Si pudiese representarse gráficamente la polución más allá de una nube grisácea que cubre el cielo de muchas ciudades ¿cómo sería?
Esto debió preguntarse el artista ruso Dmitry Morozov antes de idear y desarrollar un aparato que analiza e interpreta la contaminación del aire. El instrumento, un aparato que parece más un cachivache un pelín sofisticado, incluye una nariz de goma que es —en realidad— un dispositivo con sensores que miden la composición del aire y es capaz de detectar elementos como el metano, el monóxido de carbono, formaldehído o dióxido de carbono.
Cada uno de los elementos detectados por el sensor crea un potencial eléctrico distinto en función de la concentración del mismo, estableciendo una diferencia de potencial que permite expresar los resultados en voltios que, a su vez, son traducidos en interpretados por una unidad computacional mediante un algoritmo que los representa con distintas formas y colores. El propio aparato incorpora una mini impresora que nos muestra el llamativo resultado inmediatamente después del análisis, como si de una Polaroid se tratara.
Una de las imágenes resultado del análisis de las calles de Moscú
Irónicamente, a la hora de seleccionar el patrón de color, el diseñador eligió los colores más brillantes para los ambientes más contaminados de tal manera que jamás el sucio vómito de un tubo de escape tuvo un resultado tan hermoso.
Dmitry Morozov ideó el instrumento narigudo con una intención muy clara: convertir el contaminado aire de Moscú en arte. Así que se puso manos a la obra: debió subir al desván, cogió la caja de herramientas, una pequeña impresora portátil, unos sensores (de los que todos tenemos por el cajón de la cocina), arrancó la nariz de plástico que iba pegada a unas gafas de la despedida de soltero de su primo Aleksei y, aparato en mano (eléctrico), se fue a recorrer Moscú y a transformar su polución en mini representaciones artísticas.
Aunque gracias al humo que se genera en ciertas ocasiones podemos ver la contaminación, la mayor parte de la misma en las ciudades resulta invisible al ojo humano. Incluso, en ocasiones, no podemos verla pero podemos olerla. Y esto es lo que inspiró al diseñador ruso.
Para hacer visible lo invisible y arte de lo pútrido, Dmitry Morozov analizó el ambiente de diferentes tipos de zonas para tratar de obtener un patrón lo más heterogéneo posible y construir una amplia obra artística. También tomó muestras a diferentes horas, siendo las más creativas las horas punta del centro de la capital rusa.
Pero algo que comprobó (y en lo que no había pensado de inicio) tras analizar algunos de los patrones más extraños obtenidos es que es que gracias a su aparato (el de la nariz de plástico) podía estudiar los diferentes tipos de combustible, llegando a afirmar que la composición de la gasolina en Rusia (al menos en Moscú) no se correspondía con lo que debería, y que era distinta a la de Estados Unidos, siendo esta última de mejor calidad (ay, amigo Dmitry, si te oye Putin).
En las imágenes obtenidas, cuanto más brillante (colores eléctricos), más sucio es el aire. Por su parte, el aire limpio era interpretado con el color verde, localizado principalmente en los parques. Así, cuando se puso en plan performance y empezó a quemar plásticos y a analizar el humo que salía obtuvo las imágenes más bellas, según sus propias palabras. Lo cual, no deja de ser irónico que cuanta mayor sea la contaminación más hermosas resulten las imágenes. Cosas de los artistas.
Siempre había pensado que hacer arte con la basura, la mugre, la mierda, era o bien de ser un tremendo caradura o un tipo muy listo y creativo. Todavía no sé en qué grupo de los dos está el diseñador Justin Gignac, un tipo que transformó la basura de Nueva York en arte. También tenía la creencia, emponzoñado por la cultura de lo absurdo en la que me he criado, de que los rusos son una panda de borrachines irremediables. Pero Dmitry Morozov me ha enseñado que esto no son más que los prejuicios típicos de un ser con el alma tan contaminada como las calles de Moscú.
Ahora mi alma ya es verde.
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