Un estudio reciente sugiere que los humanos poseemos magnetorrecepción, al igual que otros animales. Los autores llegaron a esta conclusión al analizar los distintos patrones de ondas cerebrales que se producían cuando los voluntarios eran sometidos a un cambio en el campo magnético.
¿Sabías que las palomas mensajeras utilizan el campo magnético terrestre para orientarse y navegar? Con un mensaje enrollado en un tubo y este atado a una de las patas del ave, el animal puede sobrevolar grandes distancias y volver a su hogar sin perderse. Cuenta con varios recursos para no perderse, y uno de ellos es la magnetorrecepción, la capacidad de percibir el campo magnético de la Tierra. Y como este, muchos más animales. Y los humanos quizás nos podamos añadir en la lista.
La revista de neurociencia eNeuro publicó este lunes 18 de marzo un estudio que concluía de tal forma. La investigación, liderada desde el Instituto de Tecnología de California —más conocido como Caltech—, se basó en el análisis de las ondas cerebrales según la exposición al campo magnético. Equipados con un gorro de electroencefalograma, los veintiséis voluntarios fueron pasando por una cámara oscura. Sentados y con los ojos cerrados, las bobinas eléctricas que decoraban las paredes manipulaban el campo magnético al que se exponían. La fuerza era la misma que la natural en nuestro planeta, pero la dirección del campo podía cambiar. Esta estrategia intentaba simular el efecto de alguien cuando se mueve, gira y altera su trayectoria, pero sin la necesidad de hacer que el participante se moviera. Los autores no querían que el control motor del cerebro enmascarara las señales relacionadas con la magnetorrecepción.
Analizando los electroencefalogramas, los neurocientíficos descubrieron diferencias significativas en las ondas alfa —las que suelen predominar cuando no se realiza ninguna actividad— cuando se variaba la dirección del campo magnético. Concretamente, cuando el individuo estaba orientado de cara al norte y el campo magnético se desplazaba del norte al noroeste, la amplitud de las ondas alfa disminuía en un promedio del veinticinco por ciento, el triple que en las pruebas control.
Aún quedan varios puntos por solventar para asegurar que los humanos tenemos el sentido de la magnetorrecepción. Esto implica replicar el ensayo en otros laboratorios, incluir un mayor número de sujetos y que estos provengan de diferentes partes del planeta. Este estudio se realizó únicamente con voluntarios del hemisferio norte, donde el campo magnético apunta hacia abajo. Quizás por eso, según los autores, no respondían cuando este se dirigía hacia abajo, lo natural en el hemisferio sur. Se sabe que los animales con esta capacidad la apagan cuando se exponen a un campo magnético extraño, como los rayos. Además, desconocemos cómo nuestro cerebro puede detectar estas fluctuaciones. Se hipotetiza que el mecanismo debe ser parecido al de varios animales como la trucha o las mismas palomas mensajeras, que presentan algunas neuronas con magnetita, el mineral más magnético de todo el planeta.
Un estudio realizado con papilas gustativas de humanos y ratones demuestra la capacidad funcional para detectar olores de las células gustativas. Sugiriendo que el sentido del olfato y el gusto están más relacionados de que creíamos y su posible aplicación en la percepción de los alimentos haciéndolos más o menos apetecibles.
Mediante el uso de imágenes de las misiones de la NASA Kepler/K2 y TESS investigadores de universidades y observatorios de Europa, América y Australia han podido empezar a descifrar características internas de estrellas de más de diez veces la masa del Sol basándose en su variabilidad. Estas investigaciones permitirán comprobar la validez del modelo teórico de evolución estelar para las gigantes azules.
Un estudio reciente sugiere que los humanos poseemos magnetorrecepción, al igual que otros animales. Los autores llegaron a esta conclusión al analizar los distintos patrones de ondas cerebrales que se producían cuando los voluntarios eran sometidos a un cambio en el campo magnético.
Karen Uhlenbeck se ha convertido en la primera mujer en recibir el premio Abel, el equivalente a un Nobel en el campo de las matemáticas. Se le ha otorgado por su investigación sobre análisis geométricos y teoría gauge, con un gran impacto en análisis, geometría y física matemática.