Todo ocurrió una apacible tarde de abril, la del lunes para ser más exactos, camino de mi partidito semanal. Estaba escuchando en la radio del coche una noticia sobre los más de 4000 afectados en España por el brote de gastroenteritis por contaminación de agua para consumo humano, al parecer el primer caso mundial que se da por agua embotellada.
El causante de dicha tropelía no es otro que el archiconocido norovirus, un agente frecuente en las contaminaciones de los suministros públicos de agua y en las intoxicaciones alimentarias.
Los Norovirus son un conjunto de virus dividido en cinco grupos que pertenecen a la familia Caliciviridae. Es un género que presenta una elevada diversidad genética (29 genotipos distintos repartidos entre sus 5 grupos). Si os habéis interesado alguna vez por ese agente o sus consecuencias, tal vez hayáis oído hablar de él como virus Norwalk. Esto es porque el primero de los norovirus que se descubrió y se describió —por lo que se usa como virus tipo en casi todos los estudios—, gracias a la microscopía electrónica, fue un virus causante de un brote de gastroenteritis en un colegio de la ciudad estadounidense de Norwalk (Ohio).
Pues bien, mi objetivo no es hablar de los norovirus, ni contaros su epidemiología, taxonomía o hablaros de su material genético—aunque es inevitable que lo haga—, sino hablar de la importancia del lenguaje. ¿Por qué? ¿Para que los lingüistas no se sientan soliviantados? ¿Para complacer a la RAE? Pues no. Más bien por respeto, algo que no se tiene en cuenta cuando se utiliza terminología médica o técnica, algo que sirve a algunos para demostrar su ignorancia y a otros para demostrar cuanto han aprendido en la carrera.
Durante la noticia que escuchaba el lunes conectaron con un tipo que decía que era experto (cómo no) en nosequé de seguridad alimentaria. Aquí, el pollopera dijo cosas muy interesantes sobre el brote y la seguridad alimentaria, pero cuando se puso a hablar de la gastroenteritis aguda producida por los norovirus, literalmente, la cagó. No se le ocurrió otra cosa que decir que era una gastroenteritis benigna. ¡WTF! —pensé inmediatamente (en inglés, que queda más fino).
Mi objetivo no es hablar de los norovirus, sino de la importancia del lenguaje por respeto, algo que no se tiene en cuenta cuando se utiliza terminología médica o técnica
El uso del término benigno para referirse a una gastroenteritis aguda me resultó tan inapropiado como indignante. Y ni todas las acepciones de la RAE y comentarios de expertos me harán cambiar de opinión. La gastroenteritis aguda nunca será algo que se pueda calificar como benigno.
Una cosa es que la gastroenteritis, normalmente, curse con sintomatología leve y de aquí —entiendo— el error de que el tipo este decidiera usar un sinónimo más molón, ya que la RAE recoge como tercera acepción de benigno, el uso en medicina como «Dicho de una enfermedad o de una lesión: Que no reviste gravedad».
Pero de eso nada. ¡Qué gastroenteritis benigna ni qué niño muerto! Un respeto a la gastroenteritis y a quienes la padecen (y por ende a quienes hemos trabajado en ello). Pero como habrá muchos que piensen que no es para tanto y que me la cojo con papel de fumar, lo explicaré en un lenguaje que todos entendemos, el de los números, porque como dice El Principito «A los mayores les gustan las cifras».
Ah, y encima voy a ser breve. Menudo chollo, amigos.
Los datos que tenemos de los norovirus nos indican que produce gastroenteritis aguda en todos los grupos de edad, que tiene una capacidad infectiva muy alta con bajas dosis de viriones y una alta resistencia y persistencia (por eso causa brotes y contaminación alimentaria con facilidad), que cursa con sintomatología normalmente leve: vómitos, nauseas, diarrea y dolor abdominal (¡qué leve y entretenido, eh!). Excepto en niños y ancianos (que hay pocos a nuestro alrededor), pacientes oncológicos (¿sabes que hay aproximadamente 15 millones de personas con cáncer?) e inmunodeprimidos (recordemos que hay casi 40 millones —que sepamos— de personas infectadas con VIH en todo el mundo), donde puede producir deshidratación grave, cronicidad o enterocolitis necrosante. Sí, como veis, todo muy benigno.
Las cifras dicen que los norovirus son la principal causa de diarrea no bacteriana en todos los grupos de edad y en gastroenteritis en contaminaciones alimentarias, constituyendo por sí solos, al menos, el 50% de los brotes de intoxicación alimentaria en todo el mundo y el 90% de los brotes epidémicos en Estados Unidos.
Los números también revelan que del total de las gastroenteritis agudas, al menos, la mitad son causadas por norovirus, siendo esta la nada despreciable cifra de 21 millones de casos al año en todo el mundo.
Los norovirus son la principal causa de diarrea no bacteriana en todos los grupos de edad y en gastroenteritis en contaminaciones alimentarias, constituyendo el 50% de los brotes de intoxicación alimentaria en todo el mundo
Se estima que debido a gastroenteritis agudas se producen unos 2 millones de muertes en niños menores de cinco años en todo el mundo. No hace falta ser Pitágoras para saber cuantos de estos se deben a los norovirus.
Todo esto sin tener en cuenta que leve tiene diferentes significados aquí y allí. Porque aquí tenemos agua para hidratarnos y paliar los síntomas de la enfermedad y allí no. Porque aquí —normalmente— no nos morimos y allí sí, siendo la misma gastroenteritis leve. Porque es muy fácil obviar lo que ocurre allí desde la silla de tu flamante despacho de experto en nosequé de seguridad alimentaria.
Debido a gastroenteritis agudas se producen unos 2 millones de muertes en niños menores de cinco años en todo el mundo
Por todo esto, es de agradecer que, interpretaciones lingüísticas aparte, cuando estés hablando de un tema tan importante y grave como la gastroenteritis aguda utilices correctamente los términos y sepas de lo que estás hablando. Porque los datos no son solo números, sino personas y si no lo haces por respeto a los afectados, hazlo por respeto a las cifras.
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