Navegando por la historia de la oceanografía

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Como todo en este mundo, la oceanografía, ciencia que estudia y describe el funcionamiento de los océanos, tiene un comienzo. A pesar de que a la gran mayoría le suene como algo novedoso, lo cierto es que el ser humano comenzó a estudiar el medio marino hace muchos años. El océano, no en vano, ocupa casi tres cuartas partes de la superficie terrestre y nuestro carácter explorador, cómo no, no podía dejar escapar la oportunidad de estudiar esta gran masa de agua.

TEXTO POR YERAY SANTANA
ILUSTRADO POR MARÍA ZAFRILLA
ARTÍCULOS
HISTORIA | OCEANOGRAFÍA | OCÉANOS
31 de Agosto de 2017

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Se podría decir que la oceanografía, tal y como la conocemos hoy, comienza con el descubrimiento de América, aunque quizá uno debería remontarse a unos 1000 años a. C. para encontrar los indicios del estudio oceánico. Al fin y al cabo, los primeros navegantes fenicios, polinesios y vikingos descubrieron patrones de circulación oceánica que usaban para poder desplazarse en este medio. Muchísimo más tarde, en 1513 concretamente, Juan Ponce de León, explorador español del recientemente descubierto continente americano, escribiría en su diario la existencia de una corriente marina más fuerte que el viento en la que quedaban atrapados los barcos. En ese momento no se le dio mayor importancia, pero unos doscientos años después Benjamin Franklin describe por primera vez lo que conocemos como corriente del Golfo. En ese momento, Franklin se encontraba trabajando en la oficina de correos en Londres y se preguntaba por qué los balleneros llegaban antes que los buques oficiales británicos de correo a las colonias americanas. La respuesta la tendría su primo, Timothy Folger, capitán de barco mercante, quien aludió a la existencia de una corriente cálida que usaban los cazadores de ballenas. En esta época, el siglo XVIII, el interés por estudiar el océano era notable. El capitán James Cook fue uno de los pioneros en realizar una navegación con el objeto principal de estudiar la «historia natural» del océano. A finales de este siglo, las corbetas españolas Atrevida y Descubierta, nombres dados en honor a los barcos usados por Cook (Resolution y Discovery), serían las encargadas de llevar por el mundo a los mejores científicos de la Marina española en la circunnavegación comandada por Alejandro Malaspina.

En el siguiente siglo, en 1847, el americano Mathew Fontaine Maury realiza la primera carta de vientos y corrientes del océano Atlántico que incluía, entre otras, la corriente del Golfo. Unos años antes, el naturalista inglés Charles Darwin se embarcaba con la intención de emular a otros viajeros que le precedieron. Viajes que concluyeron en lo que ha sido una de las ideas que más relevancia ha tenido para el mundo científico: la evolución por selección natural. Pero no solo fue importante por el estudio de Darwin, sino que en la expedición del Challenger, científicos dirigidos por Wylle Thompson realizaron medidas de temperatura y salinidad del mar, recolectaron información sobre corrientes oceánicas, sedimentos y descubrieron cadenas montañosas submarinas, entre muchas otras cosas. Los tres años de expedición supusieron un adelanto inmenso en el conocimiento del océano. Por otro lado, sir John Ross encuentra organismos en zonas profundas del océano y concluye que dichas zonas correspondían con aguas de baja temperatura, mientras que Edward Forbes estudia la distribución vertical de organismos y sugiere que la concentración de los mismos disminuye con la profundidad. Todos estos descubrimientos empíricos, especialmente los relacionados con la dinámica oceánica, venían a corroborar y, sobre todo, a ordenar el conocimiento que navegantes y comerciantes ya tenían. 

Mientras que hoy en día nos encontramos en una época marcada por el inicio de sensores e instrumentos remotos que nos informan del estado del océano o nos ayudan a recoger datos del mismo, en las etapas noveles de la oceanografía los científicos fueron capaces de revolucionar el conocimiento de los océanos con metodologías rudimentarias. Principalmente, consistían en botellas con las que recoger agua de mar combinadas con termómetros. La primera de ellas fue construida en 1667 por Hooke, aunque la primera botella inventada que aún sigue en activo es la inventada por Nansen en 1912 (hoy día sustituidas por botellas Niskin, más prácticas, pero que representan una adaptación de la original) que sirve para recoger muestras de profundidad. Sin embargo, debido a la enorme volubilidad de la temperatura y otras variables en la superficie oceánica, tanto en la horizontal como en la vertical hasta los primeros 150-200 metros, era necesario el desarrollo de instrumentos algo más sofisticados con los que registrar variaciones a una alta resolución. De esta necesidad surgió el desarrollo del batitermógrafo, un instrumento que permitía medir temperatura y presión y con los que se realizaban perfiles de hasta 300 metros que se podían comparar entre sí para establecer relaciones entre distintos puntos. Además de tecnología, antes de que comenzara el siglo XX, se realizaron grandes avances teóricos, como las ecuaciones de Navier Stokes sobre la dinámica de fluidos, que aún hoy se enseña a los valientes que se sumergen, nunca mejor dicho, en el estudio del océano. 

Todos estos descubrimientos empíricos, especialmente los relacionados con la dinámica oceánica, venían a corroborar y, sobre todo, a ordenar el conocimiento que navegantes y comerciantes ya tenían.

Los progresos más importantes desde el punto de vista tecnológico vendrían provocados, como en muchos otros casos, por las guerras (la novela Fundación de Isaac Asimov explica muy bien cómo avanza una sociedad). Primero el avance lo abanderaron comerciantes y luego soldados. Debido a intereses bélicos, el conocimiento del medio marino tuvo un auge espectacular durante el pasado siglo. El conocimiento de las corrientes, de los recursos y de la enorme complejidad de los océanos era de importancia primordial para los estados implicados en los enfrentamientos bélicos. En la Primera Guerra Mundial la utilización de submarinos por parte de los alemanes supuso una ventaja enorme frente a los británicos, que veían como su flota era destruida. Por ello, los británicos, para poder detectarlos y neutralizarlos inventaron los hidrófonos, que son unos sistemas con los que eran capaces, mediante el análisis diferencial de sonidos propagados en el mar, de identificar los que pertenecían a los submarinos alemanes. Esto supuso el comienzo de la acústica marina que ha permitido, entre otras cosas, la detección de la migración vertical del zooplancton. Estos pequeños organismos suben a superficie para alimentarse cuando no hay luz y, por tanto, pueden pasar desapercibidos ante sus depredadores, bajando a profundidad cuando la luz en superficie es elevada, evitando así nuevamente ser ingeridos.

Los progresos más importantes desde el punto de vista tecnológico vendrían provocados, como en muchos otros casos, por las guerras.

Posteriormente, en el periodo que separó la primera de la Segunda Guerra Mundial se realizaron nuevas expediciones oceanográficas como las primeras campañas del Discovery o el Meteor. Durante la Segunda Guerra Mundial los avances tecnológicos son incontables en todos los ámbitos, pero quizá tienen más relevancia las campañas que se sucedieron a continuación. En esta época, los avances en la geología y la geofísica fueron notables ya que se miraba al océano como proveedor de recursos. Posteriormente, se comienza a vislumbrar el modelo que se sigue usando hoy en día: la colaboración internacional. Desde los años 60 comienzan las grandes expediciones multidisciplinares auspiciadas, entre otras cosas, por la necesidad de conocer en mayor profundidad las aguas territoriales. Esta semilla de colaboración internacional fue evolucionando en los años siguientes con la creación de currículos universitarios específicos —como por ejemplo el inicio de la licenciatura en Ciencias del Mar hace unos treinta y cinco años en Las Palmas—, y con la formación de grandes proyectos como CLIVAR , JGOFS o WOCE, encargados de estudiar el océano actuando como nódulos de coordinación de una gran cantidad de instituciones.  

Y llegamos el momento actual. Ahora estamos en el auge de la inteligencia artificial, de los instrumentos a distancia y la exploración de las zonas más extremas como la fosa de las Marianas o la Antártida. Sin embargo, aún quedan muchas cosas por resolver. Actualmente, el papel de los mixótrofos —unos seres que son capaces de comportarse como heterótrofos en presencia de alimento y como autótrofos en su ausencia— es una de las mayores incógnitas. El papel del océano como regulador de la presencia de carbono atmosférico, además, lo coloca en el punto de mira y existen proyectos internacionales, como el megaproyecto EXPORTS comandado por la NASA, que tratan de resolver el papel que juega en el clima global. Por otro lado, aún hay muchas especies marinas que nos son completamente desconocidas, muchos procesos que escapan a nuestro entendimiento y muchas zonas inexploradas. No obstante, y a pesar de que nuestro conocimiento del océano podría equipararse al que tenemos de Marte o las lunas de Júpiter, nuestro afán nos ha llevado a conquistarlo y ya hay proyectos de vida submarina. Más allá del capitán Nemo en su Nautilus de Julio Verne, se han realizado proyectos de hoteles submarino en sitios como Dubai o Maldivas, y ya se ha experimentado con la vida bajo el agua. De hecho, Costeau demostró que era posible vivir hasta un mes en unas cámaras submarinas. Más recientemente, el proyecto AQUARIUS consiste en un habitáculo submarino en el que científicos estudian las aguas de Florida sumergidos durante al menos diez días a unos veinte metros de profundidad. A pesar de las incomodidades, el nieto del flamante Jacques, Fabien Costeau, ha conseguido pasar en ella un mes. Aunque no parezcan muchos metros de profundidad, lo cierto es que facilita enormemente el buceo al no tener que pasar constantemente por los primeros diez metros de profundidad, donde existe el mayor gradiente de presión. Con ello, los científicos pueden estar mucho más tiempo buceando y recolectando muestras que después pueden analizar in situ o conservarlas para ser analizadas en laboratorio. 

El papel del océano como regulador de la presencia de carbono atmosférico, además, lo coloca en el punto de mira y existen proyectos internacionales, como el megaproyecto EXPORTS comandado por la NASA, que tratan de resolver el papel que juega en el clima global.

La cantidad de metodologías, instrumentos, organismos y procesos desconocidos por estudiar es tan amplia como el propio océano. Y no hemos hablado del papel de las bacterias en los flujos de carbono terrestre, o de que los flujos que conocemos son, en realidad, caóticos, o de los cambios en salinidad, o de la formación de masas de agua en profundidad…. Sin ninguna duda, estamos en un momento apasionante para ser científico.

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