31 Diciembre
La luz siempre pareció indomable. Demasiado rápida, demasiado intensa, demasiado fugaz como para ser controlada sin romperlo todo a su paso. Durante décadas, los físicos soñaron con concentrarla hasta límites extremos, pero cada intento terminaba del mismo modo: los láseres más potentes se destruían a sí mismos antes de llegar al objetivo. Hasta que Donna Strickland encontró una forma de engañar a la luz sin forzarla, de estirarla, amplificarla y devolverla comprimida, intacta, precisa.
Nacida el 31 de diciembre de 1959, Donna Strickland se convertiría en Premio Nobel de Física en 2018 por desarrollar, junto a Gérard Mourou, la técnica conocida como chirped pulse amplification. Un avance técnico que transformó la física de los láseres y abrió la puerta a aplicaciones que hoy van desde la cirugía ocular hasta la física de plasmas o la ciencia de materiales. Pero también una historia profundamente Principia: la de una científica que hizo historia sin levantar la voz.
Cuando el láser se vuelve peligroso
En los años setenta y ochenta, el láser ya era una herramienta consolidada en laboratorios y aplicaciones industriales. Pero había un límite infranqueable: aumentar la intensidad significaba destruir los componentes ópticos. La luz concentrada en pulsos ultracortos era tan violenta que fundía lentes y amplificadores antes de cumplir su función.
Era un problema físico y, en cierto modo, filosófico. ¿Cómo amplificar algo sin que su propia potencia lo haga estallar? La mayoría de investigadores asumían que ese límite era estructural. Strickland, entonces doctoranda, no lo dio por hecho.
Estirar para no romper
La idea central de la chirped pulse amplification es tan elegante que parece obvia solo después de haber sido descubierta. En lugar de amplificar directamente un pulso láser ultracorto y extremadamente intenso, Strickland propuso estirarlo en el tiempo, reducir su potencia instantánea, amplificarlo de forma segura y, solo al final, recomprimirlo hasta recuperar su intensidad original.
La luz no se debilitaba. Solo se distribuía de otro modo.
Ese estiramiento introduce una variación en las frecuencias del pulso —un chirp, un «gorjeo»— que permite manejar energías enormes sin destruir el sistema óptico. Una vez amplificado, el pulso se recompone y libera toda su potencia en una fracción de segundo.
Con ese gesto técnico, aparentemente modesto, Strickland cambió las reglas del juego.
Una tesis que cambió la física
La técnica fue desarrollada en 1985, como parte de la tesis doctoral de Donna Strickland en la Universidad de Rochester. Durante años, ese trabajo circuló en la comunidad científica como una solución brillante a un problema muy concreto. Nadie hablaba de Nobel. Nadie hablaba de revolución.
Pero la ciencia rara vez explota de inmediato. A veces, se filtra lentamente en la realidad.Ç
Con el tiempo, la CPA se convirtió en el estándar para generar láseres de alta intensidad. Gracias a ella, hoy es posible producir pulsos tan breves y potentes que permiten observar procesos físicos ultrarrápidos, estudiar la materia en condiciones extremas o realizar cortes quirúrgicos con una precisión impensable hace solo unas décadas.
La luz que cura
Una de las aplicaciones más conocidas de esta técnica está en la cirugía ocular, especialmente en procedimientos como el LASIK. Los pulsos ultracortos generados mediante CPA permiten realizar incisiones microscópicas sin dañar el tejido circundante, reduciendo riesgos y acelerando la recuperación.
Es una paradoja hermosa: una técnica nacida para llevar la luz al límite de la destrucción termina siendo una herramienta de extrema delicadeza. La misma física que puede generar plasmas y estados exóticos de la materia es la que permite devolver la vista a millones de personas.
Materia, plasma y fronteras
Más allá de la medicina, los láseres basados en chirped pulse amplification han abierto campos enteros de investigación. Permiten estudiar la interacción entre luz y materia en regímenes antes inaccesibles, crear plasmas en laboratorio, simular condiciones astrofísicas extremas o explorar nuevas fases de la materia.
En la física contemporánea, controlar la luz es controlar el tiempo. Y Strickland proporcionó las herramientas para hacerlo.
El Nobel que llegó tarde
En 2018, Donna Strickland recibió el Premio Nobel de Física junto a Gérard Mourou y Arthur Ashkin. Su nombre apareció de pronto en titulares de todo el mundo, acompañado de un dato tan revelador como incómodo: era solo la tercera mujer en la historia en recibir ese galardón, tras Marie Curie y Maria Goeppert-Mayer.
La sorpresa fue doble. Para el público general, que descubría a una científica clave. Y para la propia Strickland, que seguía siendo profesora asociada cuando se anunció el premio.
No hubo discurso grandilocuente ni gesto épico. Solo una constatación tranquila: la física había cambiado gracias a una idea desarrollada décadas atrás por alguien que nunca buscó protagonismo.
Ciencia sin épica
Strickland nunca encajó en el estereotipo del genio excéntrico. Su trayectoria está marcada por el trabajo constante, la claridad conceptual y una profunda vocación docente. Durante años habló de láseres, pulsos y óptica avanzada en aulas universitarias, lejos del foco mediático.
Su historia desmonta dos mitos a la vez: que los grandes avances nacen siempre de figuras deslumbrantes y que la ciencia avanza a golpes espectaculares. A veces, progresa gracias a una pregunta bien formulada y una solución técnicamente honesta.
La tercera, pero no la última
Ser la tercera mujer en recibir el Nobel de Física no define a Donna Strickland, pero sí revela algo del sistema científico. Su trabajo llevaba décadas transformando la física cuando llegó el reconocimiento. El retraso no fue técnico, sino cultural.
Su figura se ha convertido, sin pretenderlo, en un símbolo de otra forma de hacer ciencia: rigurosa, silenciosa, profundamente transformadora.
Domar la luz
La chirped pulse amplification no solo permitió amplificar pulsos láser. Demostró que incluso los fenómenos más extremos pueden abordarse con inteligencia, sin violencia, sin forzar los límites hasta romperlos.
Estirar, comprender, amplificar y recomponer.
Quizá esa sea también una buena metáfora para la ciencia que importa: la que no busca deslumbrar, sino iluminar.