Un Colmillo Blanco en la arena

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«Otras fuerzas había que operaban en el cachorro, y la mayor de ellas era el crecimiento. El instinto y la ley exigían la obediencia. El crecimiento, por el contrario, lo impulsaba a desobedecer. Su madre y el miedo lo apartaban del muro blanco. El crecimiento es vida y la vida está destinada a buscar siempre la luz. No había, pues, posibilidad de ponerle diques a aquella marea que iba subiendo...» Colmillo Blanco, Jack London.

TEXTO POR LUCÍA EMMANUEL
ILUSTRADO POR MEIBEL ROUS
ARTÍCULOS
LITERATURA | RESEÑA
14 de Septiembre de 2017

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De pequeña no era una lectora voraz. Leía despacio y de forma selectiva, tratando de evitar los relatos que consideraba excesivamente infantiles. Los niños y las niñas deben leer sobre naturaleza, aventuras y magia, mientras los mayores se interesan por otros temas. Yo parecía querer desafiar ese postulado.

Esa rebeldía me llevó a perderme algunos relatos imprescindibles. Hoy, mi juicio ha cambiado pero respeto y asumo mis antiguas decisiones. Aunque todo este asunto tiene algo muy positivo. Y es que esas obras emergen ahora desde su escondite con destellos brillantes. Cuando las encuentro no puedo evitar sonreír a la niña que enterró esos tesoros en la arena y a aquella que ahora los reclama. 

Hace poco me topé con una de esas obras: Colmillo Blanco, de Jack London. Era un ejemplar de segunda mano, con hojas amarillentas de textura áspera y un cierto olor a polvo. «Qué suerte», pensé. Algunas historias se descifran mejor desde el papel antiguo. Pura cuestión de atmósfera.

No sin cierto desdén inicial, abrí el libro. Una historia sobre un lobo, una novela de hace más de cien años... Un tipo diferente de prejuicio se activaba ahora. Sin embargo, no era la primera vez que visitaba a ese autor y lo sabía con toda seguridad: con London, una se puede echar a la mar.

Efectivamente. Entrar en el libro fue como una zambullida. Como esa sensación —extraña, agradable y muy estimulante— de introducir el cuerpo entero en un medio acuoso. Allá estaba la nieve, el oscuro bosque de abetos, perros hambrientos arrastrando trineos y hombres al límite de sus fuerzas en la noche gélida del norte. Y ocultos entre los árboles, ojos rojos que se encendían a pares de aquellos que aguardaban, no menos hambrientos, la primera caída de la noche. Mi ser estaba dentro, totalmente sumergido. Comenzaba la aventura. 

Con London siempre ocurre lo mismo. Es abrir cualquier historia y estar dentro. Irremediablemente. Sus relatos están dotados de una fuerza que traspasa el arte y la imaginación. Sus relatos son vida, demasiada vida, pero no cualquier vida. ¿De dónde pudo emerger algo así? No es de extrañar la estela de este autor, de quien se cuenta que fue navegante, buscador de oro e incluso preso en una cárcel por vagabundear. Pero no necesitamos esos detalles, la estampa enarbolada del mito. Lo que realmente conocemos de London es la expresión de London. He ahí algo real, tangible. He ahí algo hermoso.

Allá estaba la nieve, el oscuro bosque de abetos, perros hambrientos arrastrando trineos y hombres al límite de sus fuerzas en la noche gélida del norte.

La magia de su pluma es extraña, pues no nace del artificio. Es una pluma que brilla, humilde y honesta. Humilde porque no busca embaucarte sino que extrae pedazos de vida y te la muestra con la más absoluta sencillez. Honesta porque cada trazo es una exploración real, una brecha que se abre y rebusca en los misteriosos recovecos del corazón del autor. Esas cosas se notan.

El aquí escogido es un relato muy especial: la vida de un lobo narrada desde su nacimiento. Más que una historia, la que se nos ofrece es una oportunidad única. Página a página acompañamos a Colmillo Blanco, quien va descubriendo el entorno que le rodea y descubriéndose a sí mismo en él, guiado por sus instintos primarios y por las primeras enseñanzas de su madre, la loba. 

Desde la más nimia, las experiencias vitales vienen a grabarse en la pantalla de su conciencia y a conformar su juicio. Ningún aprendizaje es anodino. Menos en la naturaleza, donde la vida de cada animal es una historia de supervivencia. A lo largo del texto se sugiere una idea sutil. Y es que, en el fondo, el desarrollo animal no es tan distinto del humano, quien desde que nace se dedica a leer el paisaje y la cultura que le rodea.

Dos elementos esenciales se materializan en el libro. Por un lado, que el entorno forma parte del lobo igual que el lobo forma parte del entorno, construyéndose ambos mutuamente. Por otro lado, que los animales poseen memoria, conciencia y una historia que se va construyendo a lo largo de su vida. Lo fascinante del libro es que al final —o no tan al final— nos metemos tanto en el lobo que llegamos a comprenderlo, a humanizarlo.

Página a página acompañamos a Colmillo Blanco, quien va descubriendo el entorno que le rodea y descubriéndose a sí mismo en él, guiado por sus instintos primarios y por las primeras enseñanzas de su madre, la loba.

Pero Colmillo Blanco no es un lobo cualquiera. Concretamente se trata de un perro-lobo. Durante todo el camino, en el que pasa por distintos paisajes, se cruza con humanos y otros animales, y siente hambre, frío, miedo o alegría, existe un conflicto persistente. Aquel provocado por su doble naturaleza, de perro y de lobo. El lobo es solitario, fiero y desea vivir en estado salvaje. El perro, al contrario, busca la comodidad —aunque no siempre el alivio— de ser domesticado por el ser humano, de vivir bajo sus normas y servir a sus intereses. En un largo camino atravesado por esa dualidad, Colmillo Blanco busca algo que es raro y que, sin embargo, podría existir: un gesto de amor.

Me aventuro a sospechar que Jack London reviste con otra piel uno de los eternos conflictos arraigados en sí mismo. Quizá, en busca de una nueva forma que le permita trazar en el paisaje y llegar a otro lugar. 

Así termina esta reseña, que extrañamente ha optado por lo antiguo en lugar de lo nuevo. Aunque el criterio sobre la temporalidad que aquí impera es uno bien distinto: el de valorar el tiempo de permanencia por encima del de nacimiento. Y es que Colmillo Blanco difícilmente podrá ser del todo enterrado en la arena. Siempre habrá alguna niña con ganas de escarbar. 

El lobo es solitario, fiero y desea vivir en estado salvaje. El perro, al contrario, busca la comodidad —aunque no siempre el alivio— de ser domesticado por el ser humano, de vivir bajo sus normas y servir a sus intereses.

Título: Colmillo Blanco (White Fang)
Autor: Jack London
Fecha publicación: 1906
Editorial: Macmillan Publishers
Número de páginas: 272

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