La mujer tras la hélice

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La doble hélice formada por la estructura del ADN es uno de los iconos científicos de nuestro tiempo, uno de los pocos que ha trascendido el ámbito exclusivo de la ciencia para ser reconocido por toda la sociedad. Es una fama bien merecida, como corresponde a la estructura de una molécula que, sin duda, ha supuesto la clave para entender la vida sobre el planeta Tierra.

TEXTO POR CARLOS ROMÁ-MATEO
ILUSTRADO POR RAQUEL GU
MUJERES DE CIENCIA
ADN
11 de Febrero de 2018

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Pero además, se da en este caso una maravillosa circunstancia: la estructura, en sí misma, es preciosa. Sencilla, elegante, estéticamente agradable a la vista. Todas las representaciones moleculares son, en sí mismas y por definición, abstracciones, modelos, símbolos que representan algo intangible e invisible para el ojo humano. Pero en el catálogo de las representaciones simbólicas que nos hablan del mundo molecular, pocas son tan rigurosas y reflejan tan bien la auténtica forma molecular, si pudiésemos verla, como esta doble hélice. De todos los descubrimientos que han permitido conocer mejor nuestro lugar en el universo, pocos pueden ser sintetizados de forma tan concisa: la imagen de estas dos hebras, que parecen intentar abrazarse sin conseguirlo a lo largo de una sinuosa escalera, aporta una abrumadora cantidad de información. En otros casos, hay que desgranar los detalles, rebuscar entre los recovecos para hallar esa tan indisoluble, pero a menudo esquiva, relación entre estructura y función. La doble hélice rellenó los huecos funcionales y estructurales de uno de los mayores rompecabezas de la historia natural: ¿cómo se guarda la información en las células y cómo se transmite con tanta fidelidad a las células hijas? Aquí tiene usted, un simple dibujo. Pregúntele cosas.

Esta introducción nos lleva, deliberadamente, a destacar algo que pocas veces se resalta cuando se narran (y no han sido pocas las veces) las grandezas del modelo presentado por James Watson y Francis Crick en el no tan lejano 1953. Toda su investigación, todos sus quebraderos de cabeza, todo su éxito… se resume en un dibujo. Igual que la mayor parte de su trabajo requirió de plasmar una función, unos ingredientes químicos, unas estructuras individuales, en una imagen tridimensional mediante la construcción de modelos de varillas y bolitas, del mismo modo la comunicación de dicha estructura requería una imagen bidimensional, sencilla pero informativa. Watson y Crick fueron expertos —además de atesorar otros méritos incontestables— en rodearse de los mejores profesionales en su campo a la hora de apoyarse y reforzar sus investigaciones. De sobra es conocido que esos modelos y deducciones no habrían llegado a buen puerto de no haber contado con los datos experimentales obtenidos por Rosalind Franklin —quien comienza a ser justamente reconocida en cualquier información que se precie sobre el descubrimiento de la estructura en doble hélice del ADN— y Raymond Gosling. Pero no es ella la protagonista de la historia de hoy: hay otra mujer detrás de la doble hélice. Una mujer que fue la responsable de elaborar la primera imagen que el mundo conoció de esta estructura, una sencilla, elegante y simple representación que adornó el artículo de apenas una página publicado en la revista Nature. Un momento, ¿he escrito «adornó»? Totalmente incorrecto: aquel dibujo no era un adorno. No fue un recurso para evitar la monotonía del texto, ni para relajar la vista entre tanta jerigonza científica. La imagen forma parte del mensaje, constituye el 50% de la comunicación, es la pata sobre la que se apoya la narración, es la consolidación de una serie de datos, números y explicaciones que para mucha gente, científicos incluidos, costaría mucho visualizar. Con un golpe de vista a esa página, el texto de Watson y Crick (por lo demás conciso, claro y elocuente como pocas comunicaciones científicas, todo sea dicho) adquiere todo su significado y trasciende. Y el mérito de conseguir esa trascendencia es de una mujer llamada Odile Crick.

Comparativa de la estructura del ADN. Diseño de Odile Speed publicado en Nature (izquierda). Imagen obtenida mediante las más modernas técnicas de difracción de rayos X (derecha). Podemos calcular las coordenadas en el espacio de los átomos que forman un cristal puro de una molécula sintética de ADN y, mediante un programa de ordenador, jugar a unir los puntos y decorarlos hasta crear una imagen que representará la forma más fidedigna de algo que no podemos ver de otra manera. ¿El resultado? Una imagen que parece calcada de la producida por Odile Crick en los años cincuenta, basándose únicamente en las explicaciones de los científicos y su propia intuición. El parecido, sin duda alguna, es sobrecogedor.

Un momento, ¿he escrito «adornó»? Totalmente incorrecto: aquel dibujo no era un adorno. No fue un recurso para evitar la monotonía del texto, ni para relajar la vista entre tanta jerigonza científica. La imagen forma parte del mensaje, constituye el 50% de la comunicación, es la pata sobre la que se apoya la narración, es la consolidación de una serie de datos, números y explicaciones que para mucha gente, científicos incluidos, costaría mucho visualizar.

Efectivamente, se trataba de la mujer de Crick en aquel entonces, a quien la pareja de científicos pidió que realizase el dibujo de la estructura que querían mostrar al mundo. Nacida Odile Speed en 1920 en Norfolk, Inglaterra, Odile se encontraba estudiando arte en Viena cuando los nazis ocuparon Austria, lo que la llevó a enrolarse en el servicio naval inglés, donde trabajó como conductora de camiones. Sin embargo, su dominio del alemán le granjeó la posibilidad de trabajar como traductora y descifradora de códigos en Londres durante el punto álgido del conflicto. Una trayectoria, ya de por sí bastante interesante, a la que se sumó la fortuita circunstancia de que Francis Crick también andaba en aquellas latitudes trabajando en investigación militar. Sus caminos se cruzaron y cuatro años después estaban casados e instalados en Cambridge. Odile Speed, artista, traductora, ahora era Odile Crick, y a partir de 1953 fue la autora del símbolo universal de la biología molecular. Aunque nunca se le reconoció tal mérito, realmente. Nadie quiso mantener su autoría en el anonimato, no fue ningún secreto, pero ni su nombre apareció en lado alguno en el artículo de Nature, ni volvió a dedicar su arte a representar cosas de tamaño molecular. Así que, sencillamente, su nombre se convirtió en anécdota.

Odile Speed, artista, traductora, ahora era Odile Crick, y a partir de 1953 fue la autora del símbolo universal de la biología molecular.

La historia de Odile es una más de tantas historias de mujeres que solo eran un nombre adjuntado al apellido de un marido famoso. Tras veinte años de relación con la bioquímica y la biología molecular, primero como estudiante, luego como investigador y finalmente como profesor, apenas hace unos días que descubrí —o que fui realmente consciente— que aquella preciosa doble hélice había sido dibujada por la mano de Odile. Un ejemplo perfecto de una de las más vergonzosas carencias de nuestra sociedad: la falta de visibilidad de las mujeres. No su falta de presencia, su falta de visibilidad. Es aún más triste saber que ellas han estado y están ahí, sin que apenas nos hayamos percatado. Las hemos obviado, incluso las hemos ocultado. De manera sutil e inconsciente en algunos casos, deliberada y malintencionadamente en muchos otros. La historia del descubrimiento de la doble hélice ha sido muy conocida, en este aspecto, por la penosa desaparición del papel de Rosalind Franklin en la mayoría de relatos. Pero no menos insultante resulta el descubrir que la artífice de una de las representaciones más exactas, sencillas y trascendentes en la historia de la ciencia, fue una mujer que nadie recuerda.

La historia de Odile es una más de tantas historias de mujeres que solo eran un nombre adjuntado al apellido de un marido famoso.

Los que sabemos reconocer el valor de la ilustración y las representaciones gráficas para hacer avanzar y comprender la ciencia, tanto para los propios científicos como para la sociedad en su conjunto, no podemos sino golpear la mesa y exigir que alguien como Odile Crick sea conocida, a partir de ahora, como la mujer oculta tras la doble hélice.

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