La Moricandia arvensis también es conocida como berza arvense o collejón, es una planta relacionada con el repollo y el rábano que se encuentra en ecosistemas secos, semiáridos y áridos del Mediterráneo occidental. En estos ecosistemas vive en condiciones climáticas muy diferentes: templadas y húmedas durante la primavera, extremadamente secas y calurosas en verano.
Un equipo multidisciplinar de investigadores de las Universidades de Vigo, Rey Juan Carlos y Pablo Olavide, junto con la Estación Experimental de Zonas Áridas (CSIC) y coordinado por la Universidad de Granada ha descubierto que Moricandia arvensis presenta plasticidad fenotípica, es decir, la misma planta presenta diferentes características como respuesta a las distintas condiciones ambientales.
La plasticidad fenotípica se debe a las condiciones extremas que soporta la planta en verano por las altas temperaturas y mayor número de horas de luz. Lo cual provoca cambios en la expresión de más de seiscientos genes. En consecuencia, las hojas que produce Moricandia arvensis en verano son más pequeñas, gruesas, con más carbono estructural y una mayor eficiencia en el uso del agua con respecto a las hojas que presenta en primavera más grandes y finas.
La floración en primavera produce flores grandes, en forma de cruz, de color lila brillante que reflejan los rayos ultravioleta, en cambio en primavera las flores son blancas y pequeñas, redondeadas y absorbentes de los rayos ultravioleta. Los investigadores reconocieron otros cambios significativos en algunos rasgos florales: diámetro de la corola, longitud del tubo, forma y concentración de antocianinas responsables de los pigmentos rojos y azules.
Los polinizadores también fueron diferentes en ambas estaciones. Durante la primavera las flores grandes y vistosas fueron visitadas principalmente por abejas grandes de lengua larga, sin embargo en verano los polinizadores principales de las flores blancas y pequeñas fueron las abejas pequeñas, el escarabajo pequeño y las mariposas. El cambio de las especies polinizadoras en cada estación permitió, por tanto, la supervivencia de la planta en las condiciones extremas del verano.
La investigación se ha publicado en la revista Nature Communications. Las conclusiones, según los investigadores, sugieren que la plasticidad fenotípica ayuda a las plantas a adaptarse a las perturbaciones producidas por los humanos e la actualidad y a los futuros escenarios de cambio climático.
El proceso se basa en la digestión del glicerol por parte de bacterias en ausencia de oxígeno. Gracias a ello se podría hacer más rentable el uso del biodiésel.
La existencia de la proteína previene una reacción inmune exagerada, el cual es un mecanismo crítico en la supervivencia en enfermedades autoinmunes como sepsis y colitis en ratones.