La pequeña gran historia del oro, o por qué Sagan no tenía (del todo) razón

Portada móvil

A veces nos referimos al oro (y por extensión al dinero) como el vil metal, imagino que por las muchas maldades que a lo largo de los milenios se han hecho en su nombre. Como sabemos, ha sido la causa del auge y caída de imperios, incluido el Imperio Español. Pero no lo es. Un metal vil, quiero decir, sino todo lo contrario. Es un metal noble y si no dadle un vistazo a la tabla periódica.

Vamos a entender, a través del ejemplo del oro, toda una nueva forma de conocer lo que nos rodea y de enseñarlo a otros. Una forma en la que, además, es clave la unión de ciencias y humanidades, pilar fundamental de Principia.

TEXTO POR MARTA PÉREZ-FOLGADO
ILUSTRADO POR DINO CARUSO GALVAGNO
ARTÍCULOS
GEOLOGÍA
4 de Agosto de 2017

Tiempo medio de lectura (minutos)

A lo largo de los milenios, y sin entrar en demasiados detalles, la península ibérica ha obtenido oro de tres fuentes diferentes: de las propias tierras ibéricas, del oeste del África subsahariana y de Latinoamérica.

Desde épocas prerromanas se debía de extraer oro de estos dominios ibéricos, como lo demuestra el zamorano Tesoro de Arrabalde, unos 12 kilos de joyas y adornos de oro y plata encontrado a unos 150 kilómetros de Las Médulas. Las Médulas, en la comarca leonesa de El Bierzo, son conocidas por ser el resultado de un peculiar (y muy destructivo) método de extracción de oro llamado ruina montium, descrito por Plinio el Viejo. Lo que en su día fue un verdadero desastre medioambiental, hoy está declarado Patrimonio de la Humanidad.

Con el declive del Imperio Romano este tipo de minería se abandonó, no sin antes haber servido para financiar las legiones romanas en su expansión por el Mediterráneo y más allá. Unos siglos después, el oro comienza a llegar al califato de Córdoba a través del comercio con las caravanas transaharianas del occidente de África, extraído probablemente de los placeres de fácil acceso a lo largo del río Senegal. En geología, un placer es un tipo de yacimiento mineral formado en rocas sedimentarias. A partir del siglo XI, con el establecimiento de los reinos de taifas después de la caída del califato de Córdoba, parte del oro africano empieza a llegar a los reinos cristianos del norte de la península gracias a las parias, el impuesto que pagaban los reinos de taifas. El principal beneficiado fue el Reino de León, donde reyes como Fernando I y su hijo Alfonso VI hicieron grandes donaciones de oro a los benedictinos de Cluny, ayudando al florecimiento artístico y cultural de esta abadía francesa. Con el tiempo, llegó a ser bien sabido que el oeste de África era muy rico en oro, siendo esta una de las razones que llevó a Enrique el Navegante a circunnavegar la costa africana, inaugurando así la Era de los Descubrimientos. Lo cual nos lleva a la última fuente de oro ibérico: América del Sur. Coincide en pocos años el final de la Reconquista, y el cierre que supuso al paso del oro africano, con la llegada del valioso metal de Sudamérica, especialmente de lo que hoy es Colombia. Aunque parte de ese oro provenía del expolio de tumbas precolombinas, mucho más llegó de la —todavía activa— minería de la Sudamérica andina. Irónicamente, nuestro conocido Siglo de Oro no se refiere a las enormes cantidades de este metal, sino al florecimiento de las artes y las letras en España. El oro (y la plata) de las Américas se gastó en financiar las guerras de los muy católicos Austrias contra los protestantes en Europa. Ya sabéis, lo de la pica en Flandes. Finalmente, esta última fuente de oro ibérico se fue cortando con las Guerras de Independencia del siglo XIX, hasta que paró del todo. Es curioso pensar que la historia bien pudo ser de otro modo, pues se descubrió oro en California solo unas décadas después de que esta dejara de estar bajo dominio español. Pero el tiempo es el que es y cada uno es hijo de su tiempo.

En geología, un placer es un tipo de yacimiento mineral formado en rocas sedimentarias.

Hasta aquí hemos analizado una pequeña parte de la historia de la humanidad, usando un elemento químico concreto. Pero cabe preguntarse ¿y ese oro? ¿De dónde viene? ¿Cómo ha llegado a los yacimientos de los que se extrajo? ¿Cuánto tiempo lleva allí? Y antes de eso, ¿dónde estaba? En un recorrido inverso, vamos a considerar el camino de esos montoncitos de 79 protones y 118 neutrones desde su nacimiento hasta las arcas de Felipe II o el sueldo de un legionario romano. Como sucede con tantos otros elementos químicos, no había oro en el universo antes de las primeras explosiones de supernovas, capaces de las temperaturas necesarias para que se produzca la nucleosíntesis de los elementos más pesados que el hierro. A partir de ahí, hemos de suponer cierta cantidad de oro formando parte de la nebulosa que dio lugar al sistema solar y a nuestra Tierra. Es un elemento siderófilo, así que en esos primeros tiempos su tendencia fue a deslizarse al interior del planeta, junto con el hierro y otros elementos pesados, debido a su alta densidad. Después de la formación de la Tierra, esta ha ido concentrando el oro a lo largo de sus algo más de 4500 millones de años de historia, desde el interior donde se acumuló en un principio, hasta la corteza de donde lo extraemos para su uso. Lentos pero seguros, los procesos geológicos han ido sacando a la luz el metal amarillo, para nuestro regocijo. Así que, sin entrar a valorar si la frase original es o no de Carl Sagan, vamos a permitirnos corregir al maestro: estamos hechos, efectivamente, de material estelar, pero concentrado por el planeta Tierra a lo largo de los millones de años.

El oro primario se forma en vetas de cuarzo, habitualmente asociado a áreas donde colisionan las placas tectónicas (bien sea zonas de subducción o zonas de choque continental), precipitado a partir de fluidos magmáticos a alta presión en los que se encontraba disuelto. No es el único origen, la única forma de pasar de manto a corteza accesible para nosotros, pero sí la más habitual y estudiada. Ese oro asociado a cuarzo no es fácil de extraer, se necesitan técnicas de minería con túneles y galerías, pero los procesos geológicos externos vienen en nuestra ayuda: el pesado oro se erosiona sin alterarse y se acaba depositando y agrupando en pepitas, formando el oro secundario en los placeres asociados a sedimentos sin consolidar. Es de ciertos tipo de yacimientos sedimentarios (conglomerados y areniscas) de los que históricamente se ha extraído el oro, pues son de mucho más fácil acceso. Una vez agotados estos, se recurre a explotar el oro primario. El oro del oeste de África es muy antiguo, las rocas de las que procede tienen más de dos mil millones de años de edad, del Paleoproterozoico, en una época en la que los procesos geológicos no funcionaban como en la vieja Tierra actual, y donde estaban apareciendo las primeras células eucariotas. El oro del noroeste español, cuya extracción generó el paisaje de Las Médulas, es mucho más moderno, unos 300 millones de años, en el Carbonífero. Se formó en el complejo contexto geológico resultado de la colisión de los continentes Laurentia y Gondwana que se unieron en el conocido supercontinente de Pangea. Por último, el oro de Colombia es el más actual de todos, pues también lo es el contexto geológico: la formación de los Andes, que comenzó en el Mesozoico y todavía está activa. El oro precolombino que en el siglo XVI se expolió de las tumbas, y el oro de los siglos de colonias que siguieron, proviene de los placeres en los valles de los ríos entre las tres cordilleras andinas que recorren Colombia, resultado de la erosión de los relieves andinos. En la actualidad, se explota en el país el oro primario.

Así que para conocer el viaje completo del oro que ha pasado por España en los últimos dos milenios hemos recurrido a muy variadas disciplinas, incluyendo ámbitos de la historia del cosmos, de la Tierra y de la humanidad. Este nuevo enfoque multidisciplinar para entender todo lo que nos rodea se ha dado en llamar la Gran Historia, y sucede gracias al saber acumulado del ser humano en el curso de siglos de especialización en todas las disciplinas. Además de los citados, el cuarto gran ámbito sería la vida, que apenas tiene influencia en el caso que hemos puesto del oro, puesto que no es un bioelemento, pero que sí la tendría en otro montón de pequeñas grandes historias, tengan que ver o no con elementos químicos concretos. Este enfoque nos ayuda a entender la contingencia de nuestra existencia, la cantidad de circunstancias que se han tenido que dar para que la historia haya sido como es, y no de otra manera. Que se levantaran los Andes para que pudiéramos poner una pica en Flandes, pero también que cayera un meteorito para que se produjera la radiación evolutiva de los mamíferos. Que tuviera que entrar en erupción un volcán en Indonesia para que se escribiera Frankenstein, o que seamos incapaces de reproducir el sonido de un Stradivarius porque en el Sol siguen apareciendo manchas periódicamente.

El potencial didáctico de este nuevo enfoque de la historia desde el Big Bang a la actualidad quedó claro desde el principio, y desde el primer curso de formación para estudiar la Gran Historia, que se organizó en la Universidad de California (Berkeley), y a partir del cual se desarrolló la poderosa herramienta ChronoZoom, han ido surgiendo otros aquí y allá. En España existe desde hace relativamente poco un grupo de trabajo dedicado a la difusión y a la investigación en la Gran Historia, en la Universidad de Oviedo, dirigido por Olga García Moreno, autora del trabajo sobre el oro ibérico en el que me he basado para escribir este texto. 

REFERENCIAS

—Álvarez, Walter. 2017. El viaje más improbable. Crítica.
García-Moreno, O.; Aguirre-Palafox, L. E.; Álvarez, W.; Hawley, W. 2017. A Little Big History of Iberian Gold, Journal of Big History, vol.1, nº 1.

Deja tu comentario!