Marie Curie: El valor del conocimiento

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La mujer tras el icono científico

Marie Curie: El valor del conocimiento se centra en un periodo muy concreto de la biografía de la célebre científica que va desde 1903 a 1911. Para que el lector se haga una idea, el filme se abre cuando Pierre y Marie se dirigen a recoger el premio Nobel de Física compartido también con el físico Henri Becquerel; y finaliza cuando ella, en solitario, recoge su Premio Nobel de Química.

TEXTO POR ALFREDO MANTECA
ARTÍCULOS | MUJERES DE CIENCIA
CINE | RESEÑA
16 de Junio de 2017

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Marie Curie es un personaje tan grande e importante que solo esos ocho años dan para plantearse un largometraje. Obviamente, distintos productores se han aproximado a la científica polaca o bien planteándose hacer una serie de televisión o una película.  Entre ellas cabe destacar Marie Curie, una mujer en el frente de Alain Brunard (2014), Los méritos de Madame Curie de Claude Pinoteau (1997), Madame Curie de Guglielmo Morandi (1966), pero sin duda la más famosa y la que reside en la mente de todos los amantes del séptimo arte es la dirigida por Mervyn LeRoy en 1943. Esta está protagonizada por Greer Garson y Walter Pidgeon, que se encargaron de dar vida al mítico matrimonio de científicos. En el caso que nos ocupa es la realizadora Marie Noelle ayudada por el guionista Andrea Stoll los que ponen bajo la lupa a esta legendaria figura del campo de la física y la química. Para elaborar el guion han trabajado, según reconoce la propia directora, con documentos originales, tales como diarios, cartas, informes de laboratorio y periódicos de la época, entre otros documentos.

Esta se diferencia de sus precedentes en que es una versión más lírica, y posee una cuidada estética impresionista que domina toda la narrativa del filme. Lo cierto es que esta es su principal baza. Hay una razón detrás de esta sabia decisión de Noelle. Su principal objetivo argumental es explorar la dimensión femenina de este personaje. Maria Salomea Skłodowska fue una mujer adelantada a su tiempo. Un hecho fortuito como la muerte accidental de Pierre en 1906, marca el designio de esta gran mujer que se vio obligada a luchar contra sí misma y el machismo de la sociedad del momento.

De ahí la acertada decisión de los guionistas de comenzar la narración en este punto de inflexión de su vida, de tal forma que el espectador es testigo del arco dramático. En el plano científico se verá inmersa en una lucha psicológica contra sí misma, ya que como todo buen investigador posee el síndrome del impostor. De tal forma que nos deja patente que la sombra de Pierre es alargada, aunque lo que no narra bien es cómo o qué lleva a que se reafirme como científica tras sus dudas. Lo que si nos describe la realizadora es que Marie solo encontrará apoyo en el desarrollo de sus investigaciones en su ayudante de laboratorio y en dos figuras relevantes como Paul Langevin, famoso por su teoría del magnetismo, y Albert Einstein, célebre por sus teorías de la relatividad (especial y general) así como por su misoginia retratada en películas como Insignificance de Nicolas Roeg (1985).

La situación política internacional aboca a Marie a tomar la decisión de quedarse en Francia. Para poder proseguir con sus investigaciones se vio obligada a prescindir de una pensión vitalicia (hecho no narrado en el filme), que sumado al hándicap de tener que mantener y criar a sus dos hijas en solitario la lleva a buscar trabajo en la Universidad de París, donde había finalizado sus estudios de física, química y matemáticas en 1894.

El campo del conocimiento y de la ciencia siempre ha estado dominado por los hombres. Así que tuvo que luchar mucho para poder acceder a la plaza que el departamento de física de la Universidad de París había creado para su esposo. Además, el machismo de la sociedad en términos generales acaba afectando a sus investigaciones con la radiactividad y su uso terapéutico contra el cáncer. Esto queda perfectamente ilustrado en la escena en la que el médico le dice a Marie: «un hombre enfermo confía más en otro hombre». Este cóctel de hechos, a saber, la perdida de Pierre, la lucha contra sí misma, las instituciones y el machismo, sumen a este personaje en una depresión exógena que queda muy bien reflejada por las acertadas decisiones narrativas de la cineasta. Y la superó gracias al apoyo del padre de Pierre, Eugene Curie, y de su hermano Jacques, siguiendo su rumbo en la vida.

Llegados a este punto de la narración es cuando comienzan los grandes errores de la cineasta que tiran por la borda todo el esfuerzo empleado en la primera media hora de metraje. Para dar dinamismo a la narración cinematográfica emplea toda una gran variedad de recursos: elipsis, fundidos y encadenados que la llevan a centrarse en los hechos importantes, o montaje paralelo para narrarnos dos hechos simultáneamente. Lo cierto es que súbitamente su narración se vuelve plana y sumamente clásica. En este instante los guionistas abandonan todo lo que acontece en el laboratorio, renuncian por completo a contarnos el camino que la llevó a ganar el segundo Premio Nobel para centrarse en el breve romance que vivió con Paul Langevin, antiguo alumno de Pierre y que estaba casado. Este hecho fue destapado por la prensa del momento, marcando la vida pública y laboral de Marie.

Una vez finalizado el visionado de Marie Curie: El valor del conocimiento, el espectador se puede hacer idea de los motivos de la cineasta por centrarse en este punto de su vida. Lo que quiere dejar claro es el doble rasero con el que se trató a esta mujer y dejar patente el machismo social. El problema es que la directora no sabe articular el discurso argumental y este queda embarrando al intentar convertir a la científica en una suerte de dama de las camelias, dejando a un lado por completo otras tramas de gran interés como la Curie-terapia con radioactividad. La actriz Karolina Gruska lucha con entrega y pasión para que el drama sea verosímil. El problema es que cuando se encuentra el filme en el punto álgido dramático, como si estuviéramos en una función de magia, la directora saca súbitamente de la chistera el conejo del Premio Nobel de Química para cerrar el filme.

Quedan claros los esfuerzos de Marie Noelle y Andrea Stoll por centrarse fundamentalmente en el personaje femenino. Lo cierto es que la mayoría de los descubrimientos científicos se deben a la mezcla de perseverancia (algunos podrían llamarlo azar) y de talento, aunque los guionistas apuestan firmemente por no adentrarse en este terreno. Así que una vez finalizado el metraje el espectador no sabrá qué fue descubierto o cómo se logró. Nos describen a una Marie Curie más independiente, audaz, firme luchadora por la libertad de pensamiento, feminista y osada. Esas cualidades la llevaron a realizar sus grandes contribuciones al campo de la ciencia. Pero todo gran investigador precisa de un gran mecenas. La pregunta que surge al final del filme es: ¿quién jugó ese papel tras la muerte de Pierre? Ella poseía el espíritu aventurero, pero ¿quiénes fueron los visionarios dentro de las instituciones machistas que la apoyaron para que siguiera adelante con sus trabajos? El largometraje no da respuesta a esta interrogante porque su directora ha sumido la narración en los fangos del drama más intenso. Lo que si deja claro al espectador es que el principal enemigo en la Academia de las Ciencias Francesa fue Émile Hilaire Amagat. La realizadora hace una descripción de este personaje con un trazo grueso y burdo, haciéndole caer en el ridículo.

El grave problema de Marie Curie: El valor del conocimiento es que la directora quiere narrarnos demasiadas cosas. Quiere hacer el retrato de una mujer más allá del estereotipo otorgado por el icono en el que se convirtió. Quiere retratar a una mujer fuerte que se vio obligada a luchar en distintos frentes: sociales, laborales y personales. Sin olvidarse de su particular batalla por defender el legado de su esposo tras su muerte. El resultado es que Noelle se pierde en contarnos una historia romántica de tintes dramáticos, donde parece importarle más las coincidencias del destino. Obviamente no deja de ser toda una casualidad que las familias Curie y Langevin acabaran unidas con el posterior romance y matrimonio entre la nieta de Marie, Hélène Curie, y el nieto de Paul, Michel Langevin, ambos científicos para más señas. El espectador saldrá de la proyección sin saber nada de cómo Marie fundó el Instituto Curie, que a la postre fue su gran legado a la humanidad porque supuso un punto de inflexión en el campo del tratamiento contra una enfermedad mortal como el cáncer.

Imágenes cedidas por Betta Pictures.

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