Un heraldo de lugares inhóspitos y helados

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Un objeto metálico ronronea en torno a una enorme roca en el espacio. Su viaje ha sido de diez años pero allí está, procesando con unos y ceros las órdenes de una sala de control en el tercer planeta del Sistema Solar, cuyos habitantes llaman Tierra.

TEXTO POR ENEKO BERAZA
ILUSTRADO POR MARTA QUIJANO
ARTÍCULOS
CHURYUMOV-GERASIMENKO | PHILAE | ROSETTA
6 de Abril de 2017

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La roca no tiene nombre, como nada lo tiene en el universo, pero la humanidad se siente más cómoda asignando etiquetas a cosas más antiguas que su propio hogar. Así que la llaman Chury, o 67P/Churyumov-Gerasimenko.

La nave sí tiene nombre: se llama Rosetta. Junto a ella se halla Philae, que en pocos minutos descenderá sobre la roca. Rosetta envía a sus amos información de último momento sobre su posición exacta. A sus pies, la roca sigue girando y el Sol dibuja con sus contornos. Cada vez mas cerca, cada vez mas caliente.

La roca es un cometa. Su órbita lo acerca y aleja continuamente del Sol y sus interacciones con otros planetas varían el rumbo de su siguiente órbita. Hace muchos años su punto mas cercano al Sol se encontraba a cuatro veces la distancia entre la Tierra y este, demasiado frío para que el calor vaporizara su núcleo de hielo, polvo, dióxido de carbono, metano y a saber cuántas cosas más. Pero hace poco, menos de lo que dura un suspiro en términos temporales del espacio, un encontronazo con Júpiter varió su trayectoria y estará casi tan cerca del Sol como lo estará la Tierra en su próximo giro. Habrá explosiones, fracturas, enormes géiseres que extenderán su cola a millones de kilómetros. Un fénix espacial. Un heraldo de lugares inhóspitos y helados. Un mensajero de las estrellas.

Si Chury pudiera pensar sonreiría con una mueca de hielo al ver cómo sus hermanos han influido en la historia del pequeño planeta cuyo emisario gira a su alrededor desde hace poco. Reyes depuestos, augurios interesados, pregoneros que anunciaban el fin del mundo apuntando al cielo con dedos nudosos. «Solo pasábamos por aquí», diría. «Nos os consideréis tan importantes», afirmaría. «Como las polillas en torno a una lámpara, los cometas sentimos la misma fascinación que la Tierra y el resto de planetas por un objeto tan masivo como el Sol. Simplemente danzamos de otra forma. Nos acercamos y nos alejamos más que vosotros», apuntaría.

La roca es un cometa. Su órbita lo acerca y aleja continuamente del Sol y sus interacciones con otros planetas varían el rumbo de su siguiente órbita.

En la Tierra ya lo saben. Una mejor instrumentación y el desarrollo de varias teorías predicen lo que son. En el pasado otros emisarios metálicos han visitado cometas: sus dueños humanos se hacen llamar europeos, soviéticos, americanos, japoneses… todos ellos han estudiado cometas y comprobado lo que su tecnología les ha permitido. Sí, aún quedan advenedizos, claro, que llaman al suicidio masivo e interpretan señales a su antojo y para su propio beneficio. Pero un mejor conocimiento de su entorno ha hecho a los hombres más capaces de entender algunas cosas y temer otras tan terribles que ni siquiera sospechaban. Paso a paso.

Rosetta no entiende de nacionalidades pero el cohete que lo lanzó tenía muchas banderas. Es europea, por tanto, y la primera que no pasa de largo ante un cometa o sigue su rastro como un detective con lupa. Lo acompaña, lo rodea una y otra vez, cartografía y analiza su superficie. Envía todos los datos a la Tierra donde hombres y mujeres con batas blancas estudian, discuten y establecen hipótesis. Su señal tarda casi 30 minutos en llegar a lo que ellos llaman casa pero Rosetta no lo sabe. Solo sabe lo que le ha sido enseñado y toma pocas decisiones por sí misma.

Si en el espacio se pudiera escuchar el sonido, un clic rompería el silencio. Es el momento. Philae, que hasta hace días ha estado dormida, tiene que empezar a trabajar. Rosetta le da un pequeño impulso y cae hacia Chury, minúscula en comparación al ominoso objetivo cuya débil gravedad atrae a Philae, con sus tres patas de araña desplegadas para fijar su posición a la superficie.

En Tierra todo el mundo mantiene la respiración, todo lo que puede sin ponerse azul. Ponerse azul es mala señal en casi todas las circunstancias. Y Rosetta manda una señal de desacoplamiento que tardará media hora en llegar. Todas las noticias llegan tarde cuando estás lejos de la Tierra.

La roca sin nombre sigue su camino hacia el Sol. Un brillo metálico le indica que pronto tendrá un visitante, armado con arpones para anclarse a su piel negra como el espacio, un taladro para penetrar hasta 30 centímetros bajo la superficie y diez instrumentos con nombres complicados para arrancar sus secretos e informar a sus amos de piel rosa. A Chury no le importa. No le importa nada.

Muchas de esas personas en el tercer planeta desde el Sol se conectan a una red de información global que llaman internet. Siguen cada segundo del descenso, sorprendidos de que las cosas no sean inmediatas, de que alguien pusiera una gran señal de limitación de velocidad a la luz. De que todo lo que conozcan sobre Rosetta y Philae llegue media hora tarde, lo que tarda la luz en recorrer la distancia que les separa de sus creadores. El espacio es grande, dicen algunos. Inmenso. Un padre le dice a un niño que si montase en una nave a la velocidad de la luz, ni los nietos de los nietos de sus nietos verían el final de la galaxia. Necesitarían 100 000 años para recorrerla de punta a punta. «Somos hormigas haciéndonos grandes preguntas, recorriendo una habitación sin saber que hay más habitaciones, un pasillo que los une, una puerta que da a un rellano con mas puertas y mas habitaciones, minúsculos en la gran inmensidad, contándonos de padres a hijos lo que sabemos para no empezar cada generación de cero», dice el filósofo. Subidos a hombros de gigantes, como dijo Newton, para ver más lejos. Ensayo tras error tras ensayo hasta la siguiente incógnita.

Pero nada de eso le importa a Chury. Cuando comenzó su viaje, el planeta que llaman Tierra no era salvo un proyecto. Es un Fórmula 1 haciendo una carrera de resistencia. Las carambolas con otros objetos masivos varían su camino pero él continúa ajeno a todo. Ajeno a todos. 

A estas alturas, Philae ya debería estar sobre la roca sin nombre. Hay que esperar para saber su estado. ¿Las ecuaciones eran correctas? ¿La trayectoria era la adecuada? Si todo ha ido bien, Philae habrá conseguido lanzar sus arpones para anclarse a Chury. Si no, habrá salido rebotado quién sabe hacia dónde. El historiador suspira y cuenta a quien quiere escuchar que en la antigüedad un cometa marcó la muerte de Julio César y que sus coetáneos lo tomaron como un signo de su divinidad. Que Napoleón proclamó que aquella luz en el firmamento anunciaba una aplastante victoria sobre Rusia que nunca sucedería. Que un hombre a quien llamaban Papa excomulgó a una roca sin nombre ni religión a quien mas tarde llamaron cometa Halley, que se les culpó de incendios en Nueva York, de matanzas de Boers en Sudáfrica, de la batalla de El Álamo en Texas… 

No, a Chury esas historias no le importan. Fue creado en el cinturón de Kuiper, más allá de la órbita de Neptuno. Es uno de los cuerpos más antiguos que rondan por el Sistema Solar. Se formó con partes sobrantes en la creación de Plutón o de Tritón. Unidos muy lentamente, durante millones de años: un mecano flotante acelerando hacia una meta circular y cada vez mas brillante.

Llegan noticias a la Tierra: Philae se ha perdido. Los arpones no han funcionado y tras rebotar en la superficie puede haber caído a una zona de sombra donde sus baterías se agotarán. Pero Chury se acerca al Sol, puede que pronto reciban su señal si consigue recargarse. Con fortuna. 

Chury no cree en la suerte. Su destino es el de un giróvago del Sistema Solar, transportando los secretos de los orígenes del pequeño sistema que recorre una y otra vez. Tiene respuestas y planteará preguntas pero los hombres tendrán que sudar para obtenerlas. La roca sin nombre tiene todo el tiempo del mundo, hasta que un día se acerque demasiado al Sol y se fragmente; entonces será dos rocas, quizá dos asteroides que no merezcan siquiera un apelativo por parte de aquellos que nombran todo lo que encuentran.

Rosetta está a solas, por fin, acompañando a Chury en su viaje a zonas mas cálidas. Quizá acabe reposando sobre la roca sin nombre, con Philae, hasta que todo termine. Pero su misión ha sido un éxito: ahora sabremos más que nunca sobre la roca y sus hermanas.

Y los que vienen por detrás, otros humanos, otros hombres y mujeres con bata blanca y ceño fruncido, utilizarán lo que ha aprendido para dar el siguiente paso. 

Es la vida. Respuestas. Preguntas.

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