El gran viaje de la gotita Margarita

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La gotita Margarita despertó un buen día en el cielo con más ajetreo del habitual. «¿Qué será lo que sucede, que noto tanto alboroto?», pensó la pequeña gota de agua. Sus hermanas y primas se amontonaban desordenadas, empujándose entre ellas, ¡ya era día de lluvia!

TEXTO POR MARTA DE RIOJA LOZANO
ILUSTRADO POR ALEJANDRA NORES
KIDS
CICLO DEL AGUA | CUENTO
26 de Junio de 2017

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Margarita siempre había oído hablar de la lluvia, ese álgido momento en el que todas las gotas que vivían en la nube ya eran lo suficientemente mayores y robustas como para bajar a la tierra. La tierra… ¡Qué lugar tan misterioso! Lo observaban desde arriba, lleno de montañas, verdes prados, largos ríos y profundos lagos. ¡Por fin iba a conocerla!

La gotita Margarita se sentía preparada, un poquito nerviosa y muy emocionada. Se acercó al resto de gotas y al fin llegó la tormenta. ¡Rayos, truenos y relámpagos! Sonidos y luces musicales acompañaban la larga caída de las jóvenes gotas de agua.

¡Pum! El choque contra el suelo no fue nada inesperado. Margarita sintió bruscamente el dulce frescor de la hierba, la textura del suelo firme y el aroma a tierra mojada. Estaba extasiada, ¡cuánta belleza había en aquel lugar, cuántas gotas revoltosas y felices de haber llegado a su destino!

Las habitantes de la nube disfrutaron del hermoso paraje pero sabían que aquella visita no sería demasiado larga, ¡tenían que seguir trabajando! No debían demorarse, todas conocían su misión: debían unir sus manos y correr por la montaña para reunirse con familias de otras nubes y colaborar todas juntas en busca del gran azul.

Millones de gotas corrían pendiente abajo, formando un inmenso equipo y colaborando unas con otras. ¡A cuántas simpáticas gotitas conoció Margarita en su viaje! De algunas de sus nuevas amistades tuvo que despedirse la pequeña. La gotita Rosalinda terminaba su viaje en el acuífero: debía soltar a sus compañeras, quedarse muy quietecita y deslizarse bajo el suelo hacia las aguas subterráneas. La gotita Pepita forjaría su hogar en el lago, junto a peces, ranas, algas y otros seres de su agrado.

Margarita rodó y rodó, pegadita a las demás gotas, río abajo con la corriente, agotada pero paciente, hasta que… ¡Ahí estaba! ¡Se vislumbraba a lo lejos! El océano, el gran azul, su verdadero destino y la más larga parada, ¡el hogar donde viviría antes de regresar a casa!

El río desembocó, uniéndose a la gran masa de agua, ¡cuánta gente! ¡Qué increíble libertad y euforia sentían nuestras amigas las gotas! Pasaron por fiestas donde el agua formaba remolinos con la arena del fondo, vieron corrientes de gotitas frías con sus gorros y bufandas, y corrientes de gotitas cálidas que llevaban bañador y chanclas, exóticos animales que antes no conocían como las rayas, estrellas de mar, el señor Pez Payaso, cangrejos, ballenas y pulpos, ¡tiburones y medusas, conviviendo todos juntos!

La gotita Margarita era feliz viviendo en el mar, cada día conocía a alguien nuevo o buscaba algo con lo que disfrutar. Una tarde de verano, los rayos del sol caían sobre la superficie, donde navegaba apaciblemente una pequeña barquita. ¡Qué linda luz! Margarita decidió subir a echar un vistazo al agradable clima, y dejó que el calorcito la rozara por encima.

Un momento… De repente, ¡estaba volando! Solitaria y preocupada, trató de volver al agua. ¿Qué estaba pasando? ¡No entendía nada! A pesar de sus intentos por bajar, Margarita siguió subiendo, incontrolable y sin frenos. ¡Qué tristeza, no había podido despedirse de sus amigas! ¿Alguna vez volvería?

El viaje en dirección contraria estaba llegando a su fin, la gotita miró hacia arriba y de nuevo vio su casa, ¡había vuelto a la nube, a la nube que fue su hogar! La esperaban algunas de sus primas, sus antiguas compañeras, incluso su madre y su tía. «¡Bienvenida de nuevo a casa, nuestra pequeña Margarita!».

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