado existen todos los ingredientes para crear vida en su océano subterráneo, y en Titán existen condiciones muy similares a las de la Tierra prebiótica. ¿Pudo surgir la vida también en estos lugares? No hay pruebas, pero no cabe duda de que son grandes candidatos. Ya estamos en la nave y nos dirigimos a nuestro siguiente objetivo: Júpiter.

Activamos el modo velocidad luz y nos proponemos a cubrir los 1500 millones de kilómetros que nos separan. Nuestras espaldas se vuelven a pegar a los asientos durante unos segundos. Nos espera un viaje de poco más de una hora y cuarto. Júpiter es grande, el planeta más grande del sistema solar. Poco a poco vemos como su tamaño en el cielo aumenta considerablemente. Ya estamos llegando y para estabilizarnos hacemos una inserción orbital amplia pasando muy cerca de su sistema de anillos, que no es tan impresionante como el de Saturno.

Nuestro objetivo es su satélite Europa, y ya lo vemos brillar justo sobre el horizonte joviano. Volvemos a introducirnos en la sonda de aterrizaje y esperamos el momento adecuado. Debemos de estar a punto de ser eyectados porque los motores hacen temblar todo. La cuenta atrás llega a cero y empieza el viaje al satélite. Es de un tono gris claro pero conforme nos acercamos vemos unas bandas anaranjadas, casi rojas, que le dan su aspecto inconfundible. Nos posamos en una pequeña llanura. Al asomarnos vemos un paisaje similar al de Encélado pero menos escarpado, sin cañones. Hielo. Tan solo hielo y manchas rojizas.

Muy cerca de nosotros hay un géiser al cual nos aproximamos. El suelo de Europa se hace respetar. En algunas zonas notamos como el hielo se resquebraja ante nuestros pies, pero no habría de qué preocuparse porque esta corteza mide varias decenas de kilómetros. Según algunos estudios, habría tanta agua en el interior de Europa como el equivalente a 2-3 veces la del agua de la Tierra. Y de vez en cuando, sale al exterior a través de géiseres como este.

El satélite Europa fotografiado por la sonda Galileo. Créditos: NASA/JPL/DLR.

Ocurre también que los géiseres hacen aflorar los materiales internos y los depositan en superficie. Y hay algo muy abundante: sal. Tal y como ocurre en el mar Muerto, la concentración de sal en el océano de Europa es muy alta. De hecho, estos tonos rojos y anaranjados no son otra cosa que depósitos de sales procedentes del interior del océano. Además de sales también se han detectado compuestos de nitrógeno por lo que aquí abajo es un buen lugar en el que buscar indicios de vida.

Nuestra nave nodriza está a punto de pasar sobre nosotros. Es el momento de subir a bordo de la sonda porque nos queda el último viaje. Ya hemos despegado de la superficie de Europa y estamos atracando en la nave nodriza. Nos sentamos y nos preparamos para activar el modo velocidad luz. Viajaremos algo menos de una hora. Un recorrido de 970 millones de kilómetros nos espera.

El viaje ha sido rápido, nos hemos insertado correctamente en órbita marciana y nos disponemos a aterrizar con nuestra sonda. A medida que nos adentramos en su atmósfera, muy tenue por cierto, notamos como los escudos térmicos se calientan. Ya hemos pasado la fase crítica y vemos el suelo marciano cada vez más cerca. Se me viene a la cabeza una imagen de la Tierra desolada en el futuro distópico que nos han mostrado algunas películas. Así es Marte. Hemos llegado. Bajamos.

Está sobradamente demostrado que por Marte discurrieron ríos que desembocaban en lagos y océanos. Las altas concentraciones de óxidos de hierro seguramente tiñeron las aguas y las hicieron altamente tóxicas para nosotros, pero no para los microorganismos que viven en similares condiciones en el cauce del río Tinto en Huelva.

La formación Kimberley en Marte fotografiada por el rover Curiosity. Créditos: NASA/JPL-Caltech/MSSS.

En la atmósfera de Marte también hay metano, un gas que se puede generar de manera geoquímica o de manera biológica. Un reciente estudio propone que la mayor parte del metano marciano procede de las ceolitas, un aluminosilicato que tiene la capacidad de hidratarse y deshidratarse reversiblemente, descartando así el origen biológico. Los clatratos también tienen gran parte de culpa de la existencia de metano en Marte, que son unas redes moleculares capaces de retener cierto tipo de moléculas, por lo que también lo originarían de manera geoquímica.

¿Y qué tiene de particular el metano de Marte? Ni más ni menos que allí el metano se extingue en unos 300-600 años debido a la radiación solar. Si no hubiese fuentes de metano los registros indicarían que este compuesto iría reduciendo sus cantidades, pero no es así, sino que se mantiene constante. Necesariamente, el metano se sigue produciendo en este planeta a día de hoy. ¿Son suficientes las ceolitas y los clatratos para mantener constante el metano marciano? O por el contrario, ¿existe alguna otra fuente desconocida? Y de existir, ¿estaríamos hablando de un origen geoquímico o biológico?

Y con esta pregunta nos marchamos a nuestro planeta. Nos disponemos a subir a la sonda para acoplarnos a la nave nodriza. Marte, por su tamaño, ha sido el lugar donde más combustible hemos empleado en despegar, pero finalmente estamos acoplados. Ahora, solo queda poner el modo velocidad luz y en un momento estaremos en casa.

La Tierra se nos muestra brillante, parece estar ahí al lado, y realmente lo está porque en casi nueve minutos llegaremos. Notamos cómo se hace más y más grande y en cuanto nos queremos dar cuenta, reducimos la velocidad y entramos en órbita. Descendemos y la nave se calienta, pero es normal y todo está previsto. Aterrizamos. Ya estamos en la Tierra. En casa.

Se me viene una pregunta a la cabeza: Cuando hemos visitado todos esos lugares, ¿había vida tal y como la conocemos bajo nuestros pies? Y si la vida que allí existe no es como la conocemos aquí en la Tierra y no hemos sido capaces de identificarla aun teniéndola delante de nuestras narices?

Muchas preguntas, pocas respuestas. Pero esto es así. Hay que seguir investigando.

Referencias

— E.S. Kite & A.M. Rubin (2016). “Sustained eruptions on Enceladus explained by turbulent dissipation in tiger stripes”. Proceedings of the National Academy of Sciences, 113-15, pp 3972-3975.
— J.D. Waite et al (2006). “Cassini Ion and Neutral Mass Spectrometer: Enceladus Plume Composition and Structure”. Science. 311 (5766): 1419-22.
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B. Noyelles & F. Nimmo (2014). “New insights on Titan's interior from its obliquity”. arXiv:1403.2276.
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J.D. Anderson et al (1998). “Europa's Differentiated Internal Structure: Inferences from Four Galileo Encounters”. Science, 281, 2019.
— M.E. Brown et al (2013). “Salts and Radiation Products on the Surface of Europa”. The Astronomical Journal, 145-4.
— O. Mousis et al (2016).“Martian zeolites as a source of atmospheric methane”. Icarus 278, pp 1-6.
— Caroline Thomas et al (2009). “Variability of the methane trapping in martian subsurface clathrate hydrates”. Planetary and Space Science 57-1, pp 42-47.

 

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