Hace mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana existía un planeta gaseoso llamado Bespin. Era un gigante enorme de gas, como Júpiter, pero con una zona habitable entre sus nubes: a unos 60 000 kms de su inhóspita superficie, flotaba una ciudad conocida como Ciudad Nube. No, no se rompieron la cabeza buscando un nombre. Su administrador, Lando Calrissian, era un jugador de naipes. Un apostador. Un canalla. Les habría caído bien. Quizá hayan visto en alguna ocasión a su antigua nave, el Halcón Milenario, haciendo cabriolas en la saga Star Wars. En esta ciudad pensaron de forma diferente: si Bespin no nos acoge, quizá sus nubes lo hagan.
Volvamos al presente. Aquí, en nuestro paraíso azul, miramos al universo con admiración. Solo dentro de las fronteras de nuestro Sistema Solar tenemos mil incógnitas que resolver y nuestra supervivencia depende de la respuesta a una de ellas. ¿Podemos mejorar nuestra predicción sobre los objetos de cierto tamaño que impactarán contra la Tierra y, en caso de que sean peligrosos, evitar un daño irreparable? Algunos quizá crean que es una pregunta estúpida: yo les animo a que se pasen por a un museo y hablen con los dinosaurios.
Buscamos en nuestro Sistema Solar y más allá un lugar amable con el ser humano pero la gran verdad que conocemos desde que Laika tocara el cielo en 1957, e incluso un poco antes, es que más allá de nuestra atmósfera hace mucho frío, hay poco oxígeno y nada de alimento. Así que, como los caracoles, parecemos condenados a llevarnos nuestro hábitat con nosotros hasta que encontremos una forma definitiva de transformar un satélite o planeta en una aproximación al nuestro: la terraformación, una aproximación a nuestras condiciones en lugares donde las normas son muy diferentes.
Tras tantos años siendo el origen de pérfidos alienígenas cuya única intención era reducirnos a la ceniza de un puro con sus pistolas láser, Marte es ahora la esperanza de la humanidad. El sueño de Elon Musk, de Obama y de la NASA. Es similar a la Tierra en muchos aspectos y casi todas las miradas están puestas en los rovers que pasean por sus áridas tierras. De forma paralela, buscamos vida en muchos lugares inusuales como estamos viendo en la serie de artículos ¿Hay alguien ahí?, soñamos con sobrevivir en el planeta rojo como Matt Damon en The Martian e incluso observamos Europa, la luna de Júpiter, o Titán y Encélado, lunas de Saturno, con la misma esperanza con la que mirábamos impacientes cada día en el colegio aquel bote de yogur con una alubia en su interior.
Síganme unos minutos a otro lugar menos evidente y más peligroso. Un lugar con nombre de mujer en el que llueve ácido que se evapora antes de tocar una ardiente superficie. Un planeta que muchas veces olvidamos pero que nos daría una pequeña oportunidad. Les prometo que el viaje será corto: le pediremos prestado el viejo Halcón Milenario a Lando e imaginaremos que nuestro sitio puede estar también entre las nubes y las estrellas.
Como Leia.
Bienvenidos a Venus, el segundo planeta más cercano a nuestro Sol. Lo primero que observarán es que es raro. Mucho. Gira al revés que la Tierra, así que disfruten de este interesante amanecer por el oeste porque este día será más largo que un año (243 y 224 días terrestres, respectivamente), es decir, Venus tarda más en dar una vuelta sobre sí mismo que sobre el Sol. Lo que les decía: raro. En la superficie tendremos temperaturas alrededor de 470 ºC, por encima de la temperatura a la que se funde el plomo y sensiblemente peor que Córdoba en agosto, y una presión atmosférica unas 90 veces la de la Tierra, algo muy parecido a estar bajo un kilómetro de agua. Háganse una idea: las sondas que se posaron aquí fueron diseñadas como submarinos y en ningún caso superaron la hora de vida en la superficie. No hay ni rastro de agua, la atmósfera es CO2 en su mayor parte y las nubes son de ácido sulfúrico.
Un lugar con nombre de mujer en el que llueve ácido que se evapora antes de tocar una ardiente superficie
«Este trato resulta cada vez peor», diría Lando mirando a nuestro alrededor. Sí, lo cierto es que Venus es un infierno para un ser humano. Pero Lando mira arriba y piensa en voz alta: «¿Y un hábitat en las alturas?».
Nos elevamos con nuestro Halcón Milenario imaginario a una altura de unos 50 kilómetros sobre el infierno venusiano. Entre estas nubes encontramos una presión como la del nivel del mar y unas temperaturas entre 0 y 50 ºC. Esto ya es más familiar ¿no? Además nuestro aire —nuestra querida mezcla de 21% de oxígeno y 79% de nitrógeno que necesitamos para vivir— se comporta aquí como el helio con nuestros globos en la Tierra: es menos denso que el aire de Venus.
¿Globos en Venus? ¿De aire? Lando sonríe pero, aunque suena a ciencia ficción, ya en los años 70 varios científicos de la URSS teorizaron al respecto. De hecho, en 1986 los soviéticos lanzaron las misiones VEGA 1 y VEGA 2 con el doble objetivo de visitar Venus y el cometa Halley. Cada VEGA portaba una sonda que aterrizaría en la superficie y un globo aerostático (en este caso lleno de helio) diseñado para flotar a 54 kilómetros de la superficie. Transmitieron durante cuarenta y seis horas y nos demostraron que es posible.
Entre estas nubes encontramos una presión como la del nivel del mar y unas temperaturas entre 0 y 50 ºC
Nuestra casa en las nubes podría flotar con aire y no necesitaría ser ultrarresistente, ya que la presión externa y la interna serán la misma (olvídense de incómodos trajes presurizados en el exterior). Los materiales pueden ser más livianos aunque deben soportar la exposición al ácido sulfúrico y otras sustancias corrosivas. Al contrario que otros lugares fuera de la Tierra, Venus y su densa atmósfera nos protegen de los meteoritos y la radiación. Incluso la gravedad es un solo un 10% menor que la Tierra. La temperatura es estable y acompañamos a la atmósfera en su viaje por el planeta: toda la atmósfera gira cada cuatro días terrestres alrededor de Venus en un fenómeno llamado super rotación. Y, sorprendentemente, hay agua en el lugar más insospechado: escondida entre el ácido sulfúrico. Será difícil pero no imposible obtener la suficiente para mantener una colonia y alimentar la vegetación que nos suministrará aire respirable.
Podremos recibir también material de forma sencilla desde nuestra añorada Tierra: cada año y medio aproximadamente nos ponemos a tiro y el gasto energético de los envíos será mínimo. No necesitarán retropropulsión para frenar porque la densa atmósfera y una combinación de globos y paracaídas los harán llegar a la puerta de nuestra casa.
Pero Venus será un destino complicado hasta que lo hagamos semejante a la Tierra. Podríamos bombardearlo con hidrógeno para que, al contacto con su atmósfera, se produzcan agua y grafito, convirtiendo así el 80% de su superficie en océanos. Sobre este tema hay mil ideas, cada una tan loca como la anterior e igualmente cimentada en principios científicos.
Pero es aún más futuro que nuestro ilusorio Halcón Milenario paseándose entre ciudades en las nubes.
Lo sé, lo sé, aun así Marte mola mucho. Quizá resultaría más fácil de terraformar ya que sus días son parecidos a los de la Tierra y porque es más fácil calentar su helada superficie que enfriar la tórrida Venus. Por eso es el sueño de tanta gente. Además, sé que prefieren pasearse con un traje muy chulo entre la arena rojiza, mirar al horizonte y ver la montaña más alta del Sistema Solar a través del cristal de su casco, el monte Olimpo elevándose majestuosamente más de 21 000 metros sobre el suelo. Plantar patatas mientras escuchan música disco y sentirse ligeros en su amable gravedad (casi la tercera parte que la de la Tierra) mientras sus ojos buscan entre las estrellas el hogar, la madre Tierra.
A Lando y a mí nos parece bien. Pero alguien tiene que pensar un plan B, cosa de canallas. Mientras se llenan de polvo rojo, les esperaremos aquí, en Venus. Flotando y escuchando acid jazz bajo la lluvia corrosiva.
Posiblemente.
Bibliografía
—Inner Solar System - Prospective Energy and Material Resources (Viorel Badescu)
—Terraforming Venus quickly (Paul Birch)
—Low-altitude Exploration of the Venus Atmosphere by Balloon (Geoffrey A. Landis)
—Colonization of Venus (Geoffrey A. Landis)
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