Cuando se encontró y no se encontró vida en Marte

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El programa Viking de la NASA se desarrolló en medio de un enmarañado contexto científico cuyos episodios centrales fueron escritos por instrumentos de nuevo cuño. Al contrario que la Luna, las condiciones de Marte permitían soñar con la posibilidad de hallar vida microorgánica. Esta posibilidad requería afrontar el reto de diseñar y desarrollar instrumentos con la capacidad de detección necesaria. Un reto que, aunque se logró con creces, llevó, en plena resolución de Viking, a la confrontación de los resultados de los diversos instrumentos y, en cierto sentido, a una conclusión infeliz de la historia científica y sociológica de la misión.

TEXTO POR IVÁN LÓPEZ GARCÍA
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EXPLORACIÓN ESPACIAL | MARTE | NASA | VIKING
22 de Agosto de 2023

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La misión Apollo 11 es popularmente conocida por llevar por primera vez a un ser humano a la Luna y, evidentemente, a un satélite o cuerpo planetario celeste. No es tan conocido, sin embargo, el hecho de que, además de tratarse de una misión con un claro objetivo geopolítico, se llevó a cabo con una importante intención exobiológica. Apenas es sabido que Neil Armstrong y Buzz Aldrin recogieron veintidós kilos de muestras lunares que fueron analizadas en diversos laboratorios terrestres en búsqueda de signos de vida microorgánica.

Asimismo, a partir de 1969, más de cien laboratorios, principalmente estadounidenses, recibieron estas muestras lunares, entre los que se encontraba el laboratorio del bioquímico leridano Joan Oró Florensa en la Universidad de Houston. Oró había emigrado en 1952 a EE. UU. para realizar un doctorado en bioquímica, cuando aún era un joven científico recién licenciado en Ciencias Químicas en la Universidad de Barcelona, con humildes raíces de panadero, un conocimiento precario del inglés y con más sueños y esperanzas que seguridades.

Una década más tarde, cuando ya era docente titular de bioquímica de la Universidad de Houston, empezó a recibir fondos de la NASA para desarrollar investigaciones en el campo de la «cosmoquímica orgánica». Este hecho le permitió armar uno de los laboratorios más avanzados de la época especializados en los estudios sobre el origen de la vida.

En concreto, su laboratorio adquirió en 1965 el GC-MS, un moderno y exclusivo cromatógrafo de gases combinado con un espectrómetro de masas capaz de separar e identificar moléculas orgánicas y biológicas en todo tipo de muestras. Los innumerables análisis que su laboratorio realizó con este instrumento hasta 1969, que iban desde el análisis del polvo presente en el laboratorio al análisis de meteoritos, fueron una preparación para el análisis de las muestras lunares.

El hecho es que, después de los análisis de las muestras lunares de la Apollo 11, todos los laboratorios concluyeron que la Luna no tenía compuestos orgánicos nativos, síntesis prebiótica en curso o material vivo o fósil anterior. Es más: el aspecto fundamental no era simplemente que en la Luna no había presencia ni rastro alguno de vida presente o pasada, sino que la vida nunca pudo haber existido.

Lejos de suponer un fracaso, el camino que llevó a estos resultados sirvió para que los laboratorios adquirieran instrumentación novedosa que podría servir para tratar y analizar con garantías cualquier otra muestra extraterrestre, y, sobre todo, para que se iniciara una carrera de desarrollo de instrumentos de detección de vida microorgánica extraterrestre que concluiría en 1976 con el amartizaje de la sonda Viking Lander.

Por otra parte, esta carrera fue conformándose en un clima de disputas y competencias entre los diversos equipos de investigación implicados y sus instrumentaciones.

La sonda Viking Lander llevaba a bordo un paquete de instrumentos de experimentación biológica preparados para desarrollar experimentos en la superficie de Marte con el fin de detectar signos de vida presente o pasada. Entre estos instrumentos se encontraba una réplica del GC-MS del laboratorio de Oró, que había sido sometido a un obligado y complejo proceso miniaturización, pasando de 2 toneladas a apenas veinte kilos.

GC-MS del laboratorio de Oró que viajó a Marte en la Viking Lander tras un complejo proceso de miniaturización. Crédito: Archivo Joan Oró, Fundació Joan Oró.

GC-MS del laboratorio de Oró que viajó a Marte en la Viking Lander tras un complejo proceso de miniaturización. Crédito: Archivo Joan Oró, Fundació Joan Oró.

También se encontraba un instrumento conocido como Labeled Release (LR), desarrollado por otro grupo de científicos para detectar dióxido de carbono que podría producir la actividad metabólica de un organismo microbiano. El LR, a diferencia del GC-MS, provenía de una estirpe de instrumentos de detección de vida microorgánica que se retrotraía hasta los detectores desarrollados en el contexto de la guerra biológica en la Guerra Fría.

Específicamente, provenía del detector conocido como Multivator, una suerte de aspiradora en miniatura con tres patas autoajustables ideada para succionar el polvo extraterrestre y analizarlo. Un detector desarrollado a finales de los años 50 por un grupo de científicos de la Universidad de Stanford. A su vez, el Multivator provenía de un detector conocido como Partichrome, un detector de agentes biológicos desarrollado por los laboratorios de guerra biológica estadounidenses conocidos como Fort Detrick.

Así, aunque ambos instrumentos estaban preparados para detectar signos de vida microorgánica extraterrestre en Marte, contaban con historias muy distintas que, en el fondo, guardaban presupuestos distintos sobre qué es la vida, y, sobre todo, cuál es la frontera entre los aspectos científicos y los políticos.

Con estos presupuestos de fondo, el 20 de julio de 1976 la sonda Viking Lander consiguió amartizar con éxito. Transcurrido el tiempo estipulado, los instrumentos empezaron a desarrollar los experimentos según lo previsto, de tal modo que poco tiempo después transmitieron los primeros datos que los diversos equipos empezaron a interpretar buscando signos de actividad biológica.

Marte se había convertido en un gran laboratorio automatizado: por primera vez en la historia de la ciencia se realizaban experimentos in situ en un planeta extraterrestre. Pero, una vez más, la complejidad de la ciencia y de un proyecto de este calado, en el que los instrumentos contaban con historias propias, salió a la luz: mientras que el LR había detectado actividad metabólica en el subsuelo marciano, el GC-MS proporcionó datos negativos. Dos historias, con sus propias concepciones de la vida y de la ciencia, encarnadas y operadas por los instrumentos, se encontraban en este momento de un modo necesariamente polémico.

En este contexto, Joan Oró Florensa, con los resultados de su instrumento como enseña, tenía claro lo qué había sucedido: la fuente de producción del gas detectado por el LR era una reacción química de oxidación y no un proceso metabólico biológico. Una interpretación que pasaría a discutirse en una serie de reuniones en las que de algún modo debía decidirse si existía o no vida en Marte.

Finalmente, tras la sucesión de dichas reuniones la interpretación de Oró, es decir, del GC-MS, acabó siendo aceptada y se llegó a la conclusión consensuada de que no existía vida en Marte.

Correcta o no, la interpretación de Oró de los resultados de los experimentos biológicos de Viking fue científica y sociológicamente poderosa, pues, estableció el paradigma de la ausencia de vida en Marte, presente hasta nuestros días. Mostrando, además, que los resultados finales de la misión fueron fruto del consenso científico más que de una certidumbre objetiva, tal y como sucede habitualmente en aquellos campos de la ciencia en los que, por su novedad y dificultad, la verdad está indefectiblemente marcada por aspectos en apariencia externos a la propia ciencia.

 

Referencias

Viking History: https://history.nasa.gov/SP-4212/ch5.html

History of the GC-MS: https://appel.nasa.gov/critical-knowledge/case-studies/appel-case-studies/viking_gcms-html/

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