La colina de la conducta humana

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En lo alto de una colina borrascosa y atemporal de laderas sinuosas, dos hombres discuten sobre la condición humana.

TEXTO POR ALEJANDRO MEDRANO
ILUSTRADO POR ALEJANDRO MEDRANO
ARTÍCULOS
EPIGENÉTICA | PSICOLOGÍA
19 de Junio de 2017

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Mientras uno de ellos, de cabello espeso y gafas de montura redondeada, expone sus ideas, el otro, bajo el adorno de sus cejas frondosas, niega con la mirada y le responde:

—Le digo que Alejandro Magno no podría haber sido otro que el Rey de los macedonios. De su padre Filipo II heredó su capacidad estratega, y no pudiera de otra forma, por el imperativo de sus genes, haber carecido de tal genialidad.
—Se equivoca —respondió el segundo de manera contundente—. No hubiera sido grande sin la formación que Aristóteles le proporcionó. Es más, Alejandro pudiera haber sido un ladrón, un cobarde, un ocioso o lo que usted desease si de mí hubiera dependido su educación. Y sin ninguna, nada más quedaría que un niño salvaje.
—Bien sabrá que Aristóteles era alumno de Platón —reprendió F.G.—, quien propugnaba que había tres tipos de alma y, por lo tanto, tres naturalezas de hombre. Los hombres racionales, capaces de discernir sobre política, también necesitaban ser educados para gobernar. Alejandro tenía un alma racional y por ello pudo reinar tan vasto imperio, pero no lo habría conseguido de ser otra su esencia, no menos definida por su biología que las huellas de sus dedos.
—Yo podría demostrarle – respondió J.B.W rápidamente— que el mismo sujeto podría ser feral o ilustrado, solo incidiendo de manera diferencial en su instrucción.
—A esa misma empresa me he empleado mediante rigurosos procedimientos estadísticos. La naturaleza nos brinda un experimento mediante los gemelos que, compartiendo la totalidad de su genética, pueden llevar caminos radicalmente diferentes. Las diferencias que he observado entre ellos son, sin duda, debidas a la nurtura, al ambiente.
—Imagino entonces que usted mismo habrá encontrado evidencia suficiente para desdecirse de sus palabras.
—Se equivoca. En mis estudios he observado que con padres diferentes y educaciones distantes, los hermanos gemelos se asemejan mucho más de lo que cabría esperar entre dos individuos cualquiera. Sus capacidades intelectuales, sus personalidades y formas de pensamiento comparten un marco común. Además, lo hacen en mayor medida según envejecen. Como la arcilla al cocerse en terracota, la biología brinda un material con límites en su plasticidad que acaban por endurecerse para adquirir una forma estable.
—No es mi pretensión negar la contribución de la naturaleza en el comportamiento animal, incluyendo el humano. Yo mismo observé en mis estudios una relación entre la capacidad de aprendizaje y el tamaño cerebral. Desde luego, la conducta no emerge desde una tabla rasa. Sin embargo, creo que la potencia reside en el ambiente, ejerciendo mayores diferencias que las explicadas por la exigencia genética.

 En este momento, un tercer hombre se acercó fumando en su pipa y aterrizó en la conversación:

 —He escuchado con detenimiento su conversación y me gustaría aportar algo al debate que mantienen: en sus intervenciones, ambos hablan de genética o ambiente, natura o nurtura, como si se tratase de fuerzas estancas en el juego de la cuerda, donde una solo puede ganar en detrimento de la otra. Me gustaría que desde esta colina escarpada y tormentosa jugásemos a un juego, pero les pido que de antemano predigan el resultado. Les proporcionaré a cada uno un balón que podrán tirar por la ladera de la colina en el mismo instante. Pueden aplicar la fuerza y tirarlo en la dirección que deseen. No obstante, deberán pronosticar dónde caerá la bola.
—Está bien —dijo F.G.—. Mi predicción es que debido al efecto del agua en el río que desciende desde la cumbre, las formas de la colina forzarán que mi balón caiga en el agua y siga el curso del río.
—Yo vaticino un resultado diferente —dijo J.B.W.—, en el que la fuerza que aplique hacia la izquierda de la colina acabará por estancar el balón en la vegetación de la vega, sin aproximarse demasiado a la ribera.

 C.H.W., el tercero de los hombres, proporcionó los balones a los anteriores y estos los tiraron colina abajo. Al hacerlo, el temporal se violentó. Los balones, a barlovento, comenzaron a viajar de manera inesperada. El balón de F.G. quedó impedido por unos arbustos en el curso alto del río. El balón de J.B.W. se estancó en un meandro caudaloso.

 —¿Qué creen que ha pasado? —Preguntó C.H.W. a ambos hombres.
—El temporal ha jugado un papel fundamental en nuestros tiros, y ni la fuerza aplicada por el jugador ni las formas del terreno han sido suficiente para explicar el resultado de ese duelo.

 F.G. asentía mientras escuchaba estas palabras.

—¿Si en este desafío el balón fuera un individuo, qué valor le darían al viento?
—El de un avatar sin más fuerza que un residuo porque, al contrario que en este juego, ningún sujeto hará más allá que cualquiera propio de su casta —dijo F.G.
—Debería saber que incluso las castas animales son mutables. Los científicos modernos han conseguido que diferentes clases de abejas obreras cambien su comportamiento específico, de obrera mayor a menor y viceversa —contestó C.H.W.
—¿Y cómo si no cambiando su genética? —preguntó F.G.— ¡Cambiando su ambiente! —respondió J.B.W.
—Ninguno de los dos gana en esta contienda —continuó C.H.W.—. Mientras ambos tienen cierta razón, ninguno lo hace por completo. En la actualidad, sabemos que el genoma puede adoptar diversas formas y así sus unidades, los genes, se expresan en mayor o menor medida. Esto se debe a que la información genética está vestida por cambios químicos que la silencian. Además, para empaquetarse dentro del núcleo celular, el genoma se pliega alrededor de unas proteínas, las histonas, que en función de su disposición y de los cambios químicos que estas mismas sufren, alteran la expresión de los genes. Esto es lo que permite que de una única célula de la que parte el embrión se forme un sujeto completo con multitud de tipos celulares y órganos diferentes; un único manual de instrucciones contiene las normas para construir muchos productos diferentes. Ese ropaje que envuelve el ADN fue lo que manipularon los científicos.
—¿Y cómo explica eso este juego o la naturaleza del hombre? —preguntó J.B.W.
—Al igual que la expresión gradual de los genes, que puede ser nula o contarse en millares, da lugar a diferentes tipos de célula, un mismo genoma puede dar lugar a sujetos sustancialmente diferentes. Por ejemplo, se ha descubierto que la expresión de un único gen puede determinar la propensión de animales genéticamente idénticos a desarrollar depresión o adicción a drogas de abuso. Incluso han diseñado la maquinaria molecular para cambiar la conformación de dicho gen en un área específica del cerebro y manipular dicha susceptibilidad a voluntad. Este estudio se denomina epigenética y en la actualidad ha roto el debate que mantienen. Al igual que en nuestro juego la fuerza o el terreno tienen papeles fundamentales, el clima tiene un rol esencial en cómo ambos interactúan entre sí. Algunos pensadores lo resumen al decir que cuestionar el peso de la genética frente al ambiente en la conducta del ser humano equivale a ponderar la base contra la altura en el área de un rectángulo.

***

James Broadus Watson (J.B.W.) fue el fundador del conductismo, una escuela de la psicología que daba un peso primordial al ambiente como pilar del comportamiento.

Francis Galton (F.G.) fue el fundador de la genética conductual y de la eugenesia, corriente de pensamiento que defendía la selección artificial en la reproducción humana.

Conrad Hal Waddington (C.H.W.) asentó las bases de la epigenética y dibujó el paisaje epigenético, una metáfora para explicar el papel de la regulación génica en el desarrollo del embrión.

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