Isaac Costero Tudanca. Historia del patólogo exiliado

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TEXTO POR JAVIER FRONTIÑÁN RUBIO
ILUSTRADO POR MARTA SEVILLA
CIENCIA DE ACOGIDA
MEDICINA
23 de Agosto de 2017

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Me gustaría comenzar este artículo sobre Isaac Costero Tudanca, uno de los muchos científicos que tuvo que huir como consecuencia de la guerra civil española, con las palabras que le dedicó, tras su muerte, el prestigioso investigador y divulgador mexicano Rui Pérez Tamayo:

«Vida de Hombre, como la quería el árabe milenario: sembró un árbol, escribió un libro, tuvo un hijo. El árbol de la metáfora es la escuela mexicana de Anatomía Patológica, cuyas raíces son ya profundas y se encuentran en vigoroso y saludable crecimiento; el libro son muchas obras ya clásicas, artículos y volúmenes científicos, así como su extraordinaria autobiografía y un libro más, inédito aún pero ya en prensa, que justifican (si fuera necesario) el gran prestigio profesional de su autor; el hijo somos todos nosotros, sus descendientes carnales, sus alumnos, los alumnos de sus alumnos y todos los afortunados que tuvimos el privilegio de enriquecer nuestras vidas por el simple hecho de que, en alguna época y por tiempos y razones diferentes, nos tocó vivirlas cerca de él».

Estas emotivas palabras definen claramente la figura de un gran maestro y el profundo impacto que este tuvo. Pionero en la investigación histológica en España, centró su investigación en el sistema nervioso, tumores cerebrales y otras áreas fundamentales que sentaron las bases de la medicina. A lo largo de los siguientes párrafos descubriremos algunos de los aspectos más destacados de su vida. Te invito a acompañarme en este viaje que comienza hace más de un siglo.

Un 9 de diciembre de 1903 nacía en Burgos el primogénito de la familia Costero Tudanca. Con el paso de los años, Isaac se convirtió en el mayor de seis hermanos, criado en una familia de trabajadores del mundo del ferrocarril, pasó su infancia entre Bilbao y Zaragoza. Desde muy pequeño mostró una gran curiosidad por todo tipo de aparatos demostrando su vocación de ingeniero. De hecho, hizo todo lo posible para estudiar ingeniería, y a pesar de que su familia no podía permitirse que estudiara en Madrid, él mismo cuenta cómo estuvo estudiando para convertirse en telegrafista porque era uno de los pocos trabajos que podía hacer de noche y así poder estudiar ingeniería durante el día. Pero en los comienzos del siglo XX el trabajo de telegrafista estaba muy solicitado y no obtuvo plaza. Finalmente, su padre le convenció para que estudiara otra carrera en Zaragoza, lo que le llevó a la facultad de Medicina. A pesar de haber declarado en varias ocasiones que lo suyo nunca fue la medicina, sí que supo cómo reconducir su vocación hacia la investigación biomédica, y desde el primer momento demostró una gran pasión y admiración por la histología y la patología.

Continúa leyendo el resto de la historia en Ciencia de acogida siguiendo este enlace.

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