El primer día de Jimmy

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TEXTO POR ÁNGEL ABELLÁN
ILUSTRADO POR ANA ROSA GONZÁLEZ BLANCO
ARTÍCULOS
NEUROCIENCIAS | SENTIDOS
12 de Diciembre de 2016

Tiempo medio de lectura (minutos)

—¿Eres Jimmy?
—S… sí, señor.
—Tenemos que darnos prisa, chico. Es casi la hora de comer.

Acababa de graduarse en la Universidad de Flavoroxford y aún no había asimilado que ya fuese oficialmente una célula sensorial. Su primer día de prácticas estaba siendo demasiado estresante. La eficiencia del botón gustativo de aquella lengua era conocida en todo su epitelio, e incluso llegaban rumores a epitelios lejanos. Bajo sus pies, la lengua era más o menos como la recordaba en los libros, solo que un pelín más viscosa. Estaba caminando sobre un montón de células estratificadas, pero esto, se temió, lo descubrió tarde y a gritos:

—¡Eh, tú! ¡Cernícalo! ¿Se puede saber qué demonios te pasa, pisando por aquí como si no existiésemos?

Jimmy miró hacia abajo y descubrió que estaba hundiendo su cuerpo en la nariz de una gruñona y vieja célula.

—¡Lo siento muchísimo, señor!
—Grrr… malditos becarios.

El camino hacia su botón gustativo no fue largo. Al verlo ahí, imponente, embebido entre las células linguales, le recordó al capullo de una flor que ha sido enterrada casi por completo. Se dio cuenta en seguida de que las entradas, pequeños y estrechos poros, estaban vigilados por delgadas microvellosidades gustativas que, para variar, no eran precisamente la piedra angular de la educación.

—¿Quién va? —preguntó una de las microvellosidades.
—Soy yo, traigo al nuevo.
—¡Sam! ¡Nos han traído al nuevo! ¿Lo dejo pasar?
—Sí, déjalos, yo voy informando al resto—respondió otra de ellas a la lejanía.

Jimmy entendía la severidad con que se tomaban todo aquello, no en vano eran los responsables de vigilar qué entraba y qué no. El caso es que ya estaba dentro, ya no había vuelta atrás y los nervios aumentaban minuto a minuto. El resto de células sensoriales estaban muy concentradas. El silencio lo había conquistado todo.

—Este será tu lugar de trabajo a partir de ahora. No hay tiempo de explicar nada, la comida está a punto de llegar. ¿Tienes la guía?
—¿La de compuestos responsables de los sabores?
—Sí.
—La tengo aquí —respondió Jimmy señalando su propia cabeza.
—Buen chico. Si necesitas algo, avísame.

Y allí se quedó, esperando, impasible, muy tenso. Como si un león estuviera rondándole para comérselo vivo. Así de tenso.

—¡Atención, atención! ¡Viene comida!

El grito provenía de fuera, de las microvellosidades. Lo que antes era como una balsa estancada ahora era la puñetera Segunda Guerra Mundial. De repente todo comenzó a ir demasiado rápido, Jimmy conocía bien su función —aquella matrícula de honor en Protocolo para sensoriales no había sido en balde— y no había estudiado cinco años de carrera para echarlo todo a perder en un segundo. «Venga, Jimmy, tú puedes. Captar la señal y pasarla a la neurona más cercana. Sabes la teoría, ahora solo tienes que aplicarla», se dijo a sí mismo.

—¡Pimienta! —escuchó Jimmy.

«Vale… vale. Pimienta, pimienta… piensa. ¿Cuál es la sustancia responsable del sabor impacto de la pimienta? ¿Cuál era…?».

—¡Piperina! ¡Información enviada! —gritó Jimmy a pleno núcleo.

A partir de ahí, todo fue como la seda.

—¡Viene ajo! —gritaron las microvellosidades.
—El olor del ajo deriva del alil-2-propenotiosulfinato, o lo que es lo mismo… ¡ALICINA! ¡Información enviada!
—¡Gracias, Jimmy! —gritó su neurona sensorial aferente, que parecía contenta con su nuevo compañero.

Y cada vez se hacía más y más fácil.

—¡Viene plátano!
—¡Acetato de 3-metilbutilo! ¡Información enviada!
—¡Viene café!
—¡2-furilmetanotriol! ¡Información enviada!

Era un trabajo emocionante y más emocionante que se iba a volver. Mucho más emocionante. Demasiado emocionante, tal vez…

—¡VIENE….! ¡VIENE…! ¡VIE…!

«¿Qué pasa, por qué no dice nada?». Jimmy empezaba a asustarse. Esto lo había estudiado. Las microvellosidades eran muy eficientes, tanto que nunca fallaban. O casi nunca. Sabor que llegaba, sabor que detectaban. Si era un sabor tóxico, avisaban y pasábamos la nota a las neuronas para que estas enviasen la información pertinente. Si recibían un sabor ácido debido a iones de hidrógeno, ocurría igual. Y el protocolo de sabores nuevos tampoco solía tener fisuras. Simplemente, había que ahondar un poco más en las guías de flavores y compuestos responsables del sabor impacto. Si el proceso estaba fallando es que algo malo ocurría…

—¡Dios mío, Sam, no sé qué demonios es esto!
—¡No puede ser! ¡Es el fin!
—¡Dios, dios, tengo dos hijas bellas-idades!¡Jajajaja!
—¡No es tiempo de bromear, Mike, maldita sea!
—¡Alguien debe saber qué es esto!
—¡Mandadlo al interior del botón gustativo, tal vez alguien sepa qué es!
—¡Dicen que el nuevo es un hacha!
—¡Mandadlo al nuevo! ¡Rápido!

Mientras las microvellosidades discutían y emitían su aterrador veredicto, Jimmy se dio cuenta de que estaba metido en un buen lío. Aquello era un caos. Algunas microvellosidades ya se habían desmoronado y gritaban desconsoladas. Las células sensoriales estaban histéricas, lloraban, gritaban cosas como «decidle a mi hija que la quiero, que sea una célula sensorial como su padre». Las neuronas sensoriales tampoco estaban muy por la labor de calmar el ambiente. Cuando la sustancia llegó hasta Jimmy, la cosa empeoró. La neurona aferente miró a Jimmy con la esperanza de que descubriese qué sustancia era. Pero Jimmy miró a la neurona, la neurona miró a Jimmy, y Jimmy negó con la cabeza, admitiendo y aceptando que había fracasado en su primer día.

Si dejamos a todas esas células sensoriales llorando, a las microvellosidades gritando, si dejamos a las células estratificadas de la lengua, si dejamos la lengua, el paladar, los dientes, si salimos de la boca… descubrimos que Jimmy está dentro de Biscuitt, un perro salchicha que en ese momento se encontraba de paseo, masticaba algo y hacía caso omiso de su dueña, que gritaba desesperadamente:

—¡Suelta esa caca, Biscuitt! ¡Por favor, suelta esa caca ahora mismo! 

 

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