—Mamá, ¿dónde vamos? —Al médico, a llevar a Marina. —¿Está malita? —No, no está malita, vamos a ponerle las vacunas. —¿Las vacunas? ¿Qué son las vacunas? —Las vacunas se ponen para que los niños no os pongáis malitos.
Emilia no acababa de entender por qué si su hermana no estaba enferma había que llevarla al médico pero no siguió preguntando.
Llegaron al médico y en la tele de la sala de espera estaban los dibujos favoritos de Emilia, así que mientras mamá rellenaba un montón de papeles, ella miraba los dibujos.
De repente la televisión enmudeció y una voz cuasi robótica sonó a través de unos altavoces anclados en la pared.
«Marina, acuda a la consulta número 2».
—Emilia, nos toca. ¿Vienes con nosotras o te quedas viendo los dibujos? —Voy con vosotras —dijo Emilia encogiéndose de hombros.
Los dibujos eran muy divertidos, pero todavía le rondaba la cabeza aquel misterio sobre las vacunas.
—Hola Emilia, ¡qué mayor estás ya! ¿Has venido a acompañar a Marina? —Sí, a ponerle las vacunas —respondió tratando de aparentar que sabía de qué hablaba, lo cual no era más que una táctica para sacar el tema a relucir por si la médica decidía guardárselo para sí mismo. —¡Qué bien, Emilia! Entonces ¿sabes lo que son las vacunas?
Emilia se encogió de hombros. Si quería sacarle toda la verdad a la señora de la bata blanca tendría que jugar bien sus cartas.
La médica sonrió consciente de aquel juego.
—Las vacunas son una especie de medicinas —dijo la doctora mientras le enseñaba un pequeño juguete con forma de tiburón que en su interior ocultaba la aguja con la que inoculaban la vacuna.
¡Pero si era como su maletín de médico, con el que jugaba en casa!
—Pero mamá dice que Marina no está enferma. No necesita medicinas.
No cabía duda que la niña era observadora, pensó la médica.
—Las vacunas son medicinas que se ponen para evitar que uno se ponga malo. Eso se llama prevenir.
La doctora cogió el bracito regordete de Marina y acercó la boca del tiburón a la piel. Mientras hacía como que el tiburón mordía el bracito de Marina y Emilia reía la broma ¡zas! Inoculó la vacuna en el brazo de Marina, que se puso a llorar mientras mamá la abrazó para calmarla. Repitió la operación en el otro brazo. La médica se puso a jugar con el tiburón hasta que consiguió que Marina dejase de llorar.
Salieron de la consulta pero Emilia ya no quería ver dibujos. Estaba algo disgustada porque al ponerle las vacunas le habían hecho daño a su hermana.
—Mamá, ¿por qué le habéis hecho daño a Marina? No me gustan las vacunas. —¿Crees que a mamá le gusta hacerle daño a Marina? Le hemos puesto las vacunas para que no se ponga malita. —Ya, para «prevenir» —dijo Marina— pero no lo entiendo.
Había llegado el momento de tener una conversación seria.
—Piensa en tu cuerpo como si fuera una ciudad. —Vale –asintió Emilia, dispuesta a colaborar. —En tu cuerpo hay unas células que hacen de policías. Estos son los glóbulos blancos y se encargan de protegerte frente a las infecciones, que serían los tipos malos que hacen que te pongas malita. Cuando los tipos malos entran en el cuerpo empiezan a destrozar la ciudad, atacan nuestras células y por eso nos encontramos mal. Cuando eso pasa, la policía, es decir, los glóbulos blancos, los persiguen y los apresan para que dejen de hacer daño. Es como en las ciudades de verdad. Alguien ve que hay unos tipos malos haciendo daño, llama a la policía, la policía llega, pregunta como son los tipos malos, hacen un dibujo con el retrato de los tipos malos, lo mandan a todas las comisarías y entonces los pueden encontrar y detener. ¿A que se pierde mucho tiempo? —Sí, tienen que hacer muchas cosas para saber quiénes son los malos. —Las vacunas son esos dibujos. Ahora la policía del cuerpo de Marina ya tiene los retratos de los tipos malos, así que en cuanto aparezcan por la ciudad los reconocerán y los arrestarán antes de que puedan atacar las células de Marina. Para meter los dibujos en el cuerpo hay que usar esos tiburones de juguete que has visto. Es solo un pequeño pinchazo, pero mira, Marina ya se ríe, ya no tiene pupa. —Entonces, ¿Marina ya no se va a poner malita nunca más? —Por desgracia no hay vacunas para todos los tipos malos, pero los científicos trabajan mucho para descubrir vacunas contra todos los tipos malos que existen. —Entonces, ¿yo también tengo esas vacunas en mi cuerpo? —Claro, la doctora te las puso como se las ha puesto a Marina, pero eras pequeña y ya no te acuerdas.
Al rato apareció una enfermera que revisó los pinchazos de Marina. Como todo estaba bien les dijo que podían irse a casa.
—¿Ya no estás enfadada, Emilia? —le preguntó la enfermera. —No, ahora ya sé lo que son las vacunas y por qué le habéis hecho pupa a Marina. —¿Ah, sí? —preguntó sorprendida la enfermera. —Sí, para prevenir.
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