El pasado mes de noviembre, el Tribunal Constitucional alemán permitía la inscripción en el registro civil de personas intersexuales, lo que supone un gran avance social para el reconocimiento de la población que poseen una identidad sexual distinta a los géneros masculino o femenino y que sienten que no son tratados en igualdad.
«Afecta a gente real, que no eligen ser como son y que tienen el mismo derecho que cualquier otra persona a ser aceptadas y reconocidas legalmente», defiende en declaraciones a El País Konstanze Plett, catedrática de derecho especializada en género de la Universidad de Bremen.
Aunque siempre ha existido, la intersexualidad se ha hecho más visible en la arena social y la ciencia puede contribuir al conocimiento de alguno de los motivos que explican las diferentes identidades de género y con ello ayudar a reducir o eliminar los estigmas y juicios de valor a los que estas personas se ven sometidos.
Aclaremos primero a qué nos referimos, y en particular a evitar la confusión habitual entre personas intersexuales y personas transgénero. Para ello es necesario tener claro qué es el género y qué es el sexo. Se usa el término sexo para referirse a las características anatómicas, cromosómicas y hormonales de una persona que nos hacen tener una condición masculina, femenina o, como veremos a continuación, intermedia. El género, por su parte, se refiere a la identidad personal (sociocultural) como hombre, mujer (u otra, no binaria). Aunque sexo y género se han usado de forma indistinta, son elementos diferentes. Una persona transexual es aquella cuya identidad de género no se corresponde con el sexo asignado al nacer (aunque este sea claro). Una persona intersexual, por su parte, describe simplemente el atributo físico de no presentar unas características sexuales inequívocas, ya sean masculinas o femeninas. Cómo acaban produciéndose esas condiciones sexuales intermedias es lo que intentaremos explicar a continuación
Afecta a gente real, que no eligen ser como son y que tienen el mismo derecho que cualquier otra persona a ser aceptadas y reconocidas legalmente
Los genes que determinan nuestros rasgos y caracteres fisiológicos se organizan dentro de nuestras células en cromosomas. Con excepción de las células germinales, cada célula de tu cuerpo, del cuerpo de tus vecinos y vecinas, tus colegas o de los interventores de hacienda, tiene típicamente 23 pares de cromosomas que se reparten alrededor de 30 000 genes. En cada uno de estos 23 pares existe un cromosoma que procede del padre y otro de la madre, en total 46 cromosomas. Entre ellos, 22 de los 23 pares se denominan autosomas. La información genética que contiene cada uno de los cromosomas de una pareja de autosomas servirá para generar las mismas proteínas. Es decir, los genes que contienen son esencialmente los mismos, aunque pueden (no tiene por qué) diferir ligeramente dependiendo de la versión de cada gen aportada por cada uno de los progenitores. Los cromosomas del par restante se denominan cromosomas sexuales porque son los mayores responsables de la determinación sexual del individuo.
La determinación sexual de tipo cromosómico está bastante extendida entre los seres vivos, aunque existen numerosas diferencias entre los distintos grupos de organismos que la poseen. En el caso de los humanos, la presencia de dos cromosomas X en el par sexual implica sexo femenino y la presencia de un cromosoma X y un cromosoma Y, implica sexo masculino, siendo el cromosoma Y un poco peculiar por ser bastante diferente en morfología y contenido respecto al cromosoma X.
Durante la formación de óvulos y espermatozoides, las células de las líneas germinales pierden uno de los cromosomas de cada par, quedándose solo con 23 cromosomas en total. Dado que las mujeres son XX, sus óvulos siempre aportarán un cromosoma sexual X y 22 autosomas. Los hombres, por el contrario, generarán espermatozoides que poseerán de manera excluyente un cromosoma X o un cromosoma Y y 22 autosomas. En condiciones habituales, la fecundación de un óvulo por un espermatozoide Y dará lugar a un individuo con caracteres masculinos. Si el espermatozoide es X, el individuo poseerá caracteres femeninos.
Así pues, el desarrollo de las características masculinas o femeninas depende de la expresión de genes que se encuentran en el par sexual y de cómo estos influyen en el funcionamiento de procesos desatados por la expresión de genes que se encuentran en los autosomas. No es nuestro ánimo aquí describir la compleja cascada de interacciones y procesos que desatan la determinación sexual. Baste con decir que tanto los genitales masculinos como los femeninos se forman a partir de la misma estructura fetal y que en ausencia de la proteína generada por un gen concreto del cromosoma Y, se inicia un proceso que generará aparato reproductor femenino, el cual a su debido tiempo generará una serie de hormonas femeninas que dirigirán el desarrollo de los caracteres fisiológicos propios de dicho sexo. Por el contrario, la presencia de esta proteína generada por ese gen concreto del cromosoma Y impedirá el desarrollo de las estructuras sexuales femeninas e impulsará la formación del aparato reproductor masculino, cuyas hormonas especificas controlarán el desarrollo de los caracteres anatómicos propios del sexo masculino.
Como podéis imaginar, este es un fenómeno muy complejo consistente en muchos procesos moleculares encadenados, procesos que, si sufren modificaciones, pueden traducirse en alteraciones en la expresión de los genes involucrados, generando una falta de correspondencia entre los caracteres sexuales que supuestamente indican los cromosomas y los que se observa en el individuo, así como multitud de variantes intermedias.
Se puede producir también un reparto asimétrico de cromosomas sexuales durante la formación de espermatozoides y óvulos dando lugar a pares sexuales del tipo XXY o XO. Los cuales, además de producir características sexuales poco desarrolladas, pueden cursar con otros problemas de salud de gravedad variable. Puede ser que alguno o varios de los genes de los cromosomas sexuales que determinan el sexo falten, estén mutados o duplicados, lo que afectará a su función a la hora de determinar el sexo. Por ejemplo, aunque los cromosomas sexuales sean XY, la ausencia del gen del cromosoma Y que inicia la ruta para la determinación de aparato reproductor masculino hace que el individuo desarrolle caracteres sexuales completamente femeninos. También podría ocurrir que el reparto de los cromosomas sexuales y sus genes no presenten ninguna alteración pero que algún gen presente en un autosoma y necesario para la diferenciación sexual (como por ejemplo los genes que producen hormonas o receptores hormonales) haya experimentado alguna mutación que le impida ejercer su función. En este caso, el individuo no sufrirá los cambios fisiológicos habituales para la maduración sexual típica.
Así pues, el abanico de diferenciaciones sexuales distintas, más allá del típico masculino o femenino, que se pueden detallar a nivel biológico es elevado. Ello genera un espectro de variantes en la condición sexual que puede llegar condicionar seriamente el desarrollo y la vida de aquellos individuos que las portan. Desde Principia, queremos aportar nuestra grano de arena para derribar el tabú existente a este respecto, que no hace otra cosa que hacer más difícil la vida de las personas que presenta desarrollos sexuales diferentes a la norma.
Referencias
—Kyriakou, A., et al., Current models of care for disorders of sex development - results from an International survey of specialist centres. Orphanet J Rare Dis, 2016. 11(1): p. 155.
—Kim, K.S. and J. Kim, Disorders of sex development. Korean J Urol, 2012. 53(1): p. 1-8.
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