En un parque cercano a su casa, bajo las estrellas y tan solo iluminados por el fulgor de la pantalla de un móvil, dos niños abrigados hasta las cejas esperan. El más pequeño hurga con un palo en la tierra y de vez en cuando levanta la cabeza hacia su hermano y el cielo, alternativamente. En la lejanía una estrella más grande que las demás parpadea y un dedo apunta hacia ella.
—¡Allí está! Ahora mismo hay seis personas a bordo de esa luz. ¡Es la Estación Espacial Internacional!
El mayor de los dos niños, Yuri, se agacha un poco y ayuda a su hermano Alan a localizarla. Alan levanta el palo y apunta en la misma dirección. Localizada. Yuri es un chalado de todo eso del espacio, como dice su madre. Su padre también es así, de ahí sus nombres.
—¿La ves?
—Sí, sí, ahora sí.
Menos de cinco minutos en completo silencio más tarde ha desaparecido en el horizonte y regresan a casa.
—Flota —murmura el pequeño Alan tras tirar el palo y meter las manos en los bolsillos de su chaqueta forrada de borreguillo.
—¿Quién? ¿La Estación Espacial? No, no. Orbita la Tierra. Gira a nuestro alrededor —corrige Yuri—.
Yuri ha jugado muchas veces con el Kerbal Space Program en el portátil de su padre y una vez incluso consiguió poner a Jebediah en la luna de su planeta, aunque olvidó colocar una escalerilla en la cápsula y tuvo que lanzar una misión de rescate para salvarlo. Aún estaba en ello cuando salieron a ver pasar la ISS: a sus propios ojos, es lo más parecido que conoce a un ingeniero de Roscosmos o de la NASA. Salvo su padre, claro.
—Pues eso. Que no se cae al suelo, así que flota. He visto a los astronautas en la tele y allí arriba todo flota porque no hay gravedad como aquí abajo. Dejan cosas en el aire y las recogen más tarde en el mismo sitio. Todo flota.
Las manos de Alan se mueven graciosamente en el aire, agitando el vapor que sale de su boca en la noche helada.
—La fuerza de la gravedad existe siempre que dos objetos tengan masa, Alan. La Tierra y la ISS tienen masa, así que hay gravedad entre ellos. Lo que pasa es que la ISS orbita a su alrededor. No es lo mismo que flotar.
—Pero las cosas flotan allí arriba —insiste el obstinado Alan mientras saca un guante que su madre había puesto en el bolsillo de su chaquetón y lo deja caer—, y aquí no. ¿Ves? Todo se cae.
Yuri suspira. Se lo quiere explicar pero no sabe si hay una forma sencilla de hacerlo. Y entonces recuerda un ejemplo que vio en un viejo libro de su padre escrito por Newton. Mira a Alan, que está recogiendo el guante y decide que hay que intentarlo.
—Mira, imagina que estás en una torre muy alta ¿vale? Altísima. No hace nada de viento. Imagina que tienes en la mano una pelota transparente llena de bolitas sueltas. Si las dejas caer, al cabo de un rato las pelotas flotan en su interior ¿no?, caen con la pelota. Pero si estuvieras dentro y no mirases al exterior sino a tus compañeras dirías que estás volando.
—Si estamos muy apretados dentro, no.
—Ya me entiendes.
—Vale. Sí. Las bolitas flotan pero caen.
—Entonces ahora imagina que en lugar de soltarla la tiras hacia delante. Ahora no cae a los pies de la torre sino un poco más lejos ¿no? Y en su interior las bolitas flotan. Al principio, las bolitas se pegan hacia tu mano porque las estás lanzando muy rápido pero luego se parece mucho a cuando están en caída libre, a cuando no haces nada más que dejar caer la pelota.
Alan busca el truco en el argumento de Yuri. Aunque le fastidia un poco, le tiene que dar la razón. Se imagina a sí mismo como una bolita en el interior de una pelota gigante. Divertido.
—Eso es.
—Si la pelota pudiera dibujar en el aire mientras vuela, dibujaría una curva que va cayendo a su lugar de aterrizaje. Antes solo era una línea que iba desde tu mano hasta el suelo porque solo había fuerza de gravedad, pero ahora la has lanzado así que has convertido una línea en una curva. Si en lugar de lanzar con una mano, utilizásemos otra cosa para lanzar la pelota…
—¿Un tirachinas? ¡Una escopeta! No, demasiado pequeña. ¿Un cañón?
Alan se imagina en una torre con un cañón enorme apuntando a la casa de su archienemigo y némesis, ese tío gafotas gigante que siempre le quita el balón en el recreo.
—Un cañón nos servirá. Tiene que ser enorme ¿vale? Muy potente. Imagina que seguimos sin viento y ponemos la pelota en su interior. No vamos a pasarnos la primera vez: pon el regulador al 6.
—¡Regulador al 6, señor!
Ya lo tiene inmerso en su historia. Por algo Yuri había sido el primero de la clase.
—Bien, soldado. En un momento haremos boom. La pelota saldrá disparada muy muy lejos, tanto que la perderemos de vista porque nuestra torre es muy muy alta y nuestro cañón muy muy potente. Tan lejos que estará más allá de la curvatura de la Tierra. Así que si pudiésemos ver cómo dibuja su camino en el aire, el lugar donde se encontraría con el suelo estaría más allá de nuestra vista.
—¿Qué? –pregunta Alan incrédulo
—Que la Tierra no es plana. Es curva. Y nuestra pelota irá tan lejos que estará más allá del horizonte. Ahora dispare, soldado.
—¡BOOOOOM! —el grito de Alan hace salir disparados no solo a la pelota imaginaria de Yuri sino a tres gatos que enredaban en la basura.
—Bien, Alan. Dentro de la pelota ocurre lo mismo que antes: al cabo de un rato, tú y el resto de bolas flotáis en su interior. Aunque realmente estáis cayendo poco a poco al suelo. Si en lugar de poner el regulador al 6 lo hacemos al 7, la pelota irá más lejos aún. Vamos a probar con el 10, pero con cuidado porque es el más peligroso.
—¿El 10? ¿Explotará el cañón?
—No, soldado, el cañón funciona bien. Lo que pasa es que la primera persona que lo probó murió. Porque la pelota le pegó por detrás y lo tiró de la torre.
—¿Por detrás? –interroga Alan alarmado.
—Sí. El 10 hace que la pelota vaya tan rápida que, como la Tierra no está girando ni hay viento ni nada la frena, dé una vuelta completa a la Tierra. Y si no te agachas, te pegará por detrás.
Alan está boquiabierto. Se imagina lanzar algo que hora y media más tarde regresará tras dar una vuelta completa al mundo. ¡Buah, menudo viaje!
—No se distraiga, soldado. Regulador al 10. ¡Fuego!
—¡BOOOOOOOOOOOOM!
El 10 exige más volumen, por supuesto, y eso asusta a un señor que fuma en la ventana, haciendo que la colilla caiga a la calle. Yuri levanta la mano a modo de disculpa.
—Ahora imagina las bolitas, Alan. Al principio, estaban pegadas a la parte trasera de la pelota, flipando con la aceleración. Pero en esa vuelta a la Tierra parece que flotan en su interior. Tú las acompañas y a pesar de la enorme velocidad de la pelota parece que estáis levitando. Al otro lado de esta torre, vuestra pelota vuela tan bajo que casi roza el suelo. A eso se le llama perigeo: el punto más bajo de la órbita. Y a lo más alto de nuestra torre, el punto más alto de la órbita, se le llama apogeo.
—Eso son palabrejas, Yuri. No empieces.
—Lo intentaré, de verdad. Te lo prometo. La pelota ha ido cayendo poco a poco hacia el suelo y en el perigeo, cuando casi roza el suelo, ha ido acumulando velocidad en su caída, tanta que en ese punto puede comenzar a ganar altura de nuevo, llegando otra vez al punto inicial.
—¡La torre! —exclama Alan.
—Eso es. En la torre alcanzará su punto más alto y su velocidad más baja de la trayectoria. Y continuaría así hasta que eventualmente llegue al suelo.
Alan se imagina lo que Yuri le cuenta. Las bolitas flotaban, pero desde fuera podía ver que realmente estaban cayendo constantemente junto con la pelota aunque a veces incluso ganasen altura. Subían y bajaban, ahora rozando el suelo, ahora subiendo hasta la altura de una torre muy alta. Mucha velocidad en el punto más bajo, muy poca en el más alto. Como el péndulo del reloj de la abuela. Tic. Tac. Mira de nuevo al cielo y apunta acusadoramente a su hermano.
—Pero la Estación Espacial está ahí arriba, chaval. ¿Eh? Y los satélites. Están mucho más arriba que la torre.
—Porque los científicos tienen un cañón aún más grande que el nuestro, que llega por lo menos al 100. Y no disparan hacia el horizonte, sino hacia el cielo. Las bolitas son las personas que van a bordo de la cápsula o estación que orbita a nuestro alrededor.
—Como en tu camiseta.
—Como en mi camiseta –admite Yuri complacido.
Yuri tiene una camiseta que le regalaron por su último cumpleaños en la que aparece un diagrama de la cápsula Vostok, la que puso en órbita a aquel cuyo nombre luce en sus cuadernos, convirtiéndolo en un mito para la historia: Gagarin, el primer ser humano en órbita. Realmente no es una pelota pero el cubículo que albergaba al Yuri original lo parece: el símil es accidental pero asiente con la cabeza.
—El primero que lo sintió fue Gagarin —continúa Yuri—, una aceleración que lo pegó a las paredes de su cápsula pero que, minutos más tarde, lo hizo viajar alrededor de la Tierra con la sensación de que flotaba en el interior de su Vostok. Cuando lo lanzaron era como tu pelota: iba más allá del horizonte. Pero, por suerte, su cohete era al mismo tiempo pelota y cañón y, apuntando cuidadosamente, aceleró para evitar la caída y empezar a girar alrededor de la Tierra. Si tenemos combustible y un buen motor de cohete, siempre podemos corregir nuestra órbita haciéndola más circular o más elíptica.
—Palabrejas.
—Con forma de círculo o forma de huevo —siguió Yuri haciendo caso omiso de la advertencia de su hermano—, depende de lo que se necesite. En el perigeo y apogeo podremos cambiar fácilmente la forma en la que giramos alrededor de la Tierra.
Ya ven las luces de su casa. Alan mira el cielo y se imagina miles de líneas dibujadas en el firmamento, tantas como objetos girando alrededor del planeta. Se imagina de nuevo en la torre, con el cañón en sus manos, apuntando a la casa de su malvado enemigo. No merecía la pena disparar, seguro que ese gafotas no sabía tantas cosas como Yuri.
Ni como él sabe ahora.
.….
Algunos meses más tarde descubrió que su nombre se debía a Alan Shepard, segundo hombre en el espacio. Al principio le dio mucha rabia saber que su viaje fue suborbital, una especie de disparo al 6 o 7 del cañón y que no llegó a orbitar la Tierra pero le calmó bastante saber que más tarde Shepard fue a la Luna y Gagarin no.
Aunque esa… es otra historia.
Bibliografía
—Newton, Isaac Philosophiæ Naturalis Principia Mathematica.
—David Woods, W. How Apollo flew to the moon (Springer Praxis Books)
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