Un bicho con suerte

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Puede que pienses que soy un insecto asqueroso, pero no sabes lo equivocado que estás. La verdad es que, sobre todo, soy un bicho con suerte. No todas las garrapatas tienen la fortuna de dar con un perro guía como casa. Son difíciles de habitar porque su trabajo es ser los ojos de una persona, y ésta suele devolverle el favor con cariño, buena comida y mucha higiene (higiene ¡qué asco!). Por eso Roberta, la pulga que compartió esta aventura conmigo, no paraba de decir: “aquí no vamos a durar ni un pelao, se nota a la legua”. Y tenía razón. 

TEXTO POR MARÍA DOCAVO
ILUSTRADO POR QUIQUE ROYUELA
KIDS
ARÁCNIDOS | CUENTO | INSECTOS
20 de Abril de 2015

Tiempo medio de lectura (minutos)

Aquel día Ana y su perro Gringo salieron de excursión en la asignatura de geología, mientras yo buscaba desesperadamente un cambio de domicilio. Había estado semanas en el extremo de una hierba esperando encontrar un huésped de mi agrado, así que cuando Gringo pasó justo por encima no dudé en agarrarme a uno de sus pelos. Las garrapatas no saltamos –como las pulgas–, no podemos ir cambiando de casa como hacía Roberta, mi nueva compañera de piso. “Este perro está demasiado limpio, en cuanto le pongan el nuevo collar antipulgas estamos perdidos” –decía–. “Tenemos que buscar un cambio lo antes posible” –repetía, así, como si nada. Claro, para Roberta era fácil porque de un solo salto podía cambiar de casa. La verdad es que ahora que lo pienso, la vida de una pulga es una fiesta comparada con la de una garrapata. Ellas no están obligadas a picar para completar su ciclo de vida. ¿Te imaginas? Una vida entera sin tener que preocuparte por tener que picar a tu hospedador... ¡Menuda suerte!

Aunque mi instinto me decía que tenía que agarrarme a la piel de Gringo y empezar a comer, Roberta me convenció para movernos hacia las orejas y escondernos debajo de un pliegue hasta que pasara un huésped más idóneo y menos aseado. Esto no era nada fácil porque los perros guía son animales muy tranquilos y no suelen acercarse a saludar a otros perros. Eso de no saludar a los desconocidos es mucho más propio de la mala educación de los humanos. Sin embargo los perros guía no lo hacen porque sean antipáticos, solo es porque su gran trabajo requiere mucha concentración y no pueden andar por ahí saludando a todo quisqui.

Roberta era una pulga sabia y buena compañera de viaje. Ella podía haber llegado a nuestro destino de dos saltos, sin embargo fue todo el camino a mi lado contándome cosas del hogar que había dejado: ‘Había mucho más ambiente que aquí, desde luego’. También era una pulga que sabía guardar silencio sin agobiarse. Eso es admirable; un insecto que sabe escuchar y que no habla por hablar no se encuentra todos los días.

Mientras Roberta y yo seguíamos con nuestra excursión, Gringo y Ana habían entrado en clase de Biología . Entonces sucedió algo inesperado. Fue como un jarro de agua fría. Escuchamos al profesor de Ana decir “Si no tiene seis patas, NO es un insecto...”. Y lo dijo poniendo mucho énfasis en el NO.

–¿Has oído eso Roberta?

– Sí –respondió – Mira: uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis. Ninguna sorpresa, soy un insecto.

–Ya –contesté– Aunque yo no tengo ojos para verme las patas, puedo contar: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis –algo comenzó a marchar mal– …siete y ocho.

Tragué saliva.

– Roberta, ¡no soy un insecto! Entonces si no soy un insecto, ¿QUÉ demonios soy? – No tengo palabras para explicar la angustia que me invadió. Aunque sabía que la misión de mi corta vida era alimentarme, crecer y reproducirme para asegurar que mi especie sobreviva en la Tierra mientras el planeta sea habitable... ¿Cómo iba a dedicarme ahora a eso, si ni siquiera sabía de qué clase era la especie a la que tenía que dedicar mi existencia?

Roberta intentó aliviarme inútilmente:

– Por lo menos sabes que eres una garrapata.

– Eso es fácil de decir –respondí–. Al menos tú sabes que eres un insecto, Roberta. De todas formas gracias por intentar animarme. 

Se ve que con tantos nervios nos movimos más de la cuenta y a Gringo empezó a picarle el cuello, ahora que estábamos tan cerca de llegar a nuestro destino. Sentimos un movimiento seco en el cuerpo del perro y lo que era infinitamente peor, vimos la pata trasera dirigirse al sitio exacto donde nos encontrábamos. Bueno, en realidad yo no la vi porque como le había dicho a Roberta antes, no tengo ojos, aunque sabía perfectamente lo que estaba pasando. Roberta dio una palmada en mi escudo dorsal y dijo:

– “Lo siento mucho, compañero”. Y saltó tan alto como pudo.

No la culpo, ojalá yo hubiera podido hacer lo mismo. Entonces corrí. No se me ocurrió nada mejor. –Alguna ventaja tiene que tener no ser un insecto– pensaba mientras agradecía mis dos patas extra. Aunque claro, me hubiera venido mejor tener seis tan fuertes como las de Roberta. “Maldita sea mi especie, sea la que sea”, terminé diciéndome.

Pero como ya os he dicho, soy un bicho con suerte. En mi carrera pasé varias veces entre dos de las uñas de la zarpa de Gringo. Entonces Ana salió al rescate. Calmó a su perro guía y le susurró:

–Esta noche te espera un buen baño y mañana te cambio el collar antiparásitos, que ya te toca.

Roberta tenía razón, el cambio de huésped era muy urgente. Aun así lo único que me atormentaba era mi ignorancia por no saber qué era... Y Ana volvió al rescate.

–Profesor ¿quiere decir que las arañas, que tienen ocho patas, no son insectos?

Esperé en tensión la respuesta, que tardó un segundo en llegar aunque yo lo recuerde como un lustro.

– Efectivamente, Ana. Las arañas y los escorpiones tienen ocho patas y no son insectos. Pertenecen al grupo de los arácnidos. Al mismo que los ácaros, como las garrapatas.

¡Soy un arácnido! Ya podía volver a respirar. Soy una garrapata, un ácaro, un arácnido... Qué importante es conocerse a uno mismo, ¿verdad? Pero ahora que sé lo que soy –pensé–, que he tenido la gran fortuna de asistir a una clase de biología y descubrir lo que somos realmente las garrapatas... ¿Cómo voy simplemente a dedicarme a comer, crecer y reproducirme? “Bueno, –me dije– lo primero es antes. Tengo que despedirme de Gringo porque no tengo ninguna intención de descubrir en qué consiste un baño”.

Después de mi carrera ya me encontraba en la oreja del perro guía. Mientras acompañaba a Ana a casa, Ron, un perro callejero, se acercó a saludarle. Aunque Gringo no pudo hacerle mucho caso, tuvieron el contacto justo para que yo pudiera agarrarme a uno de los sucios pelos de Ron.

–¡Un ácaro amigo, un arácnido!– fue lo primero que oí en mi nuevo hogar.

– ¡Roberta! qué alegría, pensaba que no volvería a verte.

– Salté a la cola de Gringo y allí escuché al profesor –respondió–. Me alegro de que estés bien. ¡Ahora que sabes quién eres ya puedes centrarte en alimentarte!

– Nada de eso– contesté.

Lo había pensado y ya sabía a lo que iba a dedicar lo que quedaba de mi existencia. Ron alojaba a muchos otros ácaros y yo hablaría con cada uno de ellos y también con sus larvas. Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad y yo no iba a dejar que mi especie creciera pensando que era algo que en realidad no era.

Mientras Ron ladraba para despedirse de Gringo susurré: “Adiós, Ana, muchas gracias por todo”.

 Este cuento está dedicado a mi hermana Almudena.

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