Cuando no estábamos solos

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De pie, en medio de una estrecha cueva, con el olor a humedad y roca en unas arcaicas fosas nasales, se yergue una persona. Es fea, pequeña y con rasgos duros, simiescos. Recortado contra la cegadora luz del día, otra figura más alta y desafiante mira al residente de la cueva. Sus formas, su tamaño y su apariencia, aunque primitivos, son más familiares para nosotros. La tensión se palpa mientras los músculos se tensan, previniendo un gesto fugaz y repentino.

TEXTO POR SANTIAGO CAMPILLO BROCAL
ILUSTRADO POR LUIS ARMAND VILLALBA
ARTÍCULOS
EVOLUCIÓN
11 de Diciembre de 2017

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A miles de kilómetros de allí, un hombre achaparrado, fuerte, extraño y bajo, con un enorme pecho como un tonel, copula con una mujer. No hay amor ni intimidad, tan solo una especie de complacencia instintiva, burda y casi dolorosa. Pero ambos disfrutan de una manera sofisticada, humana, a su manera. Estos dos cuadros no son tan distintos entre sí.

La familiar figura del Homo sapiens, un hombre en la primera y una mujer en la segunda, nos recuerdan que nuestra especie caminaba por la Tierra hace miles de años atrás. ¿Y qué hay de las otras? Hubo un tiempo en el que los humanos no fuimos las únicas personas que habitaban este planeta. De hecho, hubo un tiempo en el que compartimos la comida, el refugio e, incluso, el lecho, sufriendo y sobreviviendo a lo que la vida nos tenía preparado cada día. Hubo un tiempo en el que no estábamos solos.

Figuras pequeñas

Enterrados en lo más profundo de una gruta asfixiante, tras ochenta metros de polvo y estalactitas, se encontraban los restos de, al menos, quince extraños esqueletos. Estos eran pequeños, abigarrados y con un cráneo primitivo. Los llamamos Homo naledi, según los primeros datos anatómicos, debieron coexistir con las primeras especies de Homo, unos dos millones de años atrás.

La sorpresa vino recientemente, cuando las pruebas radiométricas indicaron que en realidad estos huesos no tienen más de 240 000 años. Eso quiere decir que en un momento dado, en la cuna de la humanidad, convivimos con los naledi. La especie Homo naledi es todo un enigma por presentar una cantidad sorprendente de rasgos que consideramos primitivos y otros mucho más modernos a la vez. Los antropólogos se preguntan de qué manera esta especie pudo vivir aislada en las sabanas africanas mientras el mundo continuaba hacia adelante.

Su aspecto debió de ser extraño, ya que los cráneos de nuestros primos eran pequeños, con dientes marcadamente primitivos. Pero su pulgar y sus muñecas los hacían muy hábiles, aunque sus falanges arcaicas jugaban en su contra, siendo más parecidas a las del viejo Australopithecus. Todo esto, y mucho más, convirtió a los bajos naledi, de no más de metro y medio de estatura, en una combinación única de caracteres ancestrales y derivados, no conocida en otros homininos.

La especie Homo naledi es todo un enigma por presentar una cantidad sorprendente de rasgos que consideramos primitivos y otros mucho más modernos a la vez.

En la lejana isla de Flores, en Indonesia, también convivimos con otra especie de diminutos primos, aún más bajitos que los naledi. El hombre de flores, u Homo floresiensis, vivió aislado en la isla hasta hace unas cuantas decenas de miles de años. Floresiensis medía aún menos que naledi y su cráneo era de solo 400 centímetros cúbicos. Lo más sorprendente es que estos homininos probablemente coexistieron con nuestra especie hasta hace 12 000 años, aunque esto es fruto de intenso debate. Si eso fuera así significaría que floresiensis era el hominino conocido más longevo, con casi 500 000 años de historia, probablemente, existiendo antes de la aparición de nuestra especie.

Tanto naledi como floresiensis constituían figuras sencillas, bajitas y delgadas. Sus rasgos, probablemente, fueran rudos, con cierto parecido a los de un primate no hominino. Pero eran personas, sin duda. Tal y como se ha comprobado, algunas culturas y razas humanas contienen restos de otros pequeños Homo, como los denisovanos. ¿Y también de los naledi o los floresiensis? Por el momento, no lo sabemos a ciencia cierta. Aunque es muy probable que sí. Lo que sí sabemos con seguridad es que hubo otro hominino con el que compartimos cama.

Lo más sorprendente es que estos homininos probablemente coexistieron con nuestra especie hasta hace 12 000 años.

Sangre de neandertal

Si hay unas personas no humanas con las que convivimos y compartimos mucho más que la Tierra, esos fueron los neandertales. Homo neanderthalensis fue una especie tan sumamente cercana a nosotros que, a día de hoy, todavía llevamos su rastro genético en nuestra sangre. Efectivamente, aunque al principio eso lo creímos imposible, en un momento de nuestra historia llegamos a hibridar o, en otras palabras, reproducirnos con ellos. Tal fue el resultado que podemos encontrar manifestaciones de esta genética en nuestro día a día. Por ejemplo, recientes estudios indican que algunas de nuestras enfermedades congénitas pudieron tener su origen en los neandertales.

No es nada raro, al fin y al cabo, que como nosotros, Homo neanderthalensis también tuviera sus problemas íntimos y asociados a la genética de la especie. Pero volvamos a cómo eran estos, nuestros primos fuertes. Según explican las reconstrucciones, los neandertales eran bajitos, achaparrados, fuertes, con un cráneo más grande que el nuestro, de brazos más largos y, seguramente, con una comunicación verbal menos desarrollada. Todo indica que la convivencia con estos homininos fue semejante a la que podríamos haber tenido con los de nuestra propia especie, aunque las diferencias físicas quedaban patentes.

Homo neanderthalensis fue una especie tan sumamente cercana a nosotros que, a día de hoy, todavía llevamos su rastro genético en nuestra sangre.

¿Teníamos costumbres y comportamientos parecidos? Sí, en gran medida. Eso, probablemente, facilitó la unión entre ambos. Al igual que ocurriría en las viejas cuevas de nuestros primos más pequeños. A día de hoy, nadie pone en duda que hubo un momento en el que convivimos con los neandertales. Lo que ocurre es que nadie sabe cómo fue dicha convivencia. Nos remontamos a un tiempo en el que el intercambio, el comercio y las relaciones sociales eran, como poco, primitivas.

¿Qué pudo ocurrir en el fondo de aquella gruta angosta? ¿Terminó el humano con el pequeño naledi y todo su clan de forma violenta? ¿Y qué hay de la pareja neandertal y humana? ¿Sería una mera relación esporádica e infructuosa? ¿O parte de una incipiente sociedad? No lo sabemos porque no existen, todavía, fuertes evidencias de cómo fue la convivencia con la que probablemente se toparan, obligados, nuestros antepasados. A pesar de que con estas tres especies convivimos, con seguridad, varios milenios, lo único que nos queda es ADN en forma de polvo, ensayos fríos y asépticos escondidos en laboratorios y huesos polvorientos. Pero al menos sabemos que hubo un tiempo en el que no éramos las únicas personas que pisaban la faz de la Tierra.

 

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