Aprender sin saber aprender. La emoción compartida

Portada móvil

«Mi pregunta ‘¿cómo debo enseñar?’ se ha visto desplazada por la respuesta ‘Enseñar es imposible...’ y esto abre posibilidades sin precedentes». Elizabeth Ellsworth

TEXTO POR CARLOS J. RODRÍGUEZ
ILUSTRADO POR BEATRIZ ENTRALGO
ARTÍCULOS
EDUCACIÓN
1 de Febrero de 2018

Tiempo medio de lectura (minutos)

Ernesto, tras regresar de sus primeros días de escuela, le dice a su madre que no va a volver al colegio. Y al preguntarle cuál era la razón, Ernesto responde que le enseñan cosas que no sabe. Y es que Ernesto, ese niño en cuerpo adulto o adulto con cuerpo de niño, ha aprendido a leer sin haber aprendido a hacerlo. 

Escribió Muñoz Molina que «hay belleza en el que dice no con calma y firmeza». Y es que hay algo de Ernesto con lo que me siento muy identificado y tal vez también algunos de los lectores que estáis ojeando este artículo. No hay nada mejor que proyectar nuestra biografía, nuestra memoria, nuestros sentimientos o emociones para comprender y comprendernos en las diferentes etapas de aprendizaje que transitamos.

Desde que lo comenzamos por obligación, lo continuamos tal vez por inercia, lo abrazamos por enriquecimiento o complemento y lo encontramos sin haberlo buscado, acumulamos multitud de vivencias que se graban eficazmente en nuestras células y que poco a poco dibujan nuestro historial de experiencias. ¿No recordáis muchas de esas vivencias? ¿Cuáles perduran en la emoción de lo irrepetible? ¿Cuáles marcan a fuego lo desagradable? ¿Cuáles se esfumaron aparentemente? ¿Cómo pensamos que nos ha afectado?

Decía Etienne Wenger que «El aprendizaje no se puede diseñar: solo se puede facilitar o frustrar» y tal vez por ello, Ernesto, que por aquel entonces debía tener entre 12 y 20 años, simplemente decidió no ir más al colegio.

Permitidme que comparta un recuerdo personal. Por los años 80 me dio clase un joven y espigado profesor que se llamaba José Antonio. Aquel profesor me tenía fascinado. Sus clases las recuerdo diferentes, divertidas y emocionantes. Aquel profesor creaba un ambiente especial donde te sentías arropado, comprendido y sobre todo libre de expresar tus emociones. Un tiempo después, dejó de darnos clase por desavenencias metodológicas con la dirección del colegio.

Este recuerdo me obliga a añadir una cuestión más: ¿son los contenidos de las materias más importantes que la emociones?

Ernesto, al acudir con sus padres a ver al profesor, este le dice: «Así que nos negamos a instruirnos, señor mío», y Ernesto le replica: «No es eso, señor maestro. Nos negamos a ir al colegio». Y a la pregunta de cómo se aprenden las cosas entonces, Ernesto, firme en su posición, le dice: «Se aprenden cuando se quieren aprender».

Durante muchos años y desde la creación de la escuela obligatoria, paralelamente al desarrollo de la era industrial, la idea fundamental se ha basado en examinar, competir, controlar, memorizar o aletargar la emoción en contraposición a la idea de descubrir, compartir, colaborar, emanciparse o expresar las emociones. Estos últimos aspectos los ilustra muy bien el comienzo del documental Children full of life donde el profesor Kanamori se reencuentra con sus alumnos y alumnas de 10 años el primer día de clase. Tras saludarles cariñosamente les pregunta: «¿Qué hemos venido a hacer a la escuela?», y todos contestan «¡A ser felices!». Para concluir diciéndoles el profesor: «El objetivo de este año es ser felices. No tenemos más que una vida y es importante aprovecharla para ser felices».

Y es que, aparte de enseñar las materias del currículum, el profesor Kanamori acompaña a sus alumnos en el proceso de entender sus emociones, expresarlas y ser empáticos con los sentimientos de los demás. Tan sencillo y tan complejo, tan inspirador y durante demasiado tiempo tan aparcado. «Olvidarán lo que dijiste, olvidarán lo que les enseñaste… pero nunca olvidarán cómo les hiciste sentir», apuntó Julio Rubio en uno de sus buenos consejos para un educadores y educadoras sociales.

Es en el descubrimiento libre e informal del aprendizaje y la colaboración entre iguales donde residen las grandes claves para que la emoción y motivación brille con toda plenitud a lo largo de toda una vida de aprendizaje placentero. Por eso me gusta cuando Juanjo Vergara afirma que «Solo se aprende lo que emociona, solo se enseña lo que seduce».

Y es que cuando hay distancia emocional entre docentes y alumnos, entre facilitadores y participantes, entre orientadores y familias, hay desconexión. Necesitamos puentes afectivos que los unan para construir un proceso de convivencia y aprendizaje sano y significativo.

El profesor Ken Bain investigó durante años en base a una premisa que dio título al libro Lo que hacen los mejores profesores universitarios —tomemos la idea menos perversa de la palabra mejores poniéndole todas las comillas que consideréis—. Uno de los puntos más interesantes apuntaba que los «mejores» docentes tendían a ser más afectivos y compartían sus experiencias de una forma horizontal, honesta y aplicada a la vida diaria con los estudiantes. De esta idea extraemos que esta forma de hacer obviamente favorece (que no garantiza) un mejor ambiente y relaciones interpersonales constructivas durante el proceso de aprendizaje.

Cuando hay distancia emocional entre docentes y alumnos, entre facilitadores y participantes, entre orientadores y familias, hay desconexión.

Y es que el espacio que compartimos dentro de un proceso de aprendizaje no es neutral. Implica en el docente un compromiso que comienza con la autoconcienciación de que enseñar no es una tarea jerárquica, rígida y basada en fórmulas donde las emociones se encuentren en un plano residual y paliativo.

Los docentes no debemos ser meros transmisores de conocimiento para ser más diseñadores de experiencias compartidas entre todos. Debemos ser mas facilitadores, orientadores y coordinadores ayudando al grupo a resolver conflictos, a gestionar sensibilidades, a proporcionar recursos, a saber redimensionar, a promover la colaboración o a actuar como mediador en otras bonitas funciones.

Ernesto ante su negativa de no ir al colegio le dice al profesor que cuando «No se quiere aprender algo, no vale la pena aprenderlo» y se aprenderá «Cuando no se tiene más remedio».

Tal vez debamos reflexionar sobre la construcción de un proceso más natural, donde cada uno tenga herramientas para asumir qué, cómo, cuándo y dónde aprender. Hoy más que nunca las posibilidades de aprender y conocer son las mismas barreras u oportunidades de dicho aprendizaje.

Los docentes no debemos ser meros transmisores de conocimiento para ser más diseñadores de experiencias compartidas.

Diversas investigaciones exponen que el aprendizaje significativo —y emocionalmente sólido, añadiría— en un porcentaje altísimo sucede en contextos informales de forma experiencial y aprendiendo con los otros, siendo muy pequeño durante el aprendizaje denominado formal. ¿Estamos hablando de miles de horas de desperdicio y ruido monótono? Obviamente no se puede generalizar, pero solo hay que hacer un pequeño ejercicio de memoria autobiográfico para conocer un resultado aproximado en base a nuestra experiencia personal.

¿No es triste que desperdiciemos tantas horas en nuestra vida sin la presencia de la emoción para hacer más significativo nuestro aprendizaje? ¿No sería bonito encontrar más espacios compartidos donde se quiere aprender, nos emociona aprender o somos felices aprendiendo?

Las clases son ante todo espacios emocionales donde un grupo de personas conviven independientemente de la edad o la temporalidad. Esta experiencia emocional impacta directamente sobre todos nosotros y formará parte importante de nuestro desarrollo como personas que viven en comunidad.

Tradicionalmente, se han neutralizado o ignorado las emociones en el contexto educativo, pero en la actualidad hay numerosas investigaciones científicas —que se suman al sentido común y el buen hacer diario de muchas personas en la comunidad educativa— que analizan el impacto de la emoción sobre el aprendizaje. Algunas de ellas que parten de la neurociencia y están basadas, por ejemplo, en las teorías del profesor Panksepp, afirman que la emoción genera estados de ánimo subjetivos positivos como el entusiasmo por explorar, la búsqueda de la esperanza y la expectativa positiva ante algún suceso.

Las clases son ante todo espacios emocionales donde un grupo de personas conviven.

Por tanto, sin emoción y motivación tendremos dificultades para desarrollar las ganas de explorar nuestro entorno y por tanto no se encenderá la llama que facilite el aprendizaje y el intercambio con los demás. Pero no podemos olvidar que la emoción no es univalente, tiene su lado oscuro y puede deteriorar dicho aprendizaje si nos se gestiona de la manera adecuada.

Es por ello que tal vez aprender sin haber aprendido es una forma de expresar y enfocarlo desde un proceso más natural que parta de una emoción compartida inevitablemente maravillosa.

El maestro preguntó a Ernesto por aquel libro que leyó sin haber aprendido a leer, a lo que Ernesto contestó: «Precisamente con ese libro es como si el conocimiento cambiase de rostro, señor maestro. Es cuanto entra uno en esa especie de luz del libro vive uno como deslumbrado (Ernesto sonríe). Perdone… resulta difícil de decir. Aquí las palabras no cambian de forma, sino de sentido, de función. No tienen ya sentido propio, ¿sabe? Remiten a otras palabras que no conocemos, que nunca hemos leído ni oído, cuyas formas no hemos visto nunca, pero que las sentimos, de las que sospechamos el sitio vacío en sí o en el universo… no sé…». 

Lecturas recomendadas

—Bain, K. (2007). Lo que hacen los mejores profesores de la universidad. Univèrsitat de València.
—Duras, M. (1990). La lluvia de verano. Alianza Editorial.
—VVAA. (2016). Contrapsicología. Dado Ediciones.
—Panksepp, J.(1998). Affective Neuroscience: The Foundations of Human and Animal Emotions. Oxford university press.
—Wenger, E. (2011). Comunidades de práctica. Aprendizaje, significado e identidad. Barcelona: Paidós.
—Muñoz Molina, A. (2014, 17 de mayo). El que dice no. El País Babelia, 3.
—Noboru Kaetsu (2003). Children full of life. Documental.
—Aprender Colaborando Blog (2017). Entrevista a Juanjo Vergara

Deja tu comentario!