Las voces están fuera

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Seguro que más de una vez os ha pasado. Os levantáis con esa maldita canción en la cabeza, sonando una y otra vez. No es un eco lejano, ni una memoria rescatada de forma casi inconsciente: la canción suena. La podéis oír, podéis notar cada inflexión en la voz del cantante, resuenan los acordes de la guitarra, en los que distinguís la vibración de cada cuerda de manera independiente.  Aunque estéis haciendo otra cosa, aunque vuestro cerebro se encuentre concentrado en una tarea compleja y absorbente. La canción sigue sonando. Es algo asombroso. De hecho, es agotador cuando la canción del verano se enquista en vuestra cabeza.

TEXTO POR CARLOS ROMÁ-MATEO
ARTÍCULOS
NEUROCIENCIAS
29 de Mayo de 2017

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La capacidad del cerebro para recrear sensaciones y estímulos no deja de sorprendernos. Tan fidedignos, tan reales. Como cuando cerramos los ojos y evocamos la cara de un ser querido: si todos tuviésemos la capacidad de los artistas de plasmar lo que “vemos” en nuestra mente, podríamos reproducir cada arista de su rostro, cada mínimo detalle, cada pequeña peca. Qué maravilla, qué grandeza, qué fantástico éxito evolutivo.

Lo malo es que todo eso puede también ser mentira.

La misma capacidad de los circuitos neuronales para recrear lo que conocemos… la tienen para fabular. Para mezclar sensaciones y recuerdos incompletos y rellenar los huecos con otro tipo de información. Para crear escenas, sonidos, melodías e imágenes tan realistas, como falsas. Y del mismo modo que la carencia de cualquier virtud del cerebro es aterradora (quedar ciegos ante la luz, sordos ante el sonido, perder las ganas de reír…) su exacerbación, su descontrol, no es menos horrible. Y no, no estoy hablando de los sueños. Porque para la mayoría de nosotros, los sueños se diferencian de la realidad y terminan cuando despertamos.  Pero imaginad lo que significa ver cosas que no están ahí. Escuchar una voz, con claridad absoluta, cuando no hay nadie alrededor. Vuestra primera reacción va a ser decir que es imposible imaginarlo: que no podéis haceros una idea de lo que significa. Pero yo creo que sí podéis. Volved a pensar en la canción del verano sonando en vuestra cabeza, esas veces en que os levantáis soñolientos, y en mitad de la casa vacía oís la música a vuestro alrededor. Y hay más casos. Recordad esas veces en que habéis pasado un día de locos, con tantas tareas a la vez, leyendo de tantas fuentes distintas y hablando con tantas personas diferentes, de reunión en reunión, clase tras clase… llega un momento en que no podéis tener la mente en blanco. Resuenan los ecos de todo lo hablado, de todo lo escuchado. Una frase de la mañana se mezcla con una anécdota de última hora de la tarde. El comentario escuchado al conductor del autobús se repite una y otra vez. Igual que la réplica que habéis pensado, pero nunca llegasteis a formular. Yendo un paso más allá, recordad alguna de esas veces en que la fiebre os ha pegado fuerte. Cómo al ir de la cama al baño, y vuelta, parecíais mantener conversaciones con vosotros mismos.

Vale, ya lo tenéis. Coged todos esos recuerdos, todas esas situaciones. Ya sabéis lo que significa tener voces dentro de la cabeza. El tópico parodiado en tantas películas y series de televisión. El loco hablando consigo mismo, asintiendo ante las órdenes formuladas por un ente invisible. El tarado que ríe y cuchichea como si le estuviesen contando un chiste. No, no es tan difícil de imaginar que una voz nacida en tu cabeza te parezca tan real como para contestarla aun viendo que no hay nadie a tu alrededor. Porque esa voz es real. La estás escuchando. Está fuera de tu cabeza. Y su realidad es tal, que el resto de tu cerebro es capaz de fabular la más absurda justificación. Porque al cerebro no le gustan los huecos, tiene que rellenarlos. Necesita integrar la información. Y si te está diciendo que alguien habla, tiene que explicarlo de alguna manera. Un dios, un diablo, un alienígena. Los transeúntes que pasan por la calle están gritando mucho. La persona que está a tu lado y mantiene la boca cerrada, está esforzándose en ejercer de ventrílocuo. ¿Cómo, si no, estás escuchando las palabras que pronuncia con tanta claridad?

Pensad ahora, para terminar, en todas esas veces que hemos visto estas situaciones parodiadas, o utilizadas para infundir terror en el espectador. Por supuesto que asustan. Pero lo terrorífico no es que Norman Bates escuche claramente a su madre instándole a acabar con la vida de esas jovencitas. Lo terrible es tener a tu lado a alguien a quien quieres y que de repente se gire, con la mirada vidriosa, imbuida de terror, y te conteste algo que tú no has preguntado. O que te pregunte qué te parece la música, en mitad de un silencio sepulcral.

Ya sé lo que estáis pensando ahora. ¿Cómo pueden no darse cuenta? Cuando observan la mirada incrédula de sus interlocutores, o se les dice que no hay nadie hablando y ninguna música sonando, ¿cómo pueden no darse cuenta de que tienen un problema? ¿Cómo puede ser más creíble que te hable un ser de otro planeta, antes que reconocer que sufres un desajuste cerebral, algo biológico que tal vez podría tratarse? Es todo parte del problema. Nadie sabe bien cómo funciona esa compleja fantasía, empezando por conseguir comprender que no es una fantasía. Es la realidad de esa persona. Una realidad que no se puede alterar. Solo se puede apagar temporalmente. Con años, tratamiento y medicación, puede llegar a racionalizarse, en el mejor de los casos.

¿Y por qué os cuento todo esto? Pensaréis que no he aportado nada nuevo, que todos sabéis lo jodidas que son las enfermedades mentales y lo extraño de sus efectos. Lo terrible y descorazonador de sus consecuencias. Está claro que lo sabéis. Pero lo que quería es que intentaseis vivirlo en vuestras carnes. Poneos en su piel, escuchad las voces. Dudad de lo que tenéis ante vuestros ojos, como si os acabasen de revelar que vivís en una simulación tipo Matrix.

Quizá entonces, cuando veáis a ese tipo raro que sube al metro y exclama para sí mismo, riéndose y mirando al frente sin mirar a ningún sitio, soltando palabras sueltas en voz alta, no miréis para otro lado. Espero que no os giréis a vuestro compañero de viaje bromeando, ni que os cambiéis de vagón temerosos, ni que os apiadéis y reprendáis a todos los que se rían. Simplemente, usad vuestra imaginación, y vuestra memoria, para pensar en todas estas situaciones que todos habéis vivido. Intentad escuchar lo que él escucha, poneos en su lugar, utilizad esa otra maravillosa propiedad de las redes neuronales de vuestro encéfalo que llamamos empatía. Intentad comprenderlo. Lo que sintáis luego, es cosa vuestra. Porque puede que nunca lleguemos a entender lo que sucede dentro de esas cabezas, o que en menos de una década hayamos conseguido arreglarlo. Puede que la complejidad de la enfermedad mental requiera afrontar cada caso individualmente, o incluso invertir horas y horas de investigación solo en decidir qué consideramos enfermo, normal, o habitual. La biomedicina no tiene la última palabra, aunque sí nos puede proporcionar las herramientas clave para descubrirla. Pero para entender, hace falta algo más que ciencia.

Ahora, cerrad los ojos. Escuchad. Filtrad los sonidos y dejad la mente en blanco.

Fácil, ¿verdad?

Créditos de portada: El rey pescador - Columbia Pictures

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