Bernard Katz. El refugiado de las cuatro libras

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Desarrollar estratagemas para timar a los nazis o pasarse por partes innombrables sus ridículas leyes debió de ser en su momento una gran satisfacción para cualquier judío o, en general, para cualquier persona de bien. Así empezó la carrera científica de Bernard Katz. Corría el nefasto año de 1933 cuando su tutor en el mundo investigador en la universidad de Leipzig, Martin Gildermeister, contó a la oficialidad fascista que no entregaría el premio académico al estudiante que lo merecía, Katz, por tratarse de un judden, pero le pasó de tapadillo la cuantía del premio sin que se enterasen los followers mentecatos del dictador que acababan de llegar al poder.

TEXTO POR SYLVIA MUÑOZ , HÉCTOR RODRÍGUEZ
CIENCIA DE ACOGIDA
FISIOLOGÍA | NOBEL
6 de Septiembre de 2017

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Katz había nacido en Rusia pero había vivido desde niño en Alemania donde, a pesar de la cada vez más evidente presión racista sobre los judíos, había podido aprender un poco de todo, lo ideal para que el chaval tuviese intereses diversos. Conocía las lenguas clásicas y era un monstruo jugando al ajedrez pero, finalmente, se decidió por el estudio de la medicina. En ello estaba, y a juzgar por el premio haciéndolo bastante bien, cuando la situación empezó a tornarse insostenible y tuvo que huir para salvar el pellejo ayudándose de la complicidad de su tutor (el estafa-nazis del que hablábamos antes) que le escribió una carta de recomendación para que viajara a Inglaterra. Y allí se presentó Bernard, con cuatro libras en el bolsillo (y esto es exacto) para integrarse en el laboratorio de un auténtico gentleman, el biofísico y ganador del Premio Nobel Archibald Hill, una eminencia en el campo de la biofísica y, aún más importante, un impulsor de la acogida en Gran Bretaña de los perseguidos por motivos raciales que huían de los distintos fascismos europeos. Allí completó Katz su tesis doctoral aunque la tranquilidad duró poco tiempo, pues los autoritarismos habían convertido aquellos años en tiempos turbulentos y la Segunda Guerra Mundial obliga a todos los ciudadanos británicos (y Katz Bernard ya lo era) a participar en los esfuerzos bélicos. La guerra le pilla a nuestro Bernard en Australia llevando a cabo una estancia investigadora y dados sus conocimientos en Física se le destina a la supervisión de una estación de radar en Nueva Guinea en la que se dedica a vigilar los cielos en busca de aviones del eje fascista durante cuatro años.

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Imagen de portada por Benita Martin.

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