Sueños, ¿para qué os quiero?
Como bien apuntaba Calderón, ese genio con alma de neurocientífico, la vida es sueño. Cierto, pero no por elección propia. Nuestro cerebro responde a la llamada de Morfeo de manera unilateral y, como si de una madre con zapatilla en mano se tratara, nos impide tomarnos esa última copita o pasar ilimitadas noches en vela delante del televisor. Pero, ¿por qué todos los días y de manera inexorable esta sensación de sopor, estos ojos flojos, este hilillo de babilla?… y siempre cuando la serie se pone más interesante.
25 de Abril de 2016
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Empecemos por las estadísticas que dan credibilidad a todo, incluidos mitos urbanos como aquel de que solo usamos un 10% de nuestra capacidad cognitiva. Como de ese ya nos ocuparemos, centrémonos en el sorprendente y archiconocido dato que dice que una persona de 75 años habrá pasado una media de 20 durmiendo, pues no tiene nada de mitológico. Tal vez lo más inquietante de este pensamiento sea que nuestro hipotético septuagenario nunca hubiera llegado a viejo sino hubiera sido por todos esos años en la piltra. De haber persistido en la tentación de robarle horas al sueño, nuestro individuo hubiera pasado por un calvario mental y no metafóricamente hablando. La privación crónica del sueño es una de las técnicas de tortura más popularizadas entre los servicios secretos de medio mundo. Por supuesto los mencionados servicios nunca lo admitirán pero la eficacia de este método, que no deja rastros físicos evidentes, permitió al gobierno chino obtener todo tipo de convenientes confesiones de pilotos americanos durante la guerra de Corea. Estas confesiones masivas por parte de personal exquisitamente entrenado desataron todo tipo de insólitas hipótesis en el perplejo ejército americano. Algunas ideas de cómo se había conseguido la información rozaban la ciencia ficción, como el uso de campos eléctricos para doblegar la voluntad. Sin embargo, algo mucho más sencillo estaba detrás de la debilidad de los operativos americanos: la falta de sueño.
Esta falta de resistencia no deja de sorprendernos ya que de una forma u otra todos hemos experimentado las consecuencias de la falta de descanso (¿quién no ha estado un par de noches de insomnio por trabajo, estudio o juerga épica?). Estos síntomas se caracterizan por irritabilidad, torpeza generalizada y fallos de memoria. Síntomas molestos pero pasajeros, y que no justifican revelar el nombre de la abuela del capitán general. Sin embargo, tras períodos más extensos sin dormir (más de 10 días), estas inocuas molestias dan paso a episodios de paranoia y vívidas alucinaciones. En los casos más extremos, la privación del sueño por más de cuatro semanas puede producir la muerte en animales de laboratorio (roedores). Para poner este hecho en perspectiva, estos animales, según su estado de salud, pueden sobrevivir sin comida durante cuatro semanas pero el mismo tiempo sin dormir es una sentencia de muerte segura. Para nuestro consuelo, no se conocen casos de seres humanos que hayan fallecido por falta de sueño aunque existen algunos tratados de guerra antiguos que sugieren esta posibilidad. A pesar de la gravedad de las alucinaciones y paranoia, estos efectos desaparecen milagrosamente después de una buena noche de descanso sin afectar las capacidades cognitivas del individuo a largo plazo.
La privación crónica del sueño es una de las técnicas de tortura más popularizadas entre los servicios secretos de medio mundo
En la actualidad, existen varias hipótesis sobre el papel biológico del sueño. La mayoría cuentan con datos que les aportan validez pero ninguna disfruta de confirmación absoluta, ya que posiblemente se encuentre en la encrucijada de varias teorías. Una de estas propuestas se basa en necesidades metabólicas básicas. En este escenario la necesidad de dormir radica en maximizar el uso energético del individuo limitando la actividad a aquellos períodos en los que las posibilidades de obtener alimento sean más favorables (noche o día, según la especie). Si tenemos en cuenta que el cerebro es el órgano que consume mayor cantidad de energía (una media del 20% del total) parece lógico que la reducción de la actividad cerebral coincida con las horas de oscuridad en las que es más difícil encontrar alimento y más fácil convertirse en presa de otros predadores con mejor visión nocturna. Sin embargo, esta intuitiva teoría, avalada por numerosos ejemplos del comportamiento animal, presenta una importante limitación. El problema se manifiesta al analizar la actividad cerebral durante el sueño. El análisis de los impulsos eléctricos de voluntarios mientras duermen ha revelado que lejos de encontrase inactivo, nuestro cerebro presenta ráfagas de actividad casi indistinguibles de los de un individuo despierto en reposo. A estos picos de actividad que se acompañan con un movimiento rápido de los ojos se les denominan sueño REM (del inglés Rapid Eye Movements). Los sueños más complejos caracterizan esta fase, en la que paradójicamente tiene lugar el descanso más reconfortante. Tan solo entre un 20-25% del sueño corresponde a la fase REM, que se intercala con otros períodos de menor actividad más acorde con lo que se esperaría de un cerebro limitado a mantener funciones automáticas como la respiración. Pero entonces ¿por qué dormir? ¿Por qué no simplemente descansar sin abandonar la consciencia, lo que nos permitiría percatarnos de potenciales peligros? ¿Por qué entrar en un estado inconsciente de alta vulnerabilidad que ni siquiera sirve para relajar completamente la actividad cerebral? Su explicación debe ser más compleja que una cuestión puramente energética.
Para profundizar en la función del sueño es útil observar los efectos secundarios que aparecen en su ausencia. Una de las características más comunes junto con la irritabilidad es la dificultad para recordar. Algunos olvidos son triviales como apagar la luz al salir de casa, pero otros son más graves como olvidar la hora de ese examen por el que nos hemos pasado toda la noche estudiando. Estos efectos en la memoria sugieren que el sueño puede tener un papel en su consolidación. En la actualidad, se piensa que la formación de la memoria no es un proceso automático sino que demanda cierta «atención». El carácter multimodal de nuestros recuerdos, que implica componentes sensoriales como imágenes, olores, sonidos, así como emociones y sentimientos, requiere la coordinación de numerosas regiones del cerebro que suelen estar en alta demanda durante el día. De nuevo las medidas de actividad cerebral usando una técnica de imagen denominada fMRI (del inglés Functional Magnetic Resonance Imaging) muestran que ciertas regiones de la corteza visual (la región del cerebro que integra la información captada por la vista) se activan durante el sueño REM a pesar de que el sujeto se encuentre con los ojos cerrados en una habitación oscura. Estos datos parecen indicar que dedicar tiempo de calidad, casi en exclusividad, al procesamiento de las experiencias diarias requiere una sofisticada capacidad de computación que se ve facilitada durante el proceso del sueño. De hecho, este método va más allá de un almacenamiento pasivo. Durante el sueño se activan regiones cerebrales como la corteza, capaz de realizar funciones de alta complejidad cognitiva como extraer claves que habían pasado desapercibidas o realizar asociaciones que pueden dar lugar a un nuevo descubrimiento. Prueba de ello es la sensación que muchos hemos experimentado al despertar de haber encontrado la solución a ese problema que nos atormentaba la noche anterior. De ahí posiblemente el viejo dicho de «consultarlo con la almohada». El ejemplo extremo son los grandes logros producto del descanso de sus creadores. Así se dice que el químico ruso Mendeleyev visualizó su famosa tabla periódica mientras dormía o que la canción Yesterday es producto de una siesta a la bartola del cantante Paul McCartney. A pesar de su gran popularidad, esta teoría no ha podido ser ratificada completamente, en parte por los grandes retos que presenta estudiar el cerebro durante el sueño.
Entonces ¿por qué dormir? ¿Por qué no simplemente descansar sin abandonar la consciencia, lo que nos permitiría percatarnos de potenciales peligros?
Esto nos lleva a la cuestión más intrigante, ¿tienen significado los sueños? Esta pregunta, como muchas otras relacionadas con el cerebro, sigue sin respuesta. Sin embargo, la creencia de que los sueños encierran algún tipo de significado está arraigada en distintas regiones y culturas. Debido a que los sueños son una mezcolanza de cosas sin aparente lógica, una creencia generalizada es que los sueños nos permiten conectar con otras realidades que no se manifiestan mientras estamos conscientes. Esta realidad puede pertenecer al mundo de los espíritus, como es la creencia de numerosas tribus americanas, o la del subconsciente individual, idea defendida por la escuela freudiana. Desgraciadamente, el hecho de que numerosas culturas compartan la intuición de que los sueños pueden tener algún significado no es suficiente. Recordemos que en la Edad Media, la mayor parte del mundo occidental y parte del oriental, compartían la intuición de que la Tierra era plana. Intentemos por lo tanto usar un método más riguroso para analizar esta cuestión. Si damos crédito al papel del sueño durante la consolidación de la memoria, su significado quedaría reducido a una mera recolección de lo acontecido durante el día, que al combinarse con recuerdos anteriores daría lugar a la típica narrativa caótica. Sin embargo, los sueños no son meras proyecciones de imágenes, la mayoría de las veces vienen acompañados de intensas experiencias emocionales, a veces negativas, como la ansiedad o el miedo. Este carácter emocional de los sueños ha sido explotado por las teorías psicoanalíticas para detectar estados internos, como complejos o inseguridades, que minan nuestra felicidad sin ser conscientes de ello. Es lógico pensar que estas emociones negativas indiquen un problema subyacente pero sin duda la conexión entre nuestras inseguridades y el típico sueño en el que se nos caen los dientes aún está por demostrar. Curiosamente, los estados anímicos negativos como el estrés y el miedo facilitan la consolidación de la memoria. Para ponerlo de otro modo, normalmente nos acordamos mejor de las experiencias que vienen acompañadas de cierta ansiedad. Esto nos lleva a proponer una explicación alternativa a la prevalencia de sueños acompañados con sentimientos negativos: ¿sería posible que el cerebro generara situaciones de ansiedad artificialmente para fortalecer aquellas memorias que considera más útiles? ¡Imaginaos que todas esas elaboradas teorías sobre nuestras afligidas personalidades no fueran más que el producto de un cerebro funcionando perfectamente! Una idea más para la lista de tareas pendientes de la neurociencia moderna.
Así que sueños ¿para qué os quiero? Posiblemente para mantener nuestras memorias nítidas por mucho tiempo (a veces toda una vida), encontrar soluciones a los problemas de ayer y conectarnos con nuestras (tal vez) torturadas personalidades. Pero, por encima de todo, los sueños nos permiten sobrevolar nuestra calle sin que nadie nos vea, conducir sin carné, volver al cole porque aún nos falta una asignatura y adivinar el número del Gordo de Navidad. Razones de peso por las que los sueños son indispensables.
Referencias
- Siegel, J.M. 2005. Clues to the function of mammalian sleep. Science437: 1264-1271.
- Rock, A. 2004. The mind at night. Basic Books, New York.
- Wagner, U., Gais, S., Haider, H., Verleger, R., Born, J. 2004. Sleep inspires insight. Nature427: 352-355.
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