Gösta Mittag-Leffler, el hombre que no tenía miedo al genio femenino
Gösta ha llegado a mí como el actor secundario de tres breves biografías que he leído recientemente. Me ha impresionado tanto que he querido averiguar algo sobre su papel protagonista, el de su vida.
Gösta Mittag-Leffler nació un 16 de marzo de 1846 en Estocolmo, y su trayectoria profesional es bastante abrumadora. Se doctoró en matemáticas, fue docente en la Universidad de Upsala, consiguió la catedra de matemáticas en la Universidad de Helsinki y fue el primer profesor de matemáticas de la Universidad de Estocolmo. Recibió varios doctorados honoris causa y fue miembro de multitud de sociedades nacionales e internacionales. Además, fundó la revista Acta Mathematica, que hoy día sigue publicando artículos sobre matemáticas.
Gösta tiene su propio teorema: el teorema de Mittag-Leffler, algo sobre series meromorfas que no he entendido muy bien, pero como siempre he querido tener un teorema que llevara mi nombre, me parece admirable.
A pesar de todo, parece que es más conocido por la prensa amarilla matemática, ya que cuenta la leyenda que Gösta fue el matemático que robó la novia a Alfred Nobel, haciendo que este no instaurará una sección de matemáticas en sus famosos premios.
Pero existe otro apartado en su vida, uno que demuestra su calidad humana, gracias al que conocí al Gösta Mittag-Leffler que me cautivó.
La primera vez que me encontré con Gösta fue a través de la historia de Sofia Kovalévskaya. Para Sofia, Gösta fue un amigo de inestimable valor que la ayudó a superar los problemas de género de la época. A pesar de la oposición, Gösta consiguió que aceptaran a Sofia como profesora en la Universidad de Estocolmo, primero de forma probatoria y sin sueldo, luego como catedrática, siendo la primera mujer que conseguía una catedra vitalicia. La nombró editora de su Acta Mathematica, convirtiéndose en la primera mujer editora de una revista profesional. La animó a presentarse al premio Bordin, en el que arrasó. Sofia era una matemática increíble que debiera haber sido valorada sin la ayuda de nadie, pero eran otros tiempos y Gösta demostró ser un amigo único.
La segunda vez que me encontré con Gösta fue cuando trató de ponerse en contacto con Henrietta Levitt para decirle que quería nominarla al premio Nobel de Física. Lamentablemente, Henrietta había muerto años antes sin reconocimiento alguno. Teniendo en cuenta que solo dos mujeres han ganado un premio Nobel de física en la historia de dichos premios, entiendo que el número de nominadas no es muy elevado. Y Henrietta lo merecía por habernos dado una regla para medir el Universo.
Gösta todavía apareció en mi vida una tercera vez, cuando contactó con Pierre Curie para alertarle de que había sido nominado al Nobel de Física pero que habían excluido del premio a Marie. Gracias a Gösta, Pierre tuvo tiempo de tomar las medidas necesarias para que la galardonaran como se merecía, siendo la primera mujer en obtener el premio Nobel de Física.
Estas tres anécdotas me han llevado a pensar en Gösta como un hombre excepcional, de esos que no tienen miedo del genio femenino y han hecho todo lo posible por cambiar las cosas.
Si por casualidad os habéis topado con Gösta en una situación similar, comentádmelo, estoy deseando ampliar la lista de cosas por las que adorarle.
Bibliografía
—Altschuler, D. R.; Ballesteros, F.J. 2016. Las mujeres de la Luna. Next Door Publishers.
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