Había sido citado por el evaluador (un hombre gris y anodino de la administración) de mi proyecto de investigación, centrado en la conservación de unas especies de roedores amenazadas, que había sido seleccionado así que tenía que ser algo fácil. Pero no.
Cuando llegué a la sala de reuniones, me lo encontré charlando con otra de las candidatas, a la que reconocí del proceso de selección previo. Recordaba perfectamente su proyecto. Se trataba de una investigadora que había presentado un proyecto sobre la creación de un centro de investigación para una enfermedad endémica de los habitantes de una región específica de África.
El hombrecillo me indicó que me sentase. En ese momento sentí que algo no marchaba bien. Sacó un dosier del cartapacio y clavó sus diminutos ojos en mí y con su cara de pájaro me dijo:
Me temo que no tengo buenas noticias para usted. Se ha producido un error y lamentablemente su proyecto no será financiado.
Continuó con su disertación mientras señalaba efusivamente a la joven que estaba sentada a mi lado pero yo había dejado de escucharle.
Al fin hablé por primera vez:
Perdone —repliqué al hombrecillo— pero no lo entiendo. ¿Está diciendo que van a retirarme los fondos para financiar su proyecto —dije señalándola— porque trata de curar una enfermedad en humanos? ¿Sin evaluar ningún otro criterio?
Si quieres verlo así— contestó el evaluador mientras le imaginaba picoteando algunos frutos en la copa de un árbol.
Lo siento - respondió ella.
Me giré y la miré directamente.
Esa no es la cuestión —dije. —Simplemente, no entiendo por qué han de financiar un proyecto en el que solo has planteado una idea sin ningún tipo de justificación ni datos que corroboren su viabilidad. ¿Crees que con este informe —dije señalando el documento que el hombre gris y anodino tenía abierto sobre el escritorio,- debería captar la importancia de tu proyecto?
- Así es –replicó-. Creo que tu proyecto es interesante, pero has de reconocer que la salud de miles de personas está por encima de la protección de cualquier otra especie animal.
Era el argumento que tantas otras veces había tenido que escuchar. Estaba a punto de contestar cuando el evaluador parapetado tras el escritorio añadió:
La señorita tiene razón. Existen prioridades y no todos los proyectos tienen la misma importancia. Si lo piensas –añadió– seguro que tú mismo tienes algún pariente, amigo o conocido que padece una enfermedad de difícil pronóstico y que gracias a los avances en la investigación biomédica se puede curar.
Se subió las diminutas gafas al puente de la nariz y añadió:
Nos gustaría financiar todos los proyectos, sin embargo el bienestar y la salud humana están por encima del resto. Espero que lo entiendas.
Medité sobre aquellas palabras y respondí:
Reconozco que los resultados de la investigación médica son más tangibles y visibles que la conservación de la biodiversidad. Aparte que son resultados que dan la sensación de ser más inmediatos y beneficiosos para la población.
Parecía asumir mi derrota tras sus argumentos y que con mis palabras estaba tirando piedras sobre mi propio tejado. Ambos asentían mientras me observaban relajados y esbozando una leve sonrisa.
Pero, ¿significa eso que debemos renunciar a todo lo demás? ¿Sería viable gozar de salud en un mundo en el que no quedase más que cemento y desierto? ¿De qué sirve que todos podamos vivir hasta 200 años si la supervivencia en este planeta se hace inviable?
Ambos se lanzaron miradas furtivas. No parecían tan contentos. Ella se giró y tomó la palabra.
Es posible que tengas razón. Sin embargo, la salud humana es un asunto que nos conviene a todos.
En ese instante traté de replicar y ella levantó la mano para hacerme callar.
A la gente le interesa más que el dinero de sus impuestos se traduzca en investigaciones de las que se puedan beneficiar. Reconocerás que con las dificultades que nos encontramos los investigadores para conseguir recursos de la administración, mejor que dediquemos el dinero de sus impuestos a tratar asuntos que el conjunto de la sociedad vea con buenos ojos.
La ciencia está mal para todos - protesté.- Pero eso no quiere decir que tengamos que dejar otros problemas importantes de lado. Además, con el daño que hemos causado al planeta, tenemos la necesidad vital y moral de arreglarlo.
Ambos me observaron como si estuvieran apreciando uno de los últimos ejemplares de una especie al borde de la extinción.
¿Y quieres jugar a ser Dios, protegiendo a especies que están destinadas a desaparecer porque no se pueden adaptar a cómo cambia el mundo? – Replicó el hombre gris y anodino.- Sin nosotros, ¿quién protegería la biodiversidad?
Ahí quería yo llegar. Me froté las manos, en sentido figurado claro está, y respiré hondo antes de responder.
Ante todo, si nosotros no estuviéramos en el planeta no sería necesario conservar la diversidad, pues la protegemos de nosotros mismos. Hemos eliminando animales, plantas y ecosistemas enteros. Hemos manipulado, modificado y adaptado enormes extensiones de bosques, selvas y pantanos condenando esta riqueza a su desaparición. Todo en nuestro beneficio. Así que, según vosotros, ¿si tratamos de proteger especies a las que nosotros mismos hemos llevado al borde de la extinción es cuando jugamos a ser Dios?
Ella me miró sorprendida, mientras que el hombre emitió algo parecido a un bufido. Supe que a pesar de haberlos puesto en jaque tenía la partida perdida. Traté de asestar un último golpe con algún otro mordaz comentario. Sin embargo, ella rompió el silencio con una voz que denotaba duda e inseguridad:
No lo había pensado nunca de este modo… Pero si queremos proteger las plantas y los animales, debemos estar sanos todos; debemos erradicar todas las enfermedades del mundo, debemos...
Señorita, le doy toda la razón - la interrumpió el gris personaje mientras cerraba el cartapacio y daba por finalizaba la conversación.
Entiendo vuestra postura- respondí.- Pero dejadme hacer una última reflexión: si eliminamos la biodiversidad, podríamos provocar un daño irreparable a nuestro planeta, podríamos condenar nuestra propia supervivencia. De modo que si la protegemos, nos beneficiamos todos. ¿Me equivoco?
Muchacho - cortó el hombre gris y anodino visiblemente impaciente,- sé que quieres defender tu proyecto y que quieres el dinero. Pero no creo que nos beneficiemos tanto de la protección del planeta como de la protección de nuestra salud. Además, este no es el momento para discutir estos asuntos.
En el caso más extremo –hice caso omiso de sus palabras,- la economía se hundiría, nos arruinaríamos.
Ambos me miraron sorprendidos. La chica se atrevió a preguntar:
¿Y eso por qué?
Si el funcionamiento normal de los ecosistemas, el clima y los procesos de renovación de materia y energía se alterasen y nos quedáramos sin animales y sin plantas salvajes al final ni siquiera tendríamos alimento.
Pero siguiendo tu razonamiento a partir del caso más extremo, aún habría ganado y agricultura –respondió ella.
Cierto –respondí consciente de que comenzaban a captar la importancia de proteger la flora y la fauna-, aunque hay que tener en cuenta que si no hubiera animales salvajes, tampoco habría polinizadores, como las abejas. Sin las abejas, las plantas no se reproducirían. Si las plantas no se reprodujeran, morirían sin tener descendencia, cosa que haría bajar la producción agrícola. Con cada vez menos plantas, no habría comida para el ganado. Si el ganado no tuviera comida, moriría. Si el ganado llegase a morir y no hubiera plantas que cultivar...
No habría alimentos – completó la frase el pájaro-hombre.
Exacto. Además, se ha calculado que las abejas aportan catorce mil millones de dólares a la economía de una potencia como los Estados Unidos. Teniendo en cuenta que viven en casi todo el mundo, sin ellas seguramente seríamos pobres.
Pero estás poniendo el caso más extremo – protestó la chica con la voz quebrada.
Es cierto - afirmé.- Pero pondré otro caso en el que habría agricultura y ganadería pero no fauna salvaje: no habría depredadores, de manera que animales más pequeños asociados a los humanos se convertirían en plaga. Si aparecen muchas plagas, el impacto en la agricultura sería enorme y habría que destinar enormes esfuerzos económicos para erradicarlas, así que volveríamos nos quedaríamos sin alimentos o sin dinero. O sin las dos cosas.
Sus rostros mostraban una profunda preocupación. Tenían dudas sobre ese escenario tan catastrofista.
Y en ese mundo que comentas, la salud quizá no sería tan prioritaria, ¿me equivoco? –preguntó ella.
No exactamente. Pero se puede dar el caso de que al no proteger el planeta haya más problemas de salud. Existe un estudio donde se ha demostrado que eliminar a los elefantes provocaría el aumento de una especie de ratón que es portadora de una pulga que transmite una enfermedad que puede ser letal para el ser humano. Es posible que hasta puedan aparecer nuevas epidemias e incluso perder medicamentos, algunos aún no descubiertos, pues muchos de ellos son sintetizados a partir de sustancias encontradas en plantas y animales. Tened en cuenta –proseguí- que actualmente un ochenta por ciento de la población humana depende de remedios provenientes directamente de la naturaleza.
Sin una biodiversidad saludable, también se quedarían sin sustento las personas que viven principalmente de la caza y la pesca – reflexionó ella mirando el cartapacio cerrado.
Así es – contesté mientras me levantaba de la silla.- Pero no quiero dar la sensación de que hay que elegir entre salud y biodiversidad. Siempre se pueden crear proyectos que unan la parte sanitaria y la parte conservacionista. Cosa que tendré en cuenta para el año que viene –sentencié mientras cerraba la puerta.
Salí del edificio abatido. Mientras pensaba en lo que había pasado, escuché que alguien decía mi nombre.
¡Espera! – Se acercó ella corriendo mientras me giraba.- Tengo algo que decirte.
La observé sorprendido. Aquello no me lo esperaba.
Le he propuesto al evaluador unir nuestros proyectos –dijo muy seria.
¿Cómo?- respondí sin comprender.
Ya me has escuchado. He leído tu trabajo y creo que ambos proyectos son compatibles. Entre las diferentes especies que quieres proteger, se encuentra la especie de roedor que se considera el huésped principal de la enfermedad objetivo de mi proyecto.
La observé, incrédulo y esperanzado.
Y eso significa… -dejé la frase a medias.
¡Que nos van a financiar a ambos el proyecto!- contestó sonriendo.- Al evaluador le parece muy interesante mezclar ambas disciplinas, tal y como has comentado antes de irte.
Sonreí sin entender lo que acababa de ocurrir.
Vamos, ven conmigo que tenemos mucho de lo que hablar. Cuando terminemos podremos ir a tomamos unas cañas para celebrarlo, que te invito- dijo guiñándome un ojo.
Tardé un rato en darme cuenta de la magnitud de todo aquello. Me habían dado el proyecto. Bueno, me habían dado UN proyecto. Sonreí y entré tras ella.
Referencias:
Danforth, B. 2007. Bees. Current Biology 17(5): 156-161.
Goldman, J.G. 2014. Control descendente. Investigación y Ciencia 456: 5.
Herndon, C.N. & Butler, R.A. 2010. Significance of Biodiversity to Health. Biotropica 42(5): 558-560.
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