Lo que voy a relatar sucedió tal y como cuento... o tal vez no. Por todos es sabido que los escritores tenemos la manía de distorsionar los acontecimientos —sin ninguna maldad, claro está—; aunque es solo que adecuamos los hechos a nuestra imaginación, con la confianza en que el lector sepa distinguir la verdad de lo que nuestra pluma tiene a bien transformar. Dicho lo cual empecemos el relato que para luego es tarde.
Hace más o menos 20 años —¡Uf!, a ciertas edades uno se da cuenta que hace dos décadas de casi todo—, uno de mis mejores amigos me confesó que había encontrado al amor de su vida y que estaba locamente enamorado.
¿Quién es la afortunada que te ha robado el corazón?
Pregunté con cierto tonillo irónico, no voy a negarlo, más que nada porque mi amigo era de esos que se enamoraban de todas y de ninguna y sus palabras me sonaban a más de lo mismo.
Ella es lo mejor que me ha pasado en la vida y no voy a apartarme de ella jamás.
Vaya rotundidad, pensé. En seis meses se le habrá pasado el encoñamiento y escucharé el mismo discurso respecto a otra. Como nuestra conversación era por teléfono le pedí me enviara una foto de la susodicha, a lo que me contestó:
Por eso te he llamado. Voy a mandarte por correo una fotografía suya para que le des uno de tus mágicos retoques, algo que la haga parecer más bella de lo que es. Voy presentarla en sociedad utilizando su imagen para la portada de un libro que estoy escribiendo y quiero que todo el mundo se enamore de ella del mismo modo que yo lo estoy.
Ciertamente, en ese momento pensé que la belleza física no debía ser una de sus características, lo cual me extrañó porque mi amigo es de los que gustaba de tener mujeres espectaculares para lucir junto a él y si necesitaba de algo de Photoshop eso significaba que muy guapa no debía ser.
Mándamela y haré lo que pueda pero los milagros son cosa de Lourdes o Fátima.
Confío en que en cuanto la veas sabrás sacarle su mejor cara.
Después de alguna que otra confidencia más terminamos la conversación y en menos de un minuto me llegó el retrato.
No daba crédito a lo que estaba viendo; es más, en un principio dudé si se habría equivocado al enviar el archivo pero el texto del cuerpo del mail no dejaba lugar a dudas: la imagen que tenía ante mis ojos se correspondía plenamente con el envío.
Trataré de describir lo que contemplaban mis ojos de la mejor manera posible, intentando sobre todo no herir la susceptibilidad de nadie.
Ante mis ojos tenía un aro hecho con bolas de colores. La combinación de colores era roja y gris, y cada una de ellas tenía incrustada otra más pequeña de color blanco.
Debo reconocer que estaba descolocada ante la imagen y lo primero que me vino a la mente fue mi abuelo. Él, como buen hincha del Atlético de Madrid, sentía pasión por el rojo y el blanco, colores que predominaban en el aro. El gris lo trastocaba todo, con lo que rápidamente deseché la idea de mi abuelo, amén de que mi amigo es un culé de pro y ensalzar con un retoque fotográfico los colores de un rival no lo iba a encajar demasiado bien.
Traté de dejar mi mente en blanco y volví a contemplar la imagen. No voy a negar que aquello me parecía un espantajo y que iba a necesitar peregrinar a Lourdes, Fátima y Roma -como poco- si quería tener una idea original para hacer que aquello resultará medianamente atractivo.
Debo reconocer que no tenía ni idea de cómo salir del entuerto en el que estaba metida. Ya se sabe que los amigos están para cuando se les necesita y este me necesitaba, con lo cual me puse manos a la obra.
Decidí iluminar la imagen desde todos los ángulos, incluso le coloqué destellos centrales. Ni por esas. El problema estaba en que para mí era un objeto, un ser inanimado, no me transmitía nada, no conectábamos y así es complicado conseguir resultados medianamente satisfactorios.
Decidí que si lograba saber qué era lo que estaba viendo podría encontrarle el alma. Y quizá, aquella cosa y yo pudiéramos tener una oportunidad sin tener que recurrir a rogarle a los dioses que se produjera un milagro.
Empecé por leer con detenimiento el cuerpo del correo enviado por mi amigo, y resultó que no entendí nada. Aquello estaba redactado en un idioma que no debía ser castellano porque salvo los artículos, las preposiciones y conjunciones, el resto eran palabras que jamás había leído y por lo tanto no entendía nada de nada.
“Las ciclodextrinas son oligosacáridos cíclicos y se forman en algunos procesos de degradación del almidón”.
¿A quién coño se le puede ocurrir llamar “ciclodextrina” a nada? ¿No había un nombre más facilito? Joder, estos científicos cómo se las gastan cuando tienen que bautizar algo.
Después de gritar aquella frase para desahogarme seguí leyendo por si por un casual me enteraba de algo.
“Los oligosacáridos son moléculas constituidas por la unión de dos a nueve monosacáridos cíclicos, mediante enlaces de tipo glucosídicos. El enlace glucosídico es un enlace covalente que se establece entre grupos alcohol de dos monosacáridos, con desprendimiento de una molécula de agua”.
Decididamente, el asunto en lugar de ir mejorando empeoraba por momentos. Tenía dos opciones: llamar por teléfono a mi amigo y que me tradujera aquello a un lenguaje que pudiera comprender o tirar de San Google, que para eso se ha inventado, digo yo.
“Las ciclodextrinas son una familia de compuestos formados por moléculas de azúcar unidas entre sí en un anillo”.
Estos científicos es que no entienden que el personal es ajeno a la materia, con lo fácil que hubiera sido empezar la cosa por ahí.
Viendo que Google me lo ponía más fácil opté por seguir por ese camino, pero antes volví al correo por si acaso pudiera entender qué sé yo.
“Las ciclodextrinas son compuestos macrocíclicos formados por varias unidades de glucosa unidas mediante enlaces α-D-(1,4). A pesar de su alta solubilidad en agua, la cavidad interna de las ciclodextrinas es apolar y estos compuestos son capaces de producir complejos anfitrión-huésped mediante la inclusión de moléculas hidrófobas…”
Hasta ahí pude leer. Mis conocimientos en la materia eran nulos con lo que opté por la opción Google. Podría pasar que la información sacada de allí fuera falsa o no se correspondiera con la realidad del todo pero, total como lo mío era un retoque fotográfico y no una tesina tampoco se iba a notar mucho.
Ahora que sabía su nombre y a la familia a la que pertenecía, lo mínimo era saber quién, cómo y cuándo se había descubierto.
Resultó que la cosita aquella de la que estaba enamorado mi amigo había sido aislada por primera vez en 1891 por un tal Villiers, cuando observó una cristalización dentro de un cultivo bacteriano de Bacillus macerans como producto de la degradación parcial del almidón. Schärdinger desarrolló en 1903 un trabajo sistemático en la síntesis y purificación de sustancias similares a la celulosa obtenida por Villier, describiendo los detalles para su preparación e identificando el enzima responsable y su separación en 1904, lo que se conoce como “dextrinas de Schärdinger”. Aunque la estructura química correcta fue publicada por Freudenberg, quien en 1948 descubrió una nueva ciclodextrina, la g.12.
Una vez tuve más o menos claro de quién se había enamorado mi amigo y quiénes estaban implicados en su descubrimiento, decidí llamarle por teléfono para pedirle que, con palabras que pudiera entender, me explicara para qué servía aquella molécula.
Ni que decir tiene que la cosa empezó siendo de un nivel inalcanzable para mí, pero poco a poco fue bajando el mismo para que yo pudiera comprender.
Imagina que es un donut y que al ponerle agua el azúcar que tiene por encima se deshace por fuera pero por dentro continua intacto porque es insoluble. ¿Lo entiendes?
Lo voy pillando pero ya sabes que soy durita de entendederas.
¿Llevas tu anillo de compromiso?
Claro, no me lo quito para nada ¿por?
La ciclodextrina es como ese anillo, se ajusta a la medida de tu dedo porque las holguras no son buenas para estos casos. Si esto pasara entraría lo que no debe y luego pasaría lo que no debe pasar.
No sé yo si quiero que la conversación continúe por esos derroteros que enseguida me entran las dudas.
Vale, dejaré lo de tu boda con el tipejo ese que nada me gusta para ti a un lado, pero que sepas que te la va a pegar en cuanto te descuides.
Ya sé que no es santo de tu devoción, pero te pediría que le dieras una oportunidad
Volvamos al tema que nos ocupa. La ciclodextrina es capaz de absorber cualquier acidez por muy pringosa que sea. Es más, podría ser el elixir de la eterna juventud porque gracias a ella podrías no envejecer.
Después se enredó con el tema de los antioxidantes y demás. Para cuando terminó yo tenía una idea clara de qué hacer con la fotografía que me había enviado y me puse a ello.
Le envié por mail la fotografía del amor de su vida sin un solo retoque. Tan solo añadí un pie de foto que donde podía leerse:
«La ciclodextrina es tu musa, tu inspiración, deja que se quede como está, no necesita ningún aditivo externo. Con las modificaciones que a lo largo de la vida le vas a realizar en el laboratorio tiene más que suficiente».
Mi amigo publicó su libro sobre investigaciones de oligosacáridos con la fotografía original en portada de una ciclodextrina en forma de anillo, compuesta de bolitas rojas y grises de las que salían otras blancas.
A lo largo de estos 20 años que lleva investigando la dichosa molécula ha recibido por sus investigaciones no sé cuántos premios.
En cuanto a mí, no me casé con mi prometido porque como él bien intuía, era un jeta de mucho cuidado. Le pillé en la cama con la que se suponía era mi mejor amiga a dos días de la celebración y reconozco que le tiré el anillo con toda la rabia que llevaba dentro sin dejar que se vistiera y que abriera su bocaza para dar explicación alguna. La primera persona a la que llamé para contarle lo sucedido fue a mi amigo, que me ayudó a cancelar todos los preparativos en menos de una hora y jamás me dijo eso de:
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