Por qué Dan Simmons merece ser nuestro puto ídolo

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La visceralidad del título, con permiso expreso de los editores, tiene una razón que va más allá de la mera llamada de atención. Resume la conclusión a la que llegué tras terminar la última y más ambiciosa obra de ciencia ficción del mentado Simmons: la saga Ilión/Olympo, definida en casi todos lados como «una revisión de la mitología griega en clave de ciencia ficción». Y si bien no deja de ser una definición correcta… es terriblemente reduccionista.

TEXTO POR CARLOS ROMÁ-MATEO
ILUSTRADO POR DINO CARUSO GALVAGNO
ARTÍCULOS
CIENCIA-FICCIÓN
1 de Marzo de 2018

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Al fin y al cabo, es algo que la fantástica serie de animación Ulises 31 ya hizo en los años 80 del siglo pasado, acercando de paso esas obras a un público infantil, como me sucedió a mí mismo. Pero volviendo a Ilión/Olympo, podrían escribirse páginas y páginas sobre todo lo que hay en estos dos volúmenes (cuatro en la mayoría de ediciones). La complejidad de los universos diseñados por Simmons, para los que estén familiarizados con su más famosa (merecidamente) epopeya Los cantos de Hyperion, es evidente desde la primera página de cualquiera de los libros que la componen. Pero lo fascinante de estas obras, tanto en Hyperion como en Ilión, es la forma en que el autor consigue aquello que los redactores de Principia apenas rasgamos con nuestras intentonas, con mayor o menor acierto, mas nunca a semejante nivel. Simmons hace confluir en su narrativa casi absolutamente todas las disciplinas que componen el grueso de las humanidades y las ciencias. A partes iguales, formando un todo indisociable, aportando lo mismo a la narración.

Bien por menciones explícitas, bien por referencias veladas, genios de la literatura de todos los tiempos cohabitan las páginas con nombres de científicos, teoremas o invenciones tecnológicas para dar contexto a tramas que se benefician enormemente de esta peculiar simbiosis. Leer Ilión y su continuación Olympo me ha emocionado como pocas obras de ciencia ficción han hecho, porque al mismo tiempo que ante mí se desplegaban escenarios fantásticos pero auténticos (el monte Olimpo de Marte, los mares de la congelada Europa que orbita en torno a Júpiter…), la acción se desarrollaba en torno a acontecimientos y personajes que han marcado mi vida hasta puntos exagerados.

Retomar una trama tan clásica y universal como la de los relatos homéricos establece una gran empatía con el lector, incluso si no los conoce de primera mano, puesto que sus héroes y hazañas han pasado a ser parte del imaginario colectivo. Leer los mitos griegos es una experiencia fascinante, no es de extrañar que perduren hasta nuestros días permeando multitud de obras culturales de forma más o menos explícita. Esta fácil identificación del lector con las obras referenciadas le da alas al narrador para dejar volar su creatividad y reinterpretarlos con todo el poder de la imaginación, sí, pero con un aliado especial: utilizar conceptos e ideas que revisten cierta probabilidad de existir algún día. Puede que en el ejemplo que nos ocupa, el autor abuse un poco de los conceptos de la física cuántica (para desesperación de los más puristas), que sirven como una especie de deus ex machina (un término especialmente apropiado dada la presencia en la historia tanto de dioses como de máquinas) para justificar las proezas más asombrosas que tienen lugar en el libro; pero de algún modo, consigue crear su propia mitología y una robusta lógica interna para la narración, máxime cuando existen unos cimientos que, aun siendo poco rigurosos, beben de ramas del conocimiento que existen en el mundo real.

Como los mejores autores de ciencia ficción, Simmons exprime estos conceptos y teorías para desarrollarlos a su gusto, con el infalible aliado del tiempo a su favor. ¿De qué será capaz la especie humana dentro de unos milenios? Nadie puede saberlo y en ese blanco lienzo donde la ciencia no se atreve a postular la imaginación toma las riendas. La máxima de otro reputado autor, Arthur C. Clarke, de que «cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia» encaja como un guante en la racionalización de los acontecimientos mágicos y la presencia de deidades en la Ilíada y la Odisea que hace Simmons, echando mano de tecnología nanotecnológica y mejora genética unidos al dominio del tejido de la realidad y las leyes del mundo cuántico.

En cualquier caso, la maestría de Simmons no reside solo en utilizar un argumento y una trama clásicos, conocidos por todos, y revestirlos de ciencia ficción. No, la obra entera está sustentada en torno a otros referentes literarios, tan dispares y alejados estilística, histórica y temáticamente de la Ilíada, como puedan ser La tempestad, de William Shakespeare o En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Son los tres pilares literarios sobre los que se fragua un argumento complejo y ramificado que llevará a personajes increíblemente dispares y procedentes de distintos lugares y tiempos a coincidir. El ejercicio metanarrativo es increíble: se referencian las obras explícitamente, pero a su vez personajes de los libros pueblan la historia y comparten sus dramas. Es difícil explicarlo sin desvelar lo asombroso de la historia, que además traslada al lector a lo largo de milenios de acontecimientos que transforman la Tierra y el Sistema Solar, sus habitantes, y su historia pasada y futura. Como digo, mejor no dar más detalles…

Todas estas estrategias narrativas ya las desarrolló Simmons en la saga Hyperion; el propio título del libro, que bien podría referirse al satélite de Saturno, es en realidad el título de un poema de John Keats, personaje que tendrá un peso sustancial a lo largo de la también compleja y dilatada trama de Los cantos de Hyperion. Pero tanto en dicha saga como en Ilión/Olympo las referencias literarias abundan, más escondidas, en forma de juegos con los nombres de los protagonistas, escenificando escenas de otros libros… del mismo modo en que nombres de personajes, tecnologías o incluso civilizaciones enteras homenajean a científicos de todas las épocas.

Casi todo lo que suena imaginativo o inventado en estos libros tiene algún anclaje más o menos remoto en la realidad, ya sea a través de la literatura o de la tradición científica. Esa es la grandeza de la simbiosis que convierte las obras de Simmons en una representación fantástica de la unión entre ciencia y arte que buscamos los que hacemos Principia. La misma emoción, el mismo estímulo que nos produce leer las gestas de héroes muertos hace años, es la que sentimos al leer los descubrimientos científicos que dieron lugar a la tecnología o al conocimiento que consideramos cotidiano. Contar cómo Charles Darwin se percató de que todas las especies vivas sobre la Tierra formaban una increíble familia en constante cambio, promovido por la propia interacción entre los individuos y con su entorno, podría constituir la novela más dramática y estimulante jamás escrita. Imaginar las posibilidades de la evolución de inteligencias artificiales que hoy día manejamos, como niños jugueteando, es lo que mueve a muchísima gente a dedicarse a la investigación científica y tecnológica. Es la obsesión de hacer preguntas, buscar respuestas, y de no encontrarlas, intentar imaginarlas. Es una misma emoción, un mismo estímulo, canalizado a través de lenguajes y técnicas diferentes.

Simmons consigue emocionarse con esos dos mundos, y no parece ser capaz de hablar del uno sin referenciar al otro. Sus novelas son entretenidas, curiosas y capaces de despertar el interés no solo por el conocimiento y los descubrimientos científicos, sino por las obras de la literatura universal más variopintas. Él es el más puro divulgador, la destilación máxima del concepto: no explica la ciencia, ni la literatura. Lo suyo no es describir la tecnología ni anticipar lo que vendrá, igual que tampoco es desentrañar los subtextos de la obra de Shakespeare o desgranar la técnica literaria de Proust. Es un contador de historias. Y para contar buenas historias, antes tienes que buscar buenos ingredientes. Él sabe dónde buscarlos y los mezcla para crear algo que se parece a todos ellos, pero al mismo tiempo es algo nuevo y completamente diferente. Sí, efectivamente: eso que llamamos arte.

Personalmente, sus obras me despiertan tanta curiosidad por la ciencia y su futuro, como por la literatura leída y por leer. Sin ser un adalid de la divulgación, ni tan solo uno de los más conocidos representantes de la ciencia ficción universal, ha conseguido aunar dos de mis mayores pasiones, la ciencia y las historias, a las que intento dar salida mediante mis relatos en Principia.

Lo dicho: para mí, hablando de una forma que cualquiera pueda entender, es un puto ídolo. Y si habéis leído hasta aquí… creo que deberías considerar que también fuera el vuestro.

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