Crímenes bajo tierra

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Todos sabemos que los juguetes por la noche cobran vida. Pero, ¿sabíais que también las plantas, bajo tierra? Muchas de ellas se comunican entre sí a través de unas redes de hongos llamadas micorrizas. A través de las micorrizas las plantas hablan entre ellas, se mandan mensajes, comida y algunas… ¡algunas viven fuera de la ley!

TEXTO POR FERNANDO GOMOLLÓN-BEL
ILUSTRADO POR CAROLINA JIMÉNEZ
ARTÍCULOS
BOTÁNICA
25 de Mayo de 2016

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En un principio, la gran alianza entre plantas y hongos parecía una buena idea. Las plantas son las mejores haciendo la fotosíntesis y obteniendo glucosa, el combustible de la vida, a partir de CO2 y agua. Los hongos son unos cracks absorbiendo nutrientes como fosfatos o nitratos y, además, sobreviven muy bien en condiciones adversas. ¿O nunca os ha salido moho en algún calabacín olvidado en el frigorífico? Juntos, plantas y hongos podrían ser invencibles. Intercambiarían glucosa por sales minerales, las especialidades de cada uno, y todos tan contentos. Simbiosis, que lo llaman los biólogos.

Pero hacía falta crear una infraestructura, una red que permitiera llevar a cabo el intercambio. Al fin y al cabo, los árboles suelen crecer lejos unos de otros, y los hongos son seres bastante minúsculos. Así que, tras mucho trabajo colaborativo y miles de años de evolución, dieron con la solución: la micorriza. Cadenas de hongos que conectan unas plantas con otras a través de sus raíces. Gracias a esta red, tanto plantas como hongos pueden alcanzar nutrientes en rincones que antes parecían inaccesibles.

Las aplicaciones interesantes no tardaron en llegar. Algunas plantas, por ejemplo, aprovechaban las micorrizas para mandar nutrientes a brotes recién germinados. Estos, todavía muy pequeños, apenas tienen hojas ni altura suficiente para realizar la fotosíntesis, así que aceptan encantados las donaciones de glucosa. A veces, esta misma estrategia se utiliza para ayudar a plantas que crecen en la sombra. Ser planta y no ver la luz del sol no es nada divertido. Otras utilizan las micorrizas para enviar mensajes de alerta. Los tomates y las judías, por ejemplo, avisan a sus compañeros si están siendo atacados por algún agente infeccioso. Así, las otras plantas pueden prepararse y el ataque no les pilla desprevenidas.

Tras mucho trabajo colaborativo y miles de años de evolución, dieron con la solución: la micorriza. Cadenas de hongos que conectan unas plantas con otras.

Todavía más sorprendente es la capacidad que tiene la micorriza de actuar como una especie de vacuna. Cuando una planta se une por primera vez a la red, no se fía mucho de los hongos y, por defecto, los identifica como una infección. Esto desencadena una respuesta inmune para luchar contra el supuesto invasor. Como al final resulta que el hongo no es perjudicial, sino todo lo contrario, no llega a producirse el ataque. Pero ahora el sistema inmune de la planta está mucho más preparado, igual que cuando nos vacunamos. ¡Que ataquen ahora los malos, si se atreven!

Pero, como siempre en esta vida, no todo el monte es orégano. Hay plantas que viven fuera de la ley y utilizan las micorrizas para cometer cruentos crímenes. Robo, guerra química, asesinato… Son solo algunos ejemplos de lo que está ocurriendo bajo nuestros pies sin que nos demos cuenta. ¿Recuerdas aquella orquídea que le regalaste a tu madre? Yo no digo nada, pero ya puedes vigilarla. 

Hay plantas que viven fuera de la ley y utilizan las micorrizas para cometer cruentos crímenes. Robo, guerra química, asesinato…

Bajo tierra ocurren numerosos robos. Hay plantas como la orquídea fantasma (Cephalanthera austiniae) que roban por necesidad, porque no son capaces de hacer la fotosíntesis y necesitan comer algo, así que se aprovechan de todo lo que pillan en la micorriza. Pero también hay plantas que roban con malicia, simplemente para ahorrarle trabajo a sus cloroplastos. Entre estas especies se encuentra la Corallorhiza trifida, que saquea sin ningún pudor a todos los sauces y abedules de su alrededor.

Corallorhiza trifida Créditos: Gianni Bonini (Asociación Micológica y Botánica de Italia)

Los robos son solo el principio. Muchas plantas no tienen nada que envidiarle a los ejércitos de la Primera Guerra Mundial y son unas auténticas expertas en guerra química. No hay nada mejor para eliminar a la competencia y quedarte con todos los recursos del entorno. Este fenómeno se denomina alelopatía y consiste en la secreción deliberada de ciertas sustancias químicas tóxicas a la micorriza para atacar a plantas de otras especies. Las acacias, los plataneros o los eucaliptos son auténticos expertos. Y el nogal americano (Juglans nigra) el maestro del mal, el Voldemort de la alelopatía. Se ha demostrado que inyecta en la micorriza una toxina llamada juglona que afecta al crecimiento de patatas, tomates y pepinos. Una tomatera que crece en un ambiente contaminado con juglona crece, de media, un tercio menos que una tomatera normal.

¡Y aún falta la guinda del pastel! El crimen (casi) perfecto. Una estrategia orquestada perfectamente entre el hongo y la planta para asesinar insectos sin que nadie se entere. ¿Nadie? No, siempre hay biólogos forenses al acecho dispuestos a descubrir a los culpables. Las víctimas de esta cruel masacre insectil son unos pequeñísimos artrópodos llamados colémbolos. Son muy pequeños, los más grandes apenas superan los 5 milímetros de largo (caben de canto en un boli Bic). Estos bichillos normalmente se alimentan de hongos subterráneos, pero claro, esto no le gusta nada a los pinos canadienses: los colémbolos se comen sus cables de red, justo ahora que se acaban de instalar la fibra. Dicho y hecho. Entre el pino (Pinus strobus) y el hongo (Laccaria bicolor) coordinan el ataque: liberan una toxina que paraliza al bicho. El hongo, lejos de la raíz del pino, empieza a penetrar al colémbolo con decenas de fibra que, poco a poco, van chupando todos los nutrientes. Muchas veces, el bichillo ni siquiera ha muerto cuando el hongo empieza a succionar sus entrañas. El botín se reparte a partes iguales entre el hongo y el pino. Aprovechan todo, pero especialmente el nitrógeno, un bien muy preciado. 

Para estudiar este caso, los biólogos utilizaron colémbolos marcados con nitrógeno radiactivo, muy fácil de detectar en el laboratorio. Sembraron un pinar rico en hongos con estos bichos radiactivos y, a los dos meses, pudieron observar cómo casi el 25% del nitrógeno nuevamente incorporado por los pinos era radiactivo y, por lo tanto, venía de los colémbolos marcados. Como parte del experimento, utilizaron tanto bichos vivos como muertos. Para su sorpresa, los árboles incorporan nitrógeno tanto de unos como de otros, lo que demuestra que el hongo succiona nutrientes a colémbolos que están aturdidos por la toxina, pero todavía vivos. Además, demostraron cuán cruel era el crimen: menos del 10% de los bichillos lograban sobrevivir al ataque.

El crimen (casi) perfecto. Una estrategia orquestada perfectamente entre el hongo y la planta para asesinar insectos sin que nadie se entere.

Como veis, la vida bajo tierra es mucho más entretenida de lo que uno podría imaginar a priori. Las historias que ocurren allá abajo dan para mucho. Además, los científicos están convencidos de que esto es solo el principio. Las micorrizas son un ecosistema muy complejo en el que intervienen muchas especies (fúngicas y vegetales) y por el que circulan cientos, miles de sustancias químicas. Llegar a clasificarlas todas sería inimaginable. Así que pensad lo difícil que será, algún día, llegar a comprender cómo funcionan.

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