El cambio climático es un hecho constatado por la comunidad científica. Aparte de las causas naturales como la actividad volcánica, cambios en la energía recibida del Sol, las corrientes marinas o la circulación atmosférica, a nadie le sorprenderá saber que el calentamiento global provocado por el aumento de gases de efecto invernadero resultantes de actividades humanas como la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas, principalmente) o la deforestación, es la principal causa de este cambio climático.
El incremento de temperatura, la pérdida de biodiversidad, la superpoblación, el hambre, la limitación y el abuso de recursos, cambios en la disponibilidad de agua potable, etc., suponen ya retos a los que nos tenemos que enfrentar antes de atravesar el umbral del retorno. Cómo lo hagamos es la gran cuestión.
La asunción de que el cambio climático es uno de los grandes retos del siglo XXI ha calado incluso entre los políticos, de ahí que se reunieran la mayoría de los líderes mundiales en la Cumbre de clima de París para decidir un nuevo protocolo como el que ya se estableciera en Kioto. Una cumbre en la que incluso nuestro presidente del gobierno, otrora negacionista del cambio, haya comunicado la toma de medidas responsables por parte de la administración. Permaneceremos atentos.
Pero no debemos esperar a lo que decidan las grandes potencias mundiales. Nosotros, como ciudadanos responsables, podemos (y debemos) tomar decisiones, porque si somos parte del problema —recordemos que los motivos antrópicos son las principales causas del calentamiento global, y, por tanto, del cambio climático—, ¿por qué no habríamos de serlo también de la solución? Esto ya podemos verlo en el documental Mañana (Cyril Dion y Mélanie Laurent, 2016), galardonado con un Premio César y sobre el que escribió Alfredo Manteca en Principia en «Un mañana es posible». En este filme, que tiene como punto de partida un artículo publicado en la revista Nature firmado por una veintena de investigadores liderados por A. D. Barnosky y L. Hadly de la Universidad de Berkeley, se muestra una sociedad anestesiada que no se inmuta ante la grave situación en la que nos encontramos y deciden viajar por todo el mundo buscando pequeños gestos que cada uno podemos incorporar a nuestra vida cotidiana y que contribuyen positivamente a un cambio en la tendencia.
Una vez visto esto, nos preguntamos: ¿qué puede aportar la cultura en este sentido?
Esto es precisamente lo que se plantean desde el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) con el lanzamiento de la segunda edición del Premio Internacional a la Innovación Cultural, un premio que pretende poner sobre la mesa el papel que han de tener la cultura y las instituciones culturales como partes indispensables en la gestión de esta crisis medioambiental.
A través de esta iniciativa pretenden desafiar al cambio climático desde la cultura, premiando las mejores propuestas que ofrezcan soluciones creativas y eficaces al principal reto medioambiental al que nos enfrentaremos en el próximo siglo, tratando de analizar el problema desde una perspectiva singular, poniendo de manifiesto la necesidad de un cambio en nuestro comportamiento que apele a la responsabilidad que tenemos con el planeta en el que vivimos, siendo parte activa del cambio como ya hemos sido la principal causa del problema.
Además de una dotación económica de 20 000€ para el desarrollo del proyecto ganador, este formará parte de la exposición «Después del fin del mundo» desarrollada por el CCCB en octubre de 2017, dentro del marco de actividades y conferencias en la que el cambio climático será protagonista de la programación de este centro durante toda la temporada 2016-2017.
El jurado está compuesto por Laura Faye Tenenbaum —divulgadora y comunicadora científica del equipo de comunicación de Ciencias de la Tierra del Jet Propulsion Laboratory de la NASA—, Alison Tickell —fundadora del proyecto de creatividad sostenible Julie’s Bicycle—, Lucy Wood —directora de Cape Farewell, un proyecto sin ánimo de lucro dirigido a analizar las respuestas que el ámbito de la cultura puede aportar al reto que supone el cambio climático—, José Luis de Vicente —comisario de la futura exposición «Después del fin del mundo»— y Juan Insua —director del CCCBLab—. Ellos serán los encargados de seleccionar el proyecto más innovador, aquel que trate de sensibilizar y concienciar a la sociedad del reto al que nos enfrentamos para fomentar el compromiso de la población con el medioambiente.
El Premio Internacional a la Innovación Cultural está dirigido a todo proyecto educativo o de innovación ciudadana, en definitiva, todo aquel enmarcado en lo que se denomina tercera cultura, que es —precisamente— lo que reivindicamos desde Principia: «Una única cultura». Serán bien recibidos todos aquellos proyectos que exploren propuestas a través de la unión entre ciencia, arte y humanidades, presentados en un formato divulgativo y didáctico que defina una propuesta colectiva donde tenga cabida la participación ciudadana junto con la implicación de educadores.
La convocatoria está abierta hasta el 31 de enero de 2017, el listado de finalistas será publicado el 25 de abril de 2017 y en junio de ese mismo año se entregará el premio al mejor proyecto.
Puedes consultar las bases, la guía de inscripción así como el modelo de presentación del proyecto a través de la página web.
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