Alba descubriendo el mundo que la rodea

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Cuento finalista del tercer concurso de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento. Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR ANDREA GARCÍA-JUNCEDA AMEIGENDA
ILUSTRADO POR NUPPITA PITTMAN
MUJERES DE CIENCIA | KIDS
MICROSCOPIA | MUJERES DE CIENCIA
19 de Noviembre de 2020

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Hoy es un día genial. Es sábado, hace un poco de sol y ya solo quedan siete días para mi cumpleaños. Mis padres me dicen que soy una niña especial y que nací en un día muy importante, lo que los mayores llaman Día Internacional de la Mujer y de la Niña en la Ciencia. A mí me parece mucho más interesante la fecha en la que nació mi hermanito Lucas: el treinta y uno de octubre, en plena noche de Halloween. Siempre celebra su cumple disfrazado de vampiro, esqueleto o fantasma y encima se puede quedar de fiesta con los amigos hasta las nueve de la noche o más tarde, porque al día siguiente no hay que ir al colegio. Tiene mucha suerte, aunque mi madre me dice que no, que mi día también es diferente y único, que mi nacimiento fue el día más maravilloso de sus vidas (de mi papi también), porque por primera vez me vieron la carita y me pudieron tocar. Y porque además es un día que significa mucho para las mujeres científicas.

Mi madre dedica gran parte de su día a la ciencia. Sí, mi madre es científica. Según dice ella, es una profesión desconocida por muchas de las personas que nos rodean. Una vez me contó, muerta de risa, que una señora del colegio le había preguntado si su trabajo como detective era muy complicado. Mi mamá no entendía nada, pero al final comprendió que esa mujer había confundido el ser investigador con ser detective. Pero bueno, al fin y al cabo, mi madre piensa que ser científica es un poco como ser detective, porque siempre tienes que tratar de resolver y solucionar algunos misterios.

A mí me gusta mucho que sea científica, porque sé que ella es feliz y, aunque algunos días llegue de noche a casa, ella me ha explicado que cuando uno hace algo que le gusta mucho, a veces es necesario dedicarle más horas. Y que en casa tenemos mucha suerte, porque mi papi, que es maestro y llega a casa a las cuatro de la tarde, se puede quedar con nosotros mientras que ella está en el laboratorio. La entiendo perfectamente, yo podría tirarme horas y horas jugando al pilla-pilla, tocando mi flauta, bailando o inventándome cuentos para entretener a mi hermano, aunque lo mío no es un trabajo, claro.

Por cierto, Lucas sí que es un científico de nacimiento. Ya de bebé inventó lo que mi padre denominó como «gas mostaza». Un terrible líquido amarillo de color como el de la mostaza que salía por su culete y que hacía que yo me tapara la nariz mientras que mis padres le cambiaban el pañal. Mi madre le decía a papá que aquel que inventara un método para aprovechar la energía de esos pañales ganaría un premio Nobel. Yo no sé muy bien qué es un premio Nobel, pero estoy de acuerdo en que si se pudieran aprovechar los ocho pañales diarios que usaba mi hermano, podríamos haber tenido luz durante muchos meses en casa. Hubiéramos creado «la pila mostaza». Lucas creció y sus experimentos, aunque menos olorosos, pasaron a ser más peligrosos. Un día llenó la taza del váter de jabón de manos y papel higiénico. Así que cuando nuestra mami, medio dormida, tiró de la cadena por la noche, empezó a salirse toda el agua, con pompas de jabón incluidas, y el río llego hasta el pasillo de mi casa. Aún recuerdo los gritos de mamá y a mi hermano mirando estupefacto diciendo que lo había hecho para que nuestros culetes olieran bien. Otro día se le ocurrió hacer un cohete espacial y le puso velas por dentro para que pudiera volar. La idea era buena, si no fuera porque el cohete era de cartón y se incendió. Menos mal que estaba yo cerca para apagarlo con un cubo que encontré en la cocina. Así que creo que, si alguien ha heredado el ingenio científico, ese debe de ser mi hermano.

Yo soy curiosa, pero creo que no tan peligrosa como él. A mí me gusta mucho leer, sobre todo, historias de aventuras, me lo paso pipa. Y luego me invento yo mis propios cuentos y se los leo a mi hermano por la noche, aunque normalmente se queda dormidito a los cinco minutos. De mayor creo que seré escritora o música, porque también me encanta tocar la flauta. Cuando toco mi flauta soy incapaz de parar, pero al final siempre alguien me suele decir que ya no puede más y termino por dejarla. Qué bonita es y cómo me gusta tocar mis canciones favoritas. Me encantaría tocar en el metro para que todo el mundo pudiera oírme y sonriera mientras va al trabajo. También para conseguir unas monedas y poderme comprar algún juguete, claro. De todas maneras, estos últimos días no he tenido mucho tiempo para jugar porque en el cole nos han encargado hacer un «experimento científico». Según la profesora, no hace falta que sea muy complicado ni muy elaborado. Eso sí, el fuego está prohibido. Y yo no hago nada más que pensar y pensar, porque quiero impresionar a mi madre. Que vea que yo también puedo ser una científica excelente y que esté orgullosa de mí.

Así que llevo dos días cogiendo la tableta a escondidas y buscando videos de experimentos en You Tube. El año pasado estuve unos meses yendo a unas clases extraescolares que se llamaban Mad Science (según dijo el profesor, «la ciencia loca») y aprendí un montón de cosas, como colar un huevo por el cuello de una botella o llenar un globo de un gas raro que luego te cambia la voz y pareces la Pitufina. Pero esos experimentos son muy sencillos, yo quiero hacer uno alucinante y que se queden todos mis compis y mi madre alucinando pepinillos, como me quedé yo el día que mi madre me llevó a su trabajo. Al principio, todo era un poco aburrido en su laboratorio, gente con batas intentando ser agradable y explicándome cosas de ciencia que yo no llegaba a entender. Me hablaban de pilas de combustible, polvos que se transforman en materiales sólidos al calentarlos y plásticos que no se pueden quemar. Vamos, que no entendía nada. Pero al final, un amigo de mi madre me llevó a una habitación con un microscopio. Ese microscopio no tenía nada que ver con el que me regaló mi tía hace dos años, cuando cumplí siete. En ese momento mi tía me dijo «Alba, este microscopio es para niñas mayores, no es un juguete y con él puedes ver muchas cosas pequeñas que hay a nuestro alrededor y que con el ojo no somos capaces de ver bien». Cuando me puse a mirar con el microscopio de mi tía me quedé alucinada: el maíz era muy raro de cerca, también los pelos de gato y las hojas de los árboles. Luego me tiré una semana poniendo en el microscopio todo lo que encontraba por el parque y en casa, hasta metí una lombriz para descubrir qué se veía. El pobre bicho debía de estar asustado, pero luego lo devolví al parque, porque si eres científico tienes que ser ético, o algo parecido me ha dicho mi madre. Aunque mi microscopio era genial, me quedé estupefacta al ver el del trabajo de mamá. Era alto, más alto que yo, y ocupaba casi una habitación entera. Había como tres o cuatro pantallas de ordenador y se abría como el horno de casa. Estaba impresionada, me quedé con la boca abierta. Me sentía como si estuviera en una película de esas en las que nos invaden los marcianos y la gente de la NASA, que por lo general está en Estados Unidos, lucha contra ellos con equipos muy modernos, con muchas luces y botones.

Pero ahí no acabó todo, el compañero de mi madre abrió un cajón en el que tenía unas cajitas transparentes con algo diminuto como un botón dorado dentro. Yo me quedé allí quietecita. Dentro de las cajas había moscas, ¡moscas doradas! No podía entender quién habría hecho unas moscas de oro tan chiquitinas, qué maravilla. Pero no, estaba equivocada. Me explicaron que las moscas eran de verdad y que les habían dado como una ducha, pero que, en vez de usar agua, habían utilizado oro, para que se quedaran así tan doraditas y que la electricidad fuera capaz de moverse sobre ellas. Me dieron un poco de pena las moscas, pero luego me acordé de lo que me cansan cuando voy al pueblo con mis abuelos en verano y pensé que terminar recubiertas de oro era mucho mejor que acabar espachurradas en mi mano o en el trapo de la abuela. Metimos la mosca en el horno del microscopio y mi madre me explicó que era un poco diferente al mío. Mí microscopio usaba la luz y sus fotones para producir la imagen que yo veía por el tubo, mientras que éste usaba electrones, unas partículas que se mueven como las olas del mar. En los electrones, esas olas están más cerca que las olas que forman los fotones. Al estar las olas más juntitas, se podía aumentar mucho más la imagen de lo que se ponía dentro. Y qué razón tenía mi madre, ¡cómo vimos a la mosca!, hasta los pelitos y los circulitos que forman sus ojos pudimos ver. Lo único que me decepcionó un poco es que la imagen era en blanco y negro. Pero bueno, resolvimos el problema porque mamá me imprimió una foto que hizo y me dio el folio para que pintara la mosca del color que yo quisiera. Y me dio otro para mi hermano. Así que adivinad quién tiene un póster de una mosca pintada con lunares rojos en la pared. Me encanta mi póster. La mosca de mi hermano ha quedado un poco más rara, porque le ha puesto una capa azul como de superhéroe y la llama Mosquiflash o algo así.

Así que nada, aquí estoy pensando qué experimento hacer para el cole. Me encantaría poder usar el microscopio de mi madre y enseñárselo a mis compañeros. Podría recubrir la lombriz de oro, a ver qué se ve, aunque no creo que ya la encuentre, debe de haberse escondido en el núcleo de la Tierra. Tengo decidido que tiene que ser un experimento con algo azul, me encanta el color azul. Lo mismo le pregunto a Lucas a ver si tiene alguna idea, para que me ayude. Nos podríamos convertir en un par de hermanos científicos. En el cole me han hablado de Marie Curie y de Pierre Curie, un matrimonio que por lo visto ganó varios premios Nobel aquellos de los que hablaba mi madre, pero hace muchos años. Otro día, cenando en casa, mi madre me explicó que una de las hijas de la pareja y su marido también habían sido excelente científicos y que también habían ganado el premio Nobel. Así que, por qué no, Lucas y yo también nos podríamos convertir en una pareja de científicos famosos: «Los hermanos García». Aunque lo mismo deberíamos buscar un nombre más artístico, no sé. Primero, me voy a centrar en preparar el experimento para el colegio.

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