Carta a Tsuneko

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Según la Real Academia Española, una de las acepciones de la palabra conciliar es «hacer compatibles dos o más cosas». En buena parte, la construcción del conocimiento científico consiste precisamente en eso: hallar la forma de encajar nuestras observaciones presentes con las teorías establecidas, como si se tratase de las piezas del inmenso puzle que es el universo. Pero la conciliación adquiere hoy nuevas dimensiones, especialmente en el ámbito social. En ese sentido, ¿es posible conciliar ciencia y vida?

TEXTO POR BLANCA SALGADO FUENTES
ILUSTRADO POR MARIBEL PORTELLANO SORIANO
ARTÍCULOS | MUJERES DE CIENCIA
CONCILIACIÓN | MUJERES DE CIENCIA | TSUNEKO
13 de Junio de 2023

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En el prólogo del libro de la vida la protagonista es la química, es decir, la materia y su transformación. Moléculas que bailaban erráticamente e interaccionaban entre sí hasta que, en un determinado momento, bien por azar o por necesidad (en palabras de Jacques Monod), construyeron estructuras capaces de autorreplicarse. Dicho de otra forma, crearon nuevas moléculas con la habilidad de generar copias de sí mismas. Estas reciben el nombre de ácidos nucleicos y podrían considerarse como la simiente de lo que hoy entendemos como vida. Por supuesto, tuvieron que ocurrir muchas cosas antes de que aparecieran los primeros organismos propiamente dichos, a los que varios y densos tomos de historia separan también de las formas de vida más complejas que conocemos hoy. Sin embargo, y a pesar de nuestras diferencias, una parte esencial de los seres vivos sigue siendo esa habilidad para perpetuarse en el tiempo mediante la generación de seres semejantes a ellos. A un nivel fundamental, esta dinámica depende de la duplicación del material genético (o ADN) que guardamos en nuestras células y que contiene la información que nos hace ser lo que somos, permitiendo nuestra existencia.

Sola frente a dos grandes desafíos que le planteaba la vida dos caras de una misma moneda—: el gran enigma biológico y la maternidad.

Podemos imaginar que, tratándose de un tesoro tan valioso, el ADN se encuentra bien protegido. Confinado en el interior de nuestras células, sus misterios inescrutables nos fascinaron mucho antes de su hallazgo y lo siguen haciendo en nuestros días. La historia del descubrimiento del ADN está plagada de enigmas y paradojas, especialmente en sus inicios, cuando se dilucidó su estructura y la forma en que este se replicaba. Así, los científicos que contribuyeron a esta hazaña fueron ante todo pacientes diplomáticos capaces de reconciliar las grandes contradicciones que las pruebas experimentales les proporcionaban. Entre todos estos hitos, cabe destacar las aportaciones de un nosotros que tiende a considerarse un él. Me refiero a los trabajos de Tsuneko y Reiji Okazaki, un matrimonio de investigadores japoneses que aportó la clave para comprender cómo se generaban, en nuestras células, copias de la doble hélice del ADN. En el momento en el que comenzaron a realizar sus experimentos se conocía la estructura (la doble hélice de cadenas complementarias que mencionaba antes) y uno de los agentes implicados en el proceso: la ADN polimerasa, una enzima capaz de producir copias de cada una de las hebras. No obstante, faltaba comprender el mecanismo que permitiría encajar todas las piezas del rompecabezas. Tomando un símil de la novela negra, los detectives tenían a su sospechoso, pero les faltaba averiguar cómo había cometido el crimen. Y eso hicieron, a pesar de las condiciones precarias que asolaban los laboratorios del Japón de la posguerra.

Asuntos como la natalidad, el bienestar de las familias y la salud mental de los trabajadores son solo algunos ejemplos de un largo etcétera que traduce las dimensiones social y económica de la conciliación.

En su honor, los componentes implicados en la replicación del ADN que ellos identificaron recibieron el nombre de fragmentos de Okazaki. Sin embargo, para sorpresa de algunos colegas y pese a las repercusiones de sus descubrimientos, no les concedieron el Nobel. En 1975, Reiji Okazaki falleció a causa de una leucemia, probablemente provocada por la radiación a la que estuvo expuesto durante su infancia, tras el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima. Tsuneko quedó entonces viuda, con una carrera investigadora por delante y dos hijos a su cargo. Es aquí donde el papel conciliador de la investigadora adopta una nueva identidad. Sola frente a dos grandes desafíos que le planteaba la vida dos caras de una misma moneda—: el gran enigma biológico y la maternidad.

El caso de Tsuneko no es ni mucho menos único en la historia de la ciencia, la propia Marie Curie también vivió una experiencia parecida, y tal es la situación de numerosas científicas en nuestros días que deciden ser madres. Afortunadamente, las dificultades que tuvieron que afrontar mujeres como Tsuneko y Marie son muy diferentes a los problemas que sigue planteando hoy la conciliación. Las cosas han cambiado, pero deben seguir haciéndolo.

La cuestión de la conciliación no es sencilla, bebiendo la misma de múltiples afluentes y derivando en diversas vertientes. Son muchos los factores que siguen contribuyendo a que la vida familiar y laboral, especialmente para las mujeres, sean incompatibles. Esto es así desde el momento en que el sistema se mantiene a costa de las renuncias personales y/o profesionales de los individuos (de nuevo, mayoritariamente ellas). La conciliación es un problema que debería involucrar al conjunto de la sociedad, teniendo en cuenta que sus repercusiones nos afectan a todos y a numerosos aspectos de nuestra vida en común. Asuntos como la natalidad, el bienestar de las familias y la salud mental de los trabajadores son solo algunos ejemplos de un largo etcétera que traduce las dimensiones social y económica de la conciliación.

Afortunadamente, las dificultades que tuvieron que afrontar mujeres como Tsuneko y Marie son muy diferentes a los problemas que sigue planteando hoy la conciliación. Las cosas han cambiado, pero deben seguir haciéndolo

En una entrevista, Tsuneko reconocía el apoyo que, en aquellos momentos tan difíciles, fueron la ayuda prestada por una vecina, que cuidaba de sus hijos mientras ella trabajaba; así como las palabras que Arthur Kornberg, el descubridor de la ADN polimerasa en cuyo laboratorio habían trabajado los Okazaki años atrás, le dedicó en una carta, animándola a no abandonar la investigación. Estas anécdotas permiten ampliar los horizontes de lo que se entiende por corresponsabilidad, apoyando la idea de que todos podemos contribuir a hacer de la conciliación una realidad, y no una mera aspiración. Sin embargo, las acciones individuales no bastan, requiriéndose esfuerzos a nivel institucional, reformas políticas y educativas, incluso, una revolución en cuanto a nuestra forma de entender las implicaciones y el valor del cuidado. Ahora que se aproxima el día de la Madre, quizás sea buen momento para reivindicar esta labor invisible de la que tantos hemos sido testigos sin saber apreciarlo.

A fin de cuentas, tal y como dijo Virginia Woolf en su ensayo Una habitación propia: «(…) todo puede ocurrir cuando el hecho de ser mujer no sea ya una ocupación protegida», tan solo nos falta aprender a (con)vivir y explorar esa nueva posibilidad.

 

Bibliografía

Club de Malasmadres. https://clubdemalasmadres.com/podcast-23m/

Okazaki. 2017. Days weaving the lagging strand synthesis of DNA —A personal recollection of the discovery of Okazaki fragments and studies on discontinuous replication mechanism— Proc. Jpn. Acad. 93: 322-338.

Okazaki. 2017. My Life & Okazaki Fragments. Institute for Advanced Research Letter 15: 3-7.

 

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