Los secretos de la arena

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Ese día hacía mucho calor en la playa, como casi todos los días del año. Parecía como si el abrasador sol estuviera tratando de cocinarme. La brisa del mar a causa de las olas era muy reconfortante, aunque me inquietaba pensar que eso podía ser parte del condimentado en la receta. Después de caminar por mucho tiempo, encontré una sombra donde refugiarme y desde la cual podía cumplir con mi deseo de detenerme a sentir la arena y escuchar el mar. Me recosté, deseosa de esa sensación de relajación de la arena que se acopla suavemente a la figura de tu cuerpo. Cerré los ojos, dispuesta a dejarme arrullar por el sonido del mar y el calor.

TEXTO POR MÓNICA PARADA REBOLLAR
ILUSTRADO POR LIRIOS BOU
KIDS
BIOLOGÍA MARINA
19 de Abril de 2018

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¡Crash! ¡Crack!, escuché desde los adentros de mi conciencia.
¡Crash! ¡Crack! El sonido cada vez se hacía más fuerte.
Abrí los ojos. Todo se veía un poco raro pero yo seguía adormilada y no le di mucha importancia.
¡Crack! ¡Crash!, volví a escuchar a mis espaldas.

Miré atrás y ¡entonces los vi! Eran cangrejos gigantes que parecían estar peleando en la arena. Me paré de inmediato y retrocedí sin perderlos de vista para asegurarme que ellos no habían percibido mi presencia. De repente, escuché el sonido del mar a mis espaldas, pero había algo diferente: era mucho más fuerte que lo habitual y daba la sensación de que se acercaba cada vez más rápido. Giré la cabeza y me di cuenta de que ya era demasiado tarde: una ola enorme estaba a punto de engullirme.

Nunca había estado tan mareada. Abrí los ojos pero era inútil tratar de enfocar algo porque todo seguía dando vueltas. Tras unos momentos pude ver que estaba dentro de una especie de esfera, pero eso no era lo más extraño. Lo que vi afuera me dejó con la boca abierta. Había todo tipo de organismos compuestos de estructuras que desafiaban mi imaginación. Unos tenían colores brillantes y otros eran tan transparentes que podías verles latir el corazón. Sus movimientos eran muy extraños. Algunos vibraban para moverse y otros tenían hélices que giraban en toda dirección. Sus formas eran desde círculos con picos, trapecios con boca y rectángulos formando una larga hilera, hasta resortes estirándose por sí mismos y nueces con patas y antena. De pronto, todo se tornó negro, pero esa tonalidad se fue desvaneciendo después de un momento. Solo era como una mancha gigante negra en movimiento. La seguí viendo y entonces tomó forma. ¡Era una mantarraya! Pero del tamaño de una ballena. No podía ser. Las mantarrayas viven en el mar, y yo estaba en un lugar lleno de seres que bien parecían sacados de la mejor película de animales fantásticos nunca antes hecha.

Seguí bajando en la esfera, mientras observaba fascinada a aquellos organismos que me parecían tan fantásticos. De pronto, me di cuenta de que había dejado de sentir movimiento. Había llegado al fondo de ese lugar. El suelo estaba lleno de bolas con una superficie irregular; cada una era diferente. Entre esas bolas había conchas de caracoles del mismo tamaño. Miré a mi alrededor y a lo lejos había uno de ellos que parecía estar caminando. Me acerqué a él empujando la esfera, como si fuera una bola de hámster. Le dije «Hola» pero no parecía hacerme caso. Además, cuando me acerqué pude ver que no era un caracol normal. Su concha estaba dentro de algo gelatinoso y transparente que la cubría por completo. Esa estructura se alargaba en muchos picos y se movían, como si fueran sus pies.

—¡Hola! ¿Alguien me puede decir dónde estamos? —gritaba yo—. ¡Hola! ¿Alguien?

Estaba claro que no entendían mi idioma estos seres fantásticos. 

—Ustedes le llaman «océano» —escuché a mi lado derecho—. También me parece que le dicen «mar». 

Al principio pensé que era un caracol por su cuerpo gelatinoso, pero lo miré detenidamente y tenía algo diferente. Su concha tenía una forma similar a la de una estrella.

—No puedo estar en el mar —dije —, en el mar no habitan estos seres tan extraños. En el mar hay peces, tortugas, ballenas… Aquí todos son raros.
—La rara aquí eres tú —interrumpió—. Pareces un humano, pero no sé por qué estás tan chiquita. Por eso cabes en esa burbuja.

¿Tan chiquita? —pensé—. En ese momento todo tuvo más sentido. Las cosas raras a mi alrededor, los cangrejos, la mantarraya y la ola gigantes. Seguro que había quedado atrapada en una burbuja de la espuma de las olas. Y, lo más importante, por eso podía ver a todos esos seres tan extraños. 

—¿Ustedes qué son? —pregunté.
—No eres la única de tu especie que no sabe qué somos —sonrió—. Somos como ustedes, habitantes de este planeta. Para ustedes nosotros somos muy extraños y para nosotros ustedes solo son diferentes. Nos llaman foraminíferos. Nos consideran tan raros que ni siquiera estamos clasificados como animales. Nosotros estamos formados por una gran célula y no por muchas chiquitas. Nuestras conchas tienen diferentes formas, no son tan simples como las de los caracoles y, además, ustedes no conocen a nuestros antepasados.
—¡Wow! ¡Son demasiado raros! —exclamé.
—Solo somos diferentes. Además, seguro que nos has visto antes y no te habías dado cuenta.
—No podría olvidarlos si los hubiera visto antes.
—Piénsalo bien, por lo menos una parte de nosotros ya la has visto. Seguro que te acuestas en ella sin darte cuenta, como todos los otros humanos —dijo muy convencido.

Nos llaman foraminíferos. Nos consideran tan raros que ni siquiera estamos clasificados como animales. Nosotros estamos formados por una gran célula y no por muchas chiquitas. Nuestras conchas tienen diferentes formas, no son tan simples como las de los caracoles y, además, ustedes no conocen a nuestros antepasados.

Reflexioné un poco antes de responder. Recordé cuando llegué al fondo y vi sus conchas tiradas entre lo que supongo eran granos de arena. Por supuesto. En la orilla del mar yo siempre me recostaba en la arena solo que no todo era arena. Me sorprendió pensar que esas figuras de tan extraordinarias conchas habían pasado desapercibidas para mí todo este tiempo.

—¡Tienes razón! —respondí entusiasmada.
—Tú eres diferente a los foraminíferos que hay aquí, ¿cierto? Tu concha tiene una forma especial. No te pareces a los demás, fuiste el único que me respondió.
—Exacto. Yo no pertenezco a este lugar. Llegué aquí atrapado en las aguas de lastre de un barco. Era una tarde templada, salí a buscar comida con mi familia y de pronto un torbellino de agua me arrastró. Ahora —dijo mirando al horizonte con la mirada perdida— no sé si los volveré a ver.

Me sentí muy triste por él. Me conmovió completamente. Él sabía cómo me sentía yo, sola, perdida en un lugar extraño y por eso me ayudó a saber dónde estaba. Pensé en si podía hacer algo para ayudarlo también a él. 

—¡Tengo una idea! —grité—. Los barcos siguen frecuentemente las mismas rutas, ¿por qué no intentas regresar a tu hogar de la misma manera en que llegaste?
—Podría intentarlo, pero necesitaría reunir a todos los que estaban conmigo en ese barco. Recuerdo a un viejo camarón, a una medusa y a un par de peces. Si los encontramos tal vez ellos se acuerden de más. Mientras más seamos, más rápido encontraremos a ese barco y cuando entremos podremos orientar a los demás para que regresen a sus respectivos hogares, ¿quieres acompañarme a buscarlos?
—¡Me encantaría!

Empujé mi burbuja para avanzar junto a él. Pasamos a un lado de un erizo y no me di cuenta del momento en que rozó mi burbuja. Solamente vi en cámara lenta cómo el agua empezaba a invadir ese espacio antes lleno de aire. Mi corazón empezó a latir muy rápidamente. Empecé a sentir la ansiedad que me causaría la falta de aliento. Entonces desperté. Seguía asustada por el recuerdo del agua, pero ya todo parecía normal. A unos pasos de mí, había un par de cangrejos cruzando tenazas, pero no eran gigantes y peleaban sin que yo percibiera el ruido que hacían. Estaba inquieta porque lo que había vivido al parecer había sido un sueño, pero la duda me fue invadiendo. Antes de volver a casa, tomé un poco de arena y la puse en una botella vacía. La inspeccionaría más tarde con mi lupa. Y quién sabe, tal vez me volvería a encontrar con aquellos seres tan extraños. 

Nota de la autora

El tema elegido para este cuento fueron los foraminíferos de la arena porque son un buen ejemplo de algo que pasa desapercibido cotidianamente pero que en realidad, al tener un origen polifilético, tiene una gran relevancia en cuestiones científicas actuales y pueden ser utilizados como bioindicadores de condiciones ambientales

El objetivo principal es que los niños —de 8 a 12 años que les guste el mar — sepan que la arena se compone también de las tecas de los foraminíferos y que son bioindicadores ambientales.                  

Referencias 

— Cardenas-Rozo, A. L., & Harries, P. J. (2016). Diversidad en foraminiferos planctonicos: crecimiento logistico sobrepuesto por un ambiente variable. Revista Acta Biologica Colombiana, (3), 501
— Curtis, H., Barnes, S., Schnek, A., & Massarini, A. (2011). Curtis, biología. Buenos Aires : Editorial Médica Panamericana, (pág. 495)
— Peralta Vite, D. R., & Machain Castillo, M. L. (2016). Foraminíferos bentónicos como indicadores de cambios ambientales producto de derrames de petróleo en la bahía de Campeche, México. (Tesiunam)

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