La edad de los prodigios. Terror y belleza en la ciencia del Romanticismo.

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Reseña de La edad de los prodigios. Terror y belleza en la ciencia del Romanticismo, de Richard Holmes.

TEXTO POR GUILLERMO VALDELVIRA MEDINA
ILUSTRADO POR GINA MARTÍNEZ
ARTÍCULOS
LITERATURA | RESEÑA
13 de Septiembre de 2021

Tiempo medio de lectura (minutos)

Existe la pertinaz y francamente molesta costumbre de separar de manera infranqueable las letras de las ciencias. Por ello, uno no puede dejar de intrigarse ante el sugestivo título La edad de los prodigios. Terror y belleza en la ciencia del Romanticismo, el premiado libro de Richard Holmes por el que hay que sudar la gota gorda para encontrar en apenas un puñado de librerías de España.

Habiendo encontrado uno de los pocos ejemplares que quedan a la venta, la ilusión se mezcla con el estupor: casi setecientas páginas escritas con una profusión de detalle y una minuciosidad académica que intimidan a cualquiera. Temores infundados: imposible no sentirse inspirado por la crónica cautivadora de aquel tiempo en el que los científicos componían sonetos mientras los poetas inhalaban óxido nitroso.

Retrato de una época y de una forma ya extinta de hacer ciencia, La edad de los prodigios traza las vidas de aquellos científicos hijos de la Ilustración que no vacilaron al asomarse al amanecer de la nueva sensibilidad romántica. El libro orbita en torno a tres figuras clave en el panorama científico del Reino Unido de finales del XVIII: Joseph Banks, William Herschel y Humphry Davy. Al relato de las vidas y descubrimientos de esta generación de científicos se unen la obra y experiencias de Coleridge, Keats, Mary Shelley y Erasmus Darwin, entre muchos otros.

De lectura siempre ágil y amena, La edad de los prodigios aúna la crónica biográfica magistralmente documentada con el análisis literario más agudo, mostrando cómo la visión romántica del mundo catalizó el descubrimiento científico en aquella época trepidante. De igual modo, Richard Holmes nos ilustra cómo toda una legión de nuevos poetas buscó inspiración en los pavorosos avances científicos de su época, mostrando cómo el temor y temblor de los artistas va parejo al de los investigadores.

Existe la pertinaz y francamente molesta costumbre de separar de manera infranqueable las letras de las ciencias.

Poco queda ya de aquella euforia generacional que elevó los primeros globos aerostáticos sobre los jardines de las Tullerías y que inspiró la creación de versos divinos. Aunque, aviso a navegantes, Richard Holmes nos advierte de los peligros de romantizar el Romanticismo, no vayamos a caer en las falacias del momento eureka y el síndrome de Newton: cuántas veces habremos pensado en aquel único sabio de intelecto sobrenatural inspirado en un momento de gracia súbita (la manzana que cae sobre el cogote) y no en la laboriosa y pausada labor de múltiples científicos cuyos frutos tardan años en brillar. No obstante, hay mucho que aprender de aquellos científicos (¿poetas?) deliciosamente chiflados de finales del XVIII: frente a la quietud y estancamiento intelectual de las aulas universitarias, frente a la memorieta estéril que caracteriza nuestro sistema educativo, nutramos la imaginación y la curiosidad como los motores principales del saber. No sé si peco de romántico, pero es que el placer del descubrimiento científico es de contagio fácil.

Título: La edad de los prodigios. Terror y belleza en la ciencia del Romanticismo.
Autor: Richard Holmes.
Editorial: Turner.
Colección: Noema.
Nº de páginas: 688.
Fecha de publicación: 1-4-2012.
ISBN: 978-84-7506-545-8.

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