La acción fantasmal de Mileva

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Segundo premio del VIII concurso científico-literario dirigido a estudiantes de 3º y 4º de ESO y de Bachillerato, basado en la novela Un verdor terrible, de Benjamín Labatut. Certamen organizado por la Escuela de Máster y Doctorado de la Universidad de La Rioja.

TEXTO POR PABLO DÍAZ SEBASTIÁN
ILUSTRADO POR LAURA VARELA
ARTÍCULOS | MUJERES DE CIENCIA
FÍSICA | MILEVA MARIĆ | MUJERES DE CIENCIA
22 de Julio de 2021

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Prólogo

Albert Einstein. El más célebre, emblemático y popular científico de todos los tiempos.

Aquel que obtuvo el Premio Nobel de Física y que publicó la teoría de la relatividad. Artífice de la mecánica cuántica, su moderno Prometeo. ¿Quién no lo conoce? Dime una cosa, ¿qué te viene a la cabeza cuando escuchas su nombre? Sin duda alguna, los adjetivos para describir su intelecto escapan a tu imaginación. Si tecleas su nombre en internet, al autocompletado le faltará tiempo para adelantarse. Y, después del Enter, caerán sobre ti ciento veintinueve millones de resultados de la World Wide Web.

Por no hablar de su exacerbante idealización, que llegó a tal punto que se vendió una foto suya sacando la lengua (a un agobiante fotógrafo que le perseguía por Princeton a causa de su cumpleaños) por más de quince mil euros. Su imagen nos llega por todos los lados, ¡incluso el maestro Yoda está basado en Einstein!

No obstante, a medida que habrás ido leyendo esto, habrás comenzado a recelar. Quizás ya lo sabías. O habías oído algo. Todo se va a resumir en dos palabras, cinco capítulos y una persona: Mileva Marić. Cada capítulo de este relato representa un principio de la mecánica cuántica que, irónicamente criticada por Albert, resulta encajar con su eclipsante personalidad.

Cuantización de la energía

Una magnitud es continua cuando crece o decrece sin dar saltos. Muy bien. Ahora imagina que vas montado en un automóvil. Digamos que en un Ford negro. Si aumentas su velocidad de veinte a cuarenta kilómetros por hora, deberás pasar previamente por los infinitos valores que hay entre ambas magnitudes. No es posible subir de un peldaño a otro sin dar el paso necesario. Así fueron los inicios de Mileva Marić.

Nacida en Serbia, siendo la mayor de tres hermanos. Comenzó sus estudios a los diez años en un colegio para niñas, pero fue en el instituto Sremska Mitrovica donde despertó su pasión por la ciencia. Este instituto poseía un espléndido laboratorio de Física y Química que atrajo a Mileva con una fuerza mayor a los miles de millones de newtons que ejerce un agujero negro sobre un planeta. Su determinación no conocía límites. En 1980 se graduó con la máxima calificación en Física y Química y entró en el Colegio Real de Zagreb… exclusivo para hombres. Mileva logró entrar gracias a un permiso especial que le «dispensaba» su estancia. Si se hubiera rendido al segregacionismo, jamás lo habría logrado. Aun siendo poseedora de una voluntad de hierro, esta joven era muy poco sociable. Además, sufría de una cojera ampliamente notable que contribuía a su baja autoestima. Destacaba por ser una alumna brillante y perseverante hasta lograr sus propósitos, aunque también por ser callada, como describieron más tarde sus compañeros.

Por otro lado, estaba Einstein. Albert era extravagante, rebelde y extremadamente inquisitivo. Su fascinación por la física comenzó a los cinco años, cuando observó la temblorosa aguja de una brújula y se dio cuenta de que el espacio está lleno de fuerzas invisibles. Era muy independiente en su forma de pensar. El hecho de no trabajar en una universidad, donde tendría que haber investigado acerca de las ideas de los profesores, le dio libertad para crear sus propias ideas. Aunque en su adolescencia se lo pusieran difícil.

—Y aquí estoy, en Múnich. «Terminar los estudios y hacer el servicio militar». Sí, claro.

Me dejan aquí mientras que ellos se van a Italia —decía para sí mismo el joven Albert.

—Ambos sabemos que no harás ni lo uno ni lo otro.

El muchacho no pudo evitar reírse.

—¿Qué hago hablando conmigo mismo?
—Una actividad bastante más productiva que la clase que te estás perdiendo —le respondió su alter ego.
—«Eso» no cuenta como clase —dijo secamente Einstein—. Me exasperan. Cada vez que les propongo una forma distinta de resolver un problema me interrumpen y me dicen que eso no se hace así, que «siga sus métodos».

En aquel momento, se dio cuenta de que se le había caído su pequeño reloj de bolsillo. Era bastante pesado y su color incitaba a pensar que había sido forjado en algún metal áureo. Despegó su tapa para ver la hora y fijó su mirada en aquella aguja que acusaba sin piedad a cada número romano recordándole que por allí estaba pasando el tiempo.

—El tiempo… —musitó Albert.
—Sí, es algo inevitable.
—Creo que no. Es solo… que vamos muy despacio.
—¿Qué quieres decir? No te entiendo y soy tú mismo.

El joven genio tenía tan solo dieciséis años. Sin embargo, su cabeza funcionaba como un indómito tren a vapor que transformaba su energía mental en conclusiones kilométricamente singulares.

—A ver —comenzó retirándose el pelo hacia atrás—. Imagina que pudieras viajar a la velocidad de la luz, es decir, a casi trescientos mil kilómetros por segundo.
—Vale.
—Si fueras capaz de alejarte del reloj a esa velocidad y volver a mirarlo, sus agujas no se habrían movido, pues la imagen de las mismas tras moverse jamás alcanzaría tal velocidad.
—De esa forma, parecería que el tiempo se detuviese…
—… aunque en realidad estaríamos viajando a la velocidad de la luz —sonrió el joven con picardía.

Según la mecánica cuántica, la energía no funciona como en nuestro Ford negro. No es necesario que, al variar su velocidad, pase por los infinitos valores que los comprenden. Aquí la energía se produce a saltos, distribuida en paquetes llamados cuantos. La radiación electromagnética se vuelve fortuita. Las variables alteran sus valores sin transición alguna. El universo se revela en fotografías. Visto así, ¿por qué existe la palabra «increíble»?

—¿Se puede? —preguntó entrando en la sala.
—Estamos en clase señorita. Espere a la tarde para limpiar el aula.
—Esto… disculpe, pero yo estoy matriculada aquí —murmuró la joven un tanto abochornada—. Mi nombre es Mileva Marić. Tengo plaza en el Instituto Politécnico de Zúrich para mis estudios en Física y Matemáticas.

El docente la miró y acto después revisó en su libreta la lista de alumnos asignados a aquella aula. «La quinta mujer que entra en nuestra universidad desde su fundación», pensó para sí mismo el maestro.

—Muy bien, siéntate ahí mismo —concluyó señalándole uno de los asientos libres de la segunda fila.

Mileva asintió ligeramente y fue a ocupar su sitio. Los diez alumnos que serían durante años sus compañeros la miraron con curiosidad. En aquel instante, su mirada se cruzó con la de un joven de ojos castaños… de una profundidad vertiginosa.

—Me llamo Albert Einstein —dijo el joven tendiéndole la mano.

Dualidad onda-partícula

Existen ondas y partículas. Un electrón es una partícula, esto es, una minúscula masa con una posición definida en el espacio. En cambio, la luz es una onda, es decir, una agitación periódica no puntual que se propaga a través del tiempo. Como una ola de mar… Isaac Newton veía las ondas como partículas de colores. Es fácil de entender y resulta hasta poético. Entonces, ¿por qué ahondar en ello? Si cavas un hoyo en la tierra, sabrás exactamente cuál es su profundidad. Sin embargo, seguirás ignorando cuan hondo puedes llegar e incluso la profundidad «total». La curiosidad está impresa en nuestro ADN y es tanto nuestra cualidad como nuestra caja de Pandora.

—No me coinciden los resultados. Esto no termina de encajar.
—Lo estás plateando bien. Tus intuiciones están bien encaminadas, pero tienes que traducirlas en fórmulas. Tienes que usar las herramientas que ofrecen las matemáticas para convertir en realidad tus esquemas.

Los dos genios no habían tardado en conocerse. Ambos destacaban por su brillantez y comenzaron a quedar para estudiar juntos, forjando una relación sentimental muy intensa. Las matemáticas no eran precisamente el fuerte de Einstein y Mileva le ayudaba como nadie.

—De acuerdo, ya lo he entendido. Perdona, Mileva, tenía la cabeza en otro asunto.
—¿Qué te ocurre, cariño? —preguntó la joven poniéndole la mano en el hombro.

Albert se ruborizó ligeramente y la miró con melancolía.

—Mis padres… No aprueban nuestra relación. Me respondieron con una carta dejando bastante claro lo que pensaban. Sobre todo, mi madre —dijo mostrándole sus cartas.

Ella las cogió y comenzó a leerlas, tornando su cara de una expresión preocupada a una más bien irónica. «Ella es un libro, igual que tú… Pero deberías tener una mujer. Cuando tenga treinta años, ella será una vieja bruja», leyó la hechicera de las matemáticas. Por parte de su padre, este le recomendaba buscar un trabajo estable antes de casarse.

—Como si pudieran detenernos —respondió a su novio riendo—. Vamos, tenemos que preparar el examen de Física Aplicada.

Sin embargo, y a pesar del gran amor que Einstein le tenía, no se casaron hasta encontrar un trabajo estable. Mileva aprobó Física Aplicada con la máxima calificación, superando a su novio cinco puntos frente a uno. Pero entonces sucedió el desastre. En 1900, Mileva quedó embarazada sin estar casada. Dejó sus estudios para dar a luz a su hija, la cual, Einstein nunca aceptó del todo y fue dada en adopción. Se casaron dos años después en Suiza.

Superposición cuántica

Los electrones se convierten en ondas y estos en partículas. Décadas después del matrimonio de Mileva en Suiza, Luis de Broglie propuso que los electrones no eran partículas de materia, sino ondas. Pero lo más importante, le envía su idea a Einstein. ¿Y él? Hizo lo que sería el retweet de los felices años veinte. Es decir, apoyó su propuesta. Sin saberlo, Albert estaba creando el «monstruo» que arruinaría la perfecta máquina precisa que consideraba la Física. La mecánica cuántica comenzaba a cobrar vida y estaba convirtiendo las certezas físicas en meras predicciones. ¡El científico ya no era un espectador pasivo! ¡El simple hecho de observar lo cuántico alteraba el comportamiento de los átomos! La mecánica cuántica afirma que, en función del experimento realizado, veremos unas propiedades u otras. ¡Los físicos ya no podían decir cuál era la respuesta a un problema, sino calcular sus posibles respuestas!

Antes dije que fue décadas después cuando ocurrió esto. Más exactamente sobre 1920… aunque la superposición cuántica ya se estaba dando muy seguidamente del matrimonio de Mileva y Albert.

1904. Para Francis Leftwich, el nombre una de sus canciones. Para Mileva, una dura decisión. La talentosa matemática y física decidió sacrificar su futuro por el cuidado de sus hijos. Lost your walk, walk on, walk on, walk on. «Perdiste tu camino, caminaste, caminaste, caminaste». Acompañada del ritmo de estos versos, Marić se desviaba de su sendero... aunque nunca dejaría de caminar.

Para entonces, Mileva tenía una muy buena preparación académica. Había desarrollado investigaciones sobre la teoría de los números, cálculo diferencial e integral, funciones elípticas, la teoría del calor y la electrodinámica.

Además, ella tenía tiempo para ayudar a su marido con sus investigaciones. Einstein no era especialmente bueno en las matemáticas y era Mileva quien transformaba sus intuiciones en fórmulas. Todo este año y muchos de los anteriores fueron forjando lo que se recordaría como «el año milagroso».

«Hace poco hemos terminado un trabajo muy importante que hará mundialmente famoso a mi marido». Mileva Marić.

Llegó el año de los prodigios. 1905. Einstein publica cinco artículos, entre ellos la teoría de la relatividad y la famosa fórmula «E = mc2», que revoluciona el mundo de la física y lo convierte en un genio.

Llovían las entrevistas, las citas, los artículos y el reconocimiento de una forma torrencial. Con veintiséis años, Albert había alcanzado la mayor fama lograda por un científico del siglo XX.

«Ahora es considerado como el mejor de los físicos de habla alemana, y le rinden muchos honores. Estoy muy feliz por su éxito porque él lo merece plenamente. Solo espero y deseo que la fama no tenga un efecto perjudicial sobre su humanidad». Mileva Marić.

La fama puede cambiar a las personas. ¿Por qué? Porque implica adquisición de poder y esta es capaz de emponzoñar nuestra mente. La intoxicación de los sentimientos de poder nos lleva a enfocarnos dañinamente en nuestros propios objetivos. Al eliminar la dependencia de los demás, se adquiere la «capacidad» de hacer caso omiso a sus preocupaciones, llenando el vacío que dejan con nuestros fines…

Es una partícula que se propaga por el espacio como una onda. Es exitosa para describir las propiedades de los átomos. Pero lo más oscuro de ella es lo que realmente importa. No siempre fue así. O tal vez era una parte de él que estuvo oculta hasta ser despertada. Lo único claro es que cambió. Esa partícula se propagó por el espacio, pero no como una concentración esférica de materia, sino como una ondulación que se propagó por todas las direcciones cubriendo cada rincón del universo… Esa partícula se superpuso.

Entrelazamiento

O «acción fantasmal a distancia». Así llamó Einstein a un fenómeno que llevaba directamente a desconfiar de la mecánica cuántica. Según él, la mecánica cuántica es una teoría incompleta. No es que «las partículas se teletransporten o tengan propiedades indefinidas». Según Einstein, simplemente nos falta información. Son esas variables ocultas las que nos impiden tener una física precisa formando una «niebla cuántica».

En sus intentos por matar a su creación, Einstein creó la paradoja EPR que trataba de ridiculizar el principio cuántico que aseguraba la existencia de una conexión vinculante entre átomos. En ella, al observar las propiedades de un átomo se definían inmediatamente las de otro. Sin embargo, años antes de esta polémica, Albert estaba destruyendo otras cosas: su humanidad y su familia.

—¡Te has vuelto loco! —exclamó Mileva.
—¡Eres tú quien no me entiende! —respondió con mofa Albert—. Las mujeres no entendéis nada.
—¡Me dijiste que recibiría el dinero de «tu» premio Nobel y no me diste más que una porción! —replicó ella.
—Será para mis hijos.
—¡Llevas años poniéndome los cuernos con tu prima! ¿Cuándo me dejaste de querer? —preguntó con voz afligida.
—No te metas en mis asuntos. Mira, yo quiero salvar nuestro matrimonio. Por nuestros hijos. Si aceptas mis términos seguimos juntos.

Toda la misoginia del planeta se concentraba en la carta en la que exponía sus términos. En ella, le ponía como obligaciones hacer todas las tareas de la casa, además de servirle a él la comida a una hora establecida sin entrar en su estudio tan siquiera. Por otro lado, le imponía no tener ninguna relación personal con él salvo cuando se tratase de la apariencia social. Y, además, le prohibía hacerle frente delante de sus hijos para no darles una impresión de inferioridad frente a su mujer.

Ella rechazó los «términos» impuestos por Einstein y estuvo dependiente económicamente de él toda su vida. Pero la disputa se prolongó por cartas hasta alcanzar la cumbre.

—Fui yo quien te ayudó con tus investigaciones. ¡Sin mí no lo habrías logrado! El efecto fotoeléctrico, el cual te supuso el Premio Nobel de Física, está basado en mis trabajos en Zúrich y Heidelberg. Fui yo quien describió el movimiento desordenado de las partículas en tu teoría del movimiento browniano. Fui yo quien repasó «nuestra» teoría de la relatividad antes de que la publicaran. Todos estos años, desde que comenzamos a estudiar juntos, estuve a tu lado ayudándote y complementando tu potencial con las piezas que le faltaban. Sin embargo, me estás apartando y omitiendo, haciéndole creer al mundo que todo viene de ti. Mis hijos, que también son los tuyos, nos necesitan a los dos. ¡Eduard tiene esquizofrenia, Albert! ¡Me está afectando a mi economía y a mi salud mental! No me voy a dejar vencer. Me vas a pagar el dinero que necesito, es decir, el del Premio Nobel que me gané a pulso. Acordamos que me darías el dinero a cambio de poner solo tu nombre… pero ni eso. Por tanto, si no me proporcionas los ingresos que necesito, que los merezco, diré al mundo que fui yo la que te ayudó en todo. Les diré que tus famosas teorías y logros no fueron íntegramente tuyos, sino nuestros. No me omitirás.

La respuesta de Einstein no se hizo esperar.

—Me hiciste reír cuando empezaste a amenazarme con tus recuerdos. ¿Alguna vez has considerado, aunque sea por un segundo, que nunca nadie prestaría atención a lo que dices si el hombre del que hablas no hubiese logrado algo importante? Cuando alguien es completamente insignificante, no hay nada más que decirle a esa persona, sino permanecer modesto y silencioso. Esto es lo que te aconsejo que hagas.

La fama le había consumido y su humanidad había quedado cegada.

Epílogo

Mileva cuidó de su hijo esquizofrénico, Eduard Einstein, estando a su lado todo el tiempo. El matrimonio de Albert y su prima Elsa, sumado al sufrimiento que supuso la hospitalización de su hijo pequeño, le afectaron mentalmente. Su dinero se agotó en la atención médica de Eduard y su estabilidad mental quebró por los violentos ataques que le ocasionaban la esquizofrenia.

Por culpa de todo este sufrimiento, Mileva tuvo una crisis nerviosa seguida de varias embolias, provocando su muerte en 1948. Su hijo murió diecisiete años después, totalmente solo, ya que a su padre le horrorizaba su enfermedad.

Nunca se supo cuál fue realmente el aporte de Mileva Marić a la física, aunque hay varios testigos que vieron a Albert y Marić trabajando juntos en la cocina de su casa. Por otro lado, muchas cartas de Einstein se perdieron en la noche de los tiempos. Esto se debe a que su fiel secretaria, Helen Dukas, tapó todos sus flirteos y manchas de su imagen. El tiempo hizo el resto, convirtiéndolo en una leyenda; el Bécquer de la ciencia. «La acción fantasmal a distancia», como llamaba con mofa Einstein al entrelazamiento cuántico, resultó no ser tan onírica como él pensaba. Desde el siglo XXI podemos decir que esos comportamientos tan ilógicos de la cuántica son en realidad propiedades suyas que tenemos que aceptar. La mecánica cuántica no es tan disparatada si la miramos desde la perspectiva adecuada.

La vida de Mileva Marić fue en su conjunto una injusticia. Ella merecía ser reconocida por su trabajo, ya que, si hubiese sido un hombre, recodaríamos a dos grandes científicos, como Bohr y Heisenberg, que cambiaron nuestra forma de ver el universo. Aun así, confío en que esta historia te haya servido para que nunca olvides lo mucho que le debemos a «la acción fantasmal de Mileva».

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