Las astrónomas de Harvard

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Annie Jump Cannon, Antonia Maury, Henrietta Leavitt, Williamina Fleming, Cecilia Payne… Estos y otros muchos nombres han llegado a convertirse para mí en personajes legendarios. No puedo leerlos sin alzar la vista a las estrellas y soltar un suspiro (o dos). Y es que sentaron las bases de la astronomía moderna, ¡ordenaron el cielo! Y por el camino descubrieron algunos detalles de nuestro universo que habían permanecido ocultos tras las estrellas durante miles de años.

TEXTO POR PATRICIA LIBERTAD
ILUSTRADO POR ANGYLALA
MUJERES DE CIENCIA
ASTRONOMÍA | MUJERES DE CIENCIA
3 de Abril de 2017

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Edward Pickering fue el cuarto director del Observatorio de Harvard. Gestionar los recursos del mismo no era tarea fácil y en ocasiones tuvo que poner dinero de su bolsillo. Los únicos ingresos que recibía el observatorio eran por el servicio de hora exacta que ofrecía. Pickering usó todo su encanto para reunir a gran cantidad de entusiastas de la astronomía, unos hacían aportaciones económicas regulares, otros se dedicaron a la observación de estrellas desde sus casas. Además, consiguió valiosos mecenas, entre los que destacan la señora Draper y la señorita Bruce.

La señora Draper era la viuda de Henry Draper, quien la había contagiado con su pasión por la astronomía. Draper hizo pasar la luz de las estrellas a través de un prisma descomponiendo la luz blanca en todos los colores del arco iris, consiguiendo inmortalizarlos sobre un cristal en forma de líneas negras y blancas: espectro. Con él tenía la intención de averiguar de una vez por todas de qué estaban hechas las estrellas. Lamentablemente, murió a los cuarenta y cinco años dejando su tarea sin cumplir. La señora Draper no se veía capaz de hacer frente a tal misión y Pickering la convenció para que la dejara en sus manos. Ahí comenzaría una larga amistad basada en la creación del Catálogo Estelar Henry Draper.

Pero lo más sorprendente que hizo Pickering fue contratar a un equipo de mujeres, algo fuera de lo común si tenemos en cuenta que por aquella época en Harvard no había mujeres, ni profesoras ni alumnas. Cuenta la leyenda que un día Pickering se enfadó con un ayudante masculino y le dijo que hasta su doncella lo haría mejor. Y ni corto ni perezoso se la llevó a trabajar al observatorio. Fue la primera del harén de Pickering, un grupo de mujeres que durante décadas se encargaron del estudio de las placas de cristal en las que se plasmaban las fotografías y espectrografías de las estrellas tomadas en los observatorios de Harvard.

Pero lo más sorprendente que hizo Pickering fue contratar a un equipo de mujeres, algo fuera de lo común si tenemos en cuenta que por aquella época en Harvard no había mujeres, ni profesoras ni alumnas.

El equipo de mujeres contratado por Pickering (este a la izquierda). Créditos: Harvard University Archives/HUV 1210 (9-4)

Williamina Fleming entró a trabajar como doncella en las dependencias privadas de los Pickering en una situación muy delicada. Había emigrado desde Escocia con su marido, pero este la abandonó después de quedarse embarazada. Era una mujer muy trabajadora e inteligente, cosa que no pasó desapercibida y motivó que Pickering se la llevara al observatorio. Se había preparado para ser maestra, sin embargo, llegó a ser considerada astrónoma, fue la jefa de las calculadoras de estrellas y se convirtió en la primera mujer en obtener un cargo en Harvard: conservadora de las fotografías estelares.

Williamina Fleming

Williamina ayudó a Pickering a desarrollar una primera clasificación estelar que luego sería revisada y mejorada por Antonia Maury y Annie Jump Cannon. Descubrió numerosas nebulosas, estrellas variables y novas, e incluso una nueva clase de estrellas: las enanas blancas.

En su diario se queja de no recibir el mismo salario que los hombres o de que Pickering no valorase su trabajo. Pero Pickering sí que lo hacía, a su modo, pues la propuso varias veces para la medalla Bruce, aunque nunca llegó a conseguirla. Sí obtuvo otras distinciones: recibió la medalla Guadalupe Almendaro de la Sociedad Astronómica de México y fue admitida como miembro de la American Astronomical Society y en la Royal Astronomical Society. Aunque más fascinante es que haya una nebulosa y un cráter en la Luna con su nombre. 

A Antonia Maury la fascinación por la ciencia le venía de familia: era sobrina del mismísimo Henry Draper. Se graduó en el Vassar College en Física, Astronomía y Filosofía, con honores y teniendo a Maria Mitchell (suspiro, suspiro) de profesora de astronomía. Antonia era muy inteligente y trabajadora, tenía mucho carácter y ningún interés en su aspecto, por lo que solía ir despeinada y con las medias rotas.

Antonia Maury

Tuvo algunas diferencias con Pickering por lo que acabó abandonando su puesto en Harvard a los dos años. Sin embargo, había iniciado un sistema de clasificación propio y regresó al observatorio periódicamente hasta que lo completó. En 1918, volvió definitivamente a Harvard como profesora adjunta.

El sistema de clasificación de Antonia era bastante complejo, tenía veintidos grupos, ateniéndose a la temperatura de las estrellas, y añadió una etiqueta para indicar cómo eran las líneas del espectro. Había descubierto algo que le pareció importante: en los espectros las líneas a veces eran estrechas y otras veces anchas. Antonia no sabía por qué, pero decidió que era importante, que podía estar relacionado con alguna característica fundamental de las estrellas. Con el tiempo su sistema de clasificación ganó aceptación hasta ser íntegramente adoptado.

Antonia fue miembro de la American Astronomical Society y la Royal Astronomical Society. Además, le otorgaron el premio Annie J. Cannon por su sistema de clasificación estelar, ironías de la vida, ya que Annie, desarrolló el sistema de clasificación rival y al que sustituyo el de Maury. Antonia es otra de las pocas mujeres honradas con un cráter en la luna.

Annie Jump Cannon descubrió las estrellas con su madre lo que la llevó a estudiar Física y Astronomía en el Wellesley College. Publicó un libro de fotografías, su segunda pasión, sacadas en su viaje por Europa, entre ellas la primera de la Mezquita de Córdoba.

Annie Jump Cannon

A Annie se le encargó mejorar el sistema de clasificación de Pickering y Fleming (Maury lo hizo por voluntad propia y de forma casi paralela). Y lo hizo ateniéndose a las líneas espectrales que presentaban las estrellas. Annie tenía una habilidad innata para la clasificación, por lo que llegó a catalogar 350 000 espectros de estrellas, además de descubrir trescientas estrellas variables.

En 1913, Annie acudió a varios congresos astronómicos internacionales en Europa. En sus escritos plasma su sorpresa al no encontrar más mujeres, y empezaba a darse cuenta de lo rara que era la situación en Harvard. En la mayoría de las reuniones era la única mujer, aun así, nunca se sintió (ni la hicieron sentir) incomoda. Fue elegida incluso como componente del Comité de Clasificación de Espectros Estelares, de cuya primera reunión escribe: «Dado que he llevado a cabo casi todo el trabajo realizado en el mundo en esta rama, era lógico que yo fuera la que más hablara».

El trabajo de Annie fue más o menos reconocido en vida. Además, fue la primera mujer en recibir un doctorado honoris causa por la Universidad de Oxford y la primera mujer en recibir la Medalla Draper. ¡Y también tiene su propio cráter en la Luna! 

Henrietta Leavitt se apasionó por las estrellas en su último curso en el Radcliffe College. Por lo que hizo un posgrado de astronomía y al finalizar se ofreció como voluntaria para trabajar en el observatorio de Harvard. Henrietta tenía una salud delicada que la mantuvo apartada algunas temporadas del trabajo. Tenía un carácter tranquilo y noble, trabajaba mucho y no le importaba que otros se llevaran los reconocimientos. Aceptaba sin rechistar las tareas que se le encomendaban, por lo que acabó dedicándose a una sección que nadie quería: la fotometría. Este campo no era tan chic como el de la espectrografía y era más trabajoso.

Henrietta Leavitt

Durante el desarrollo del proyecto que le fue asignado adquirió una capacidad prodigiosa para medir la luz estelar, y decidió invertirla en el estudio de las estrellas variables. Henrietta estudió su brillo aparente y su periodicidad, regalándonos una relación que nos permitiría medir el Universo.

Vivió con problemas económicos y de salud hasta el fin de sus días. En 1925, Gösta Mittag-Leffler quiso nominarla a un premio Nobel, pero lamentablemente Henrietta había muerto en 1921. En vida no obtuvo el reconocimiento que hoy por hoy tiene. Además, un asteroide y un cráter en la Luna llevan su nombre.

Cecilia Payne-Gaposchkin descubrió su vocación de astrónoma de la mano de Arthur Stanley Eddington en una conferencia sobre un eclipse de Sol ocurrido ese mismo año. La vida de Cecilia cambió para siempre, en sus propias palabras, tuvo una revelación.

Cecilia Payne-Gaposchkin

Cecilia estudiaba en Cambridge donde no podía graduarse por ser mujer, así que hizo lo necesario para emigrar a Estados Unidos y se ofreció a trabajar en el Observatorio de Harvard. Allí realizó la tesis Atmósferas estelares, una contribución al estudio de observación de las altas temperaturas en las capas inversoras de las estrellas considerada por muchos «la más brillante tesis doctoral escrita nunca en astronomía». En ella relacionaba el espectro de las estrellas con su temperatura y concluyó que el componente principal de las mismas era el hidrógeno. La idea era tan loca que Henry Norris Russell le aconsejó no publicarlo y cuando por fin se hizo, los méritos se los llevó él.

Cecilia no consiguió en vida los reconocimientos que se merecía, pero fue la primera profesora de Harvard y la primera jefa de un departamento. Además consiguió el Premio Annie Jump Cannon y la Lectura del Henry Norris Russel. A su muerte no ha conseguido un cráter en la Luna, pero sí ha merecido un asteroide.

Esta es solamente una muestra de las muchas mujeres que pasaron por el observatorio de Harvard, donde todas y cada una de ellas pusieron su granito de arena para construir el Universo tal y como lo conocemos hoy día.

Bibliografía

—Altschuler, D. R.; Ballesteros, F.J. 2016. Las mujeres de la Luna. Next Door Publishers.
—Sobel, Dava. 2016. El universo de cristal. La historia de las mujeres de Harvard que nos acercaron las estrellas. Capitán Swing.

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