El arte de memorizar mil kanji

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Leer es una actividad que todos realizamos pero quizá sea un proceso diferente según en qué idioma estamos leyendo. El cerebro de un español leyendo este texto y el de un japonés leyendo un haiku no usan exactamente los mismos mecanismos neurológicos. ¿Cómo es posible?

TEXTO POR DANIEL GÓMEZ
ILUSTRADO POR ATÓMICO GARCÍA
ARTÍCULOS
IDIOMAS | NEUROCIENCIAS
7 de Septiembre de 2015

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Respiro hondo y abro el folleto. Intento entender esa lista de lo que para mí prácticamente son jeroglíficos, pero mi esfuerzo es en vano. Mis ojos simplemente se pasean por el papel sin lograr descifrar el significado de lo que hay en él. Debo concentrarme y elegir algo de la lista rápido. Supongo que las primeras líneas se refieren a los entrantes y las ultimas a las bebidas y los postres. Las líneas de en medio deben estar reservadas para los platos principales. Ya llega el camarero. Señalo en el menú uno de los platos completamente al azar. Solo espero que no sea pescado.

Llevo más de un mes viviendo y trabajando en Tokio. Aunque Japón sea un país con una cultura muy diferente de la nuestra, la vida aquí no es tan estrafalaria como los periódicos occidentales parecen difundir. En un par de días ya te has acostumbrado a ciertas cosas: como  utilizar los palillos para comer o a quitarte las zapatillas al entrar en casa. Realmente la barrera que más separa a la gente de otras culturas de la japonesa es el idioma. Los idiomas orientales son muy diferentes de los idiomas occidentales, especialmente a nivel de escritura. Estas diferencias son el entorno de investigación perfecto para la neurolingüística, la rama de la neurociencia encargada en estudiar como adquirimos y leemos un lenguaje.

La escritura suele estar compuesta de representaciones gráficas de diferentes sonidos. Puedes leer este texto en voz alta porque conoces el sonido que corresponde a cada una de las letras o combinación de letras que lo componen. Aunque los idiomas occidentales comparten el mismo alfabeto (con alguna excepción), los sonidos asociados a cada letra (o combinación) cambian según el idioma (por ejemplo, la h es muda en castellano y aspirada en inglés).

En los idiomas orientales la unidad básica no son las letras sino las sílabas. Todo el vocabulario japonés está compuesto por combinaciones de 46 sílabas posibles más las 5 vocales, que también pueden ir por libre. Este sistema hace que existan palabras «imposibles» en estos idiomas. Un ejemplo es mi propio nombre, Daniel. No existe ninguna sílaba que sea «el» o «l» así que mi nombre es escrito y pronunciado como Da-ni-e-ru (que suena parecido). Luego hay otros detalles propios de cada idioma. En chino existen varios grafos para una misma sílaba según el tono que se utilice; en  japonés hay dos maneras de representar las sílabas según sea para una palabra de origen tradicional japonés o una adaptación de una palabra extranjera y en las lenguas polinesias como el hawaiano solo tienen 16 letras, así que para obtener variedad lingüística deben hacer palabras muy largas.

Silabarios en japonés. El hiragana se usa en palabras de origen japonés y el katakana para palabras extranjeras
Silabarios en japonés. El hiragana se usa en palabras de origen japonés y el katakana para palabras extranjeras. Fuente: Shodocreativo.

Con tantas diferencias culturales a nivel lingüístico, parece lógico pensar que quizá el cerebro haya desarrollado diferentes estrategias de lectura en cada cultura y que el cerebro de un español leyendo este texto y el de un japonés leyendo un haiku no usen exactamente los mismos mecanismos neurológicos. En japonés sabemos que esta diferencia sucede, pero solo en un caso: la lectura de los kanji.

Los kanji son símbolos que representan palabras completas. Este atajo lingüístico permite representar una palabra con un solo símbolo en vez de necesitar poner todas las sílabas, pero es una estrategia más bien poco práctica porque requiere un esfuerzo de memorización mayor por parte del lector. En castellano solo tenemos que aprender 24 letras y aunque no sepamos el significado de una palabra siempre podremos leerla, en cambio si no conocemos un kanji no podremos ni siquiera nombrarlo, ya que no contiene información fonética sobre cómo debe pronunciarse. Esto también sucede en el chino (donde se originaron los kanji) pero en este idioma se puede usar el mismo kanji para palabras o silabas, aportando una dificultad adicional.

Con tantas diferencias culturales a nivel lingüístico, parece lógico pensar que quizá el cerebro haya desarrollado diferentes estrategias de lectura en cada cultura

Por ese motivo, una parte importante de la educación japonesa es el aprendizaje de los kanji. Cada curso escolar los estudiantes deben aprender a reconocer un número fijo de kanji (la clase de lengua consiste en gran parte en esta labor y los exámenes son listas de kanji a traducir en sílabas). Cuando acaba primaria un estudiante debe conocer 1006 kanji de uso frecuente. Luego empieza a aprender kanji relacionados con su campo de estudio (ciencias, humanidades…), aunque en ningún momento puede llegar a decirse que se ha aprendido todos los que existen. Por eso, incluso un adulto puede tener dificultades para leer un periódico o algunos libros y necesita tener un diccionario de kanji cerca. Actualmente, para escribir un texto los japoneses usan ordenadores que automáticamente transforman las sílabas a kanji y que disponen de 11 437 kanji diferentes.

Varios ejemplos de kanjis. El signo expresa el significado de la palabra sin indicar su fonética.
Varios ejemplos de kanjis. El signo expresa el significado de la palabra sin indicar su fonética. Fuente: Marcjapan.

Este tema era una curiosidad lingüística más hasta que los neurocientíficos hallaron a un paciente japonés con agrafia y alexia. Son síntomas neurológicos producidos por un daño cerebral concreto en el que el paciente pierde la capacidad de escribir (agrafia) y de leer (alexia). En la mayoría de casos, el daño cerebral se sitúa en el área de Wernicke, la zona del cerebro encargada del procesamiento lingüístico. La sorpresa vino cuando vieron que el paciente había perdido la capacidad de escribir y reconocer sílabas pero aún lograba entender y escribir kanji. Tras la aparición de otros casos similares, los neurocientíficos expertos en lenguaje empezaron a inquietarse: si el área encargada de la lectura está dañada, ¿qué hacen los pacientes para leer los kanji?

La respuesta vino con el descubrimiento del primer paciente que presentaba los síntomas inversos: tras un accidente de coche perdió la capacidad para escribir y reconocer kanji, pero aún podía seguir usando sílabas. Tras analizar el área dañada comprobaron que no era un área relacionada directamente con la lectura sino que era el lóbulo temporal, una extensa área cerebral implicada en la memoria y el procesamiento espacial. Los kanji no se leen, se recuerdan.

Probablemente no se recuerde la imagen del kanji, sino la manera de escribirlo. Los idiomas orientales son caligráficos y el sentido del trazo es importante. Por ejemplo, se puede observar esta diferencia entre las silabas n y so. Son idénticas, lo único que cambia es el sentido del trazo largo. Esto no sucede en el alfabeto occidental en el que damos importancia a la forma general de la letra pero no al sentido de su escritura.

La silaba n y so en katakana (japonés) son idénticas, solo cambian el sentido de los trazos al escribirlas.
La silaba n y so en katakana (japonés) son idénticas, solo cambian el sentido de los trazos al escribirlas.

La memoria y la orientación espacial están muy ligadas en nuestro cerebro (ambas son orquestadas por la misma estructura, por el hipocampo) y existen muchos estudios que demuestran que memorizar algo a nivel visual es mucho más eficiente que memorizar conceptos abstractos. Un ejemplo clásico es la técnica del palacio mental que usaba Sherlock Holmes en las novelas y que continúa siendo un recurso mnemotécnico usado en el presente. Como resumen de la técnica, si queremos memorizar una lista de la compra compuesta por pan, leche y champú; nos será más fácil recordar una imagen de una vaca sosteniendo una panera con espuma en la cabeza. También nos daremos cuenta de que podemos recordar más fácilmente un número de teléfono si pensamos en el camino que recorren los dedos sobre las teclas al marcarlo más que en los propios números.

Los kanji no se leen, se recuerdan

Como los kanji tienen esa importancia en el trazado, es normal que se recuerden con facilidad. No es casualidad que los diccionarios de kanji vengan ordenados por el número de trazos. Si los kanji se recordaran como imágenes completas sin pensar en sus trazos el proceso de memorizarlos seria aún más complicado.

Aprender japonés tiene incluso efectos secundarios permanentes en nuestro cerebro. Varios estudios muestran que los japoneses nativos y los aprendices de japonés tienen mejor memoria espacial que los occidentales y japoneses no conocedores de los kanji, probablemente debido al entrenamiento mnemotécnico que deben aplicar.

Aprender japonés tiene incluso efectos secundarios permanentes en nuestro cerebro

Ya no tengo excusa para coger un libro y empezar a aprender estos símbolos que me rodean. Todo son ventajas para nuestro cerebro. El único problema es que es un idioma muy complicado de aprender en tan poco tiempo, por eso me sigo peleando con el menú. Ah, ahí viene el camarero con el plato.

Vaya, otra vez pescado.

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